Comienza hoy el camino espiritual de la Cuaresma 2025, tiempo de reflexión, penitencia y renovación espiritual. Una comparación sencilla anima a resituarse en este ambiente cuaresmal: la persona y un vaso de cristal.
Los vasos de cristal son de diferentes tamaños, formas y colores. Único y especial, cada diseño tiene un propósito y función, características propias. Con el tiempo y el uso, acumula manchas y rayones; si no se cuida en absoluto o no se presta atención durante su uso, puede quebrarse fácilmente.
Ante los ojos de Dios, las personas son también únicas y valiosas y tienen una misión propia que acometer. El tiempo y las decisiones, el pecado o las distracciones que alejan de la felicidad verdadera, crean marcas: la vida deja huellas. Las personas necesitan purificarse y limpiarse, eliminar toxinas físicas, mentales y espirituales.
El ayuno, una de las tres prácticas recomendadas por la Iglesia durante la Cuaresma, limpia el corazón. Abstenerse o moderarse en alimentos o hábitos purifica el cuerpo y el espíritu, elimina lo que nos aleja de Dios y permite que su gracia nos renueve. El ayuno recuerda la dependencia de Dios y la necesidad de centrarse en lo que importa.
Un vaso puede llenarse con muchas cosas: si, por ejemplo, ponemos dentro una vela, protegerá la llama, recogerá la cera e iluminará el entorno. Así también, la vida humana puede llenarse de Dios a través de la oración, luz que ilumina el camino y conecta con Dios.
Pero no es una luz íntima y personal, escondida: si es genuina, la oración se refleja en forma de amor y paz. Esta segunda práctica cuaresmal, la oración, se convierte en luz de Cristo que brilla dentro de la persona y se transmite a los demás. La oración fortalece, da claridad, guía las decisiones, trasluce felicidad y serenidad.
Finalmente, un vaso puede guardarse en un armario para estar protegido y limpio o puede dejarse encima de la mesa, accesible a quien lo necesite. La limosna es la tercera práctica cuaresmal por excelencia.
No basta dejar nuestra fe en un ámbito meramente privado, convertirla en simple deseo; la fe se lleva fuera, es para todos, más aún para los que están solos, perdidos, excluidos, desfavorecidos o injusticiados: para ellos, por ellos, nuestro esfuerzo.
La limosna es compartir lo recibido, llevar la luz de Jesús a quienes están en la oscuridad de la necesidad y la desesperanza. La limosna no solo ayuda a quien la recibe, ayuda mucho a quien la ofrece: desprende el egoísmo y el materialismo, recuerda que “tener” no significa mucho frente a “ser”, añade empatía, fraternidad, humanidad.
En esta Cuaresma 2025 cuidemos y limpiemos nuestro “vaso” a través del ayuno, la oración y la limosna. Es camino seguro de transformación, de buenas decisiones, de aprendizaje, de acercamiento a Dios y a nuestros hermanos y hermanas.
Al final de este camino nos espera la Pascua, la celebración de la Resurrección, la esperanza visible y plausible de una vida nueva y eterna.