Victoriano Román (1875-1946)

El agustino recoleto Ángel Martínez Cuesta, historiador, nos acerca a esta figura de la historia de los Agustinos Recoletos y de Palawan (Filipinas) en el 150º aniversario de su nacimiento.

“Fue un gran misionero”. Con estas palabras despidió el agustino recoleto Martín Legarra en las páginas del Boletín oficial de la Provincia de San Nicolás de Tolentino al enterarse de la inesperada muerte de fray Victoriano Román (1875-1946).

Con esas mismas palabras quiero yo recordarlo hoy, en el 150 aniversario de su nacimiento (La Puebla de Arganzón, Burgos, España, 23/03/1875), porque son el mejor reflejo de su absoluta fidelidad al ardor misionero de su corazón, motor de sus actos.

En los Agustinos Recoletos encontró guías y ejemplos que le ayudaron a dar contornos concretos a ese deseo de la misión. Favoreció la maduración de esas aspiraciones el ambiente de las casas de formación recoletas de Monteagudo, Marcilla y San Millán de la Cogolla de los 17 a los 22 años, tan decisivos en la forja de la personalidad.

Las experiencias de sus formadores, las visitas de misioneros en activo, la lectura de las Crónicas y aquellos mismos claustros le hablaban de centenares de misioneros que consagraron su vida al anuncio de la Buena Noticia en lugares muy lejanos. En ellos encontrará inspiración y ánimo para no desmayar.

Con apenas 22 años viajó a Filipinas, su sueño juvenil. Se ordenó sacerdote al fin de 1897 y a los pocos días ya salía a dar rienda suelta a sus ansias misioneras.

Secuestrado y con la muerte en los talones

Fue destinado a Lubang, islita al norte de Mindoro misionada por los Recoletos durante centurias. Fue una estancia breve pero intensa, exigente y aleccionadora. Apenas llegó, cayó en manos de los revolucionarios de la independencia filipina. Durante año y medio pasó rudo cautiverio, varias veces en peligro de muerte, incluso fue arrojado al mar. Desde su liberación en enero de 1900 a abril de 1902 residió en Manila en espera de que las circunstancias permitieran el regreso de los frailes a provincias.

Palawan: 35 años de entrega

En abril de 1902, con Palawan en calma, los Recoletos envían allí a tres religiosos, uno de ellos Victoriano, para ayudar a los cuatro que reconstruían el tejido cristiano de la provincia. El grupo quedó pronto desmantelado: en 1903 eran seis y en 1906 apenas tres, para una población de casi 36.000 habitantes en 6 municipios, 63 barrios, 7 islas principales y cientos de islotes, separados por centenares de kilómetros de aguas llenas de arrecifes, corrientes e insidias. Su única conexión con el resto de la nación era el correo que, cada veinte días, llegaba a Cuyo, Coron y Puerto Princesa.

La inmensa mayoría de la gente vivía de la pesca, la madera y la agricultura de técnica primitiva no mecanizada de roza y quema (cainge). Se plantaba arroz o maíz hasta que, en dos o tres años, la maleza se apoderaba del terreno y se buscaba otro emplazamiento.

El censo de 1910 cifró la población en 46.615 habitantes en una parroquia, seis misiones y 83 barrios. 33.615 (72%) eran cristianos y el 28% restante se dividía entre musulmanes (5.000, en el sur) y paganos (8.000, en el interior).

Estos son algunos datos de presencia recoleta por aquellos años en Palawan:

  • 1903: 6 recoletos en 5 casas: Cuyo, Puerto Princesa, Culión, Araceli y Bacuit.
  • 1906: 3 recoletos en 2 casas: Cuyo, Puerto Princesa.
  • 1909: 4 recoletos en 3 casas: Cuyo, Puerto Princesa, Iwáhig.
  • 1912: 7 recoletos en 2 casas: Cuyo, Puerto Princesa.
  • 1916: 7 recoletos en 5 casas: Cuyo, Puerto Princesa, Araceli, Agutaya e Iwáhig.

Los misioneros tenían una vida itinerante. En junio de 1903 fray Victoriano dio inicio a las expediciones que, durante 35 años, le llevaron por toda la geografía de Palawan. En 1915 escribió que el barco era su casa y en 1920 decía en un informe a Roma:

“Todos los viajes debo hacerlos solo: primero, por falta de sacerdotes, y segundo, por las grandes molestias e incomodidades […] del clima y las privaciones de todo género, pues nos vemos obligados a vivir con los elementos propios del terreno”.

Terminada la revolución y con los americanos en el poder, encontró los pueblos sin gente y edificios eclesiásticos derruidos. La población se refugiaba en los montes ante la fuga masiva de presidiarios y los abusos de las autoridades.

Con pocos religiosos y mucha penuria económica, no se pudo desarrollar un programa evangelizador. Administraban sacramentos, catequizaban a los niños, reordenaban los libros, reponían los ornamentos, reparaban edificios eclesiásticos…

Prefectura Apostólica

La situación comenzó lentamente a cambiar con la erección de la Prefectura Apostólica en abril de 1910 y el nombramiento de fray Victoriano Román como su primer prefecto. Quiso convertir a Cuyo en ejemplo: intentó abrir una escuela con las Terciarias de Manila (hoy Augustinian Recollect Sisters) y potenciar la participación de los laicos.

Sabía que el porvenir se jugaba en la educación de la juventud y en la incorporación del laicado. En enero de 1914 fundó el Apostolado de la oración. Su influjo repercutió en la calidad de la vida cristiana y el esplendor del culto y se extendió por toda la Prefectura.

Muchos de los planes de fray Victoriano encallaron en la falta de misioneros (la Prelatura comenzó con cuatro) y la precariedad económica. El norte de la isla grande estaba desamparado y ni se podía ni pensar en atender al interior y al sur.

Con otros tres misioneros remedió lo más urgente y se distribuyeron dos en Cuyo, dos en Puerto Princesa y tres en Araceli, Bacuit y Coron. En 1912 pidió dos más: uno para Agutaya y otro, que nunca llegó, para organizar la enseñanza en Cuyo.

La erección de la Prefectura entusiasmó en un primer momento a la Provincia de San Nicolás de Tolentino, que prometió hasta veinte religiosos. Pero no estaba preparada para tal compromiso. El personal disponible era escaso, había tareas más urgentes, no se escondía cierta preferencia por otras regiones ni el fastidio por las peticiones constantes de fray Victoriano, que juzgaban exageradas.

Los misioneros en Palawan continuaron con la itinerancia, para la que estaba todavía bien dotado el mismo Victoriano: era joven, con buena salud y escasas exigencias, trabajador incansable y amante del pueblo, con el que sintonizaba con facilidad.

Se detenía semanas y aun meses en los lugares más importantes y aprovechaba para instruir, buscar laicos colaboradores y levantar templos como los de Bacuit, Coron y Araceli, con la ayuda de Propaganda Fide, de la Provincia de San Nicolás de Tolentino, antiguos fondos de la Diócesis de Jaro y la colaboración de los fieles.

El “heroísmo de los misioneros”

Tras algunos malentendidos y dudas, en 1920 fray Victoriano llegó a pensar en renunciar a la Prefectura Apostólica. El nombramiento como prior provincial de fray Marcelino Simonena entre 1919 y 1922 permitió restaurar el diálogo y el apoyo.

La Provincia perdonó a la Prefectura una deuda de 7.478 pesos. Simonena visitó Palawan y quedó admirado del “heroísmo” de sus frailes: envió dos más para acompañar a Román en Cuyo; otros dos para el sur, desde Puerto Princesa; y otros dos, desde Bacuit, para el norte. Más tarde envió dos más a Busuanga; en mayo de 1921 las Terciarias abren en Cuyo el colegio y la Provincia establece ayudas económicas.

El problema del personal, sin embargo, nunca se solucionó. En agosto de 1922 eran solo seis. Defraudado, Román en 1922 se quejó a la Santa Sede. Su voz perdió el poco eco que mantenía; se admiraba su celo, laboriosidad e integridad, pero se desconfiaba de sus dotes de gobierno, soñador de fantasías, seguro de sí y poco dado a dejarse aconsejar; un gran misionero, sí, pero poco apto para regir la Prefectura.

De junio de 1923 a marzo de 1924 Victoriano realiza el sueño de su vida. Durante nueve meses recorrió Brooke’s Point, de gran mayoría pagana y musulmana. Fuera de tres pequeños poblados de la costa occidental, solo encontró unos 40 cristianos. Logró sintonizar con la gente y sembrar el Evangelio; pero cuando mejor se las prometía pasaron factura las noches a la intemperie, la alimentación escasa y la insalubridad del agua. Hubo de ingresar en el hospital de Iloilo y luego fue repatriado a España, donde los cuidados de la familia, el clima y la alimentación le devolvieron la salud.

Declive de una vida entregada y cansada

Los años siguientes fueron muy agitados y se llegó a acusar a Victoriano Román de individualismo. Como parte positiva, tras una visita del prior general a la Provincia recuperó el apoyo a la Prefectura: en 1929 había doce misioneros. También tomó cuerpo la evangelización del sur con las casas de Brooke’s Point y Aborlan.

Joaquín Vilallonga, jesuita visitador apostólico de la Iglesia filipina en mayo de 1929, escribió a Propaganda Fide un largo informe de lo que se encontró en Palawan y describió así a fray Victoriano Román:

“Es religioso edificante, {…] hombre espiritual y lleva siempre a Dios. Jamás se ha oído crítica ni murmuración alguna contra su conducta privada. Es también sencillo y humilde con todos, particularmente con sus feligreses. Trabaja incansablemente”.

Román arrastraba ya problemas de salud y estuvo ausente durante varios periodos (dos más largos en España, 1930-1931 y 1936-1937, y otros más cortos). En 1937 el delegado apostólico cree que fray Victoriano ya no está en condiciones de continuar “por las condiciones de edad y salud”. El 3 de marzo de 1938 le fue aceptada la renuncia.

Desde septiembre de 1938 y durante los siguientes ocho años fray Victoriano fomentó el espíritu misionero en España con su ejemplo y su palabra. De clara inteligencia, corazón generoso y palabra fácil, amena y persuasiva, trasmitía en homilías, asambleas y congresos ese fuego misionero que continuaba ardiendo en su corazón.

La muerte le sorprendió en la noche del 26 al 27 de diciembre de 1946 en el monasterio cisterciense de Tulebras (Navarra, España), estando de viaje entre dos casas de formación recoletas: el seminario menor de Lodosa y el noviciado de Monteagudo.