Harold La Cruz, comunicador digital.

Harold La Cruz, tras participar de un discernimiento vocacional con los Agustinos Recoletos en Venezuela, encontró su camino en la comunicación digital, ámbito en el que ha colaborado con ARCORES y con la Provincia de Santo Tomás de Villanueva.

Coincidiendo con el Jubileo de la Comunicación, la Orden ha celebrado un Encuentro de Comunicadores en el que has participado. ¿Qué frutos has sacado?

El camino no siempre es claro y depende de la acción del Espíritu; pero, sin ser muy místico, podemos esperar una transformación en la manera de caminar, un giro para comprender que, como Familia Agustino-Recoleta, todos somos necesarios y estamos llamados a caminar juntos, con un propósito común.

El Plan de Comunicación ofrece la oportunidad de unificar criterios y establecer un rumbo claro. No solo se trata de hacer más, sino de hacerlo mejor, con efectividad y eficiencia. Su potencial radica en la colaboración y la integración de fuerzas para llevar el mensaje de manera más impactante, coherente y amplia.

A través de la unidad y el compromiso, cada esfuerzo comunicativo es un reflejo más auténtico del Evangelio. El primer obstáculo lo ponemos nosotros mismos: sentir que ‘no tiene sentido’ lo que se hace. Es la primera tentación al estar tanto tiempo detrás de una pantalla diseñando posts, editando videos o generando contenido.

Esa falta de fisicidad a veces lleva a pensar que es un trabajo vacío. Sin embargo, me animo con las palabras de Isaías: así como el agua y la nieve no vuelven al cielo sin mojar la tierra, de la misma forma, este trabajo, aunque parezca que no moja nada, empapa el espacio digital. Trabajar en digital es un ejercicio de fe: confiar en que la Palabra cumple su propósito, aunque no se vea el terreno que riega.

Otro factor es la resistencia natural de no pocos religiosos a hacerse presentes en los medios digitales. Es comprensible, pero más que una barrera infranqueable es una oportunidad para el diálogo, no para imponer una ‘mentalidad digital’, sino acompañar y mostrar que lo digital no reemplaza la vida comunitaria o la tradición, pero las amplifica y las hacen accesible a quienes, de otra forma, no se acercarían a ese mensaje. La clave es habitar estos espacios sin perder ni la identidad ni la profundidad.

Todos tenemos algo que aportar. No hablo de habilidades técnicas o creatividad, sino de autenticidad y verdad en lo que comunicamos. Como recordó el papa Francisco en el Jubileo, no basta con transmitir información; debemos ser testigos creíbles de la Verdad. Así como el bautismo nos confiere la misión profética, sacerdotal y real de Cristo, nuestra presencia digital también debe ser al modo misionero.

Aunque no exista un rito sacramental para ser ‘misionero digital’, el mismo hecho de conocer la Buena Nueva y estar en este espacio nos da una responsabilidad: comunicar con fidelidad, creatividad y pasión el mensaje del Evangelio. Cada post, video o palabra que compartimos puede ser una semilla de esperanza, una oportunidad de encuentro y una lámpara encendida en este vasto continente digital.

Da la impresión de que estamos en un ámbito con demasiadas disyuntivas: ¿Forma o fondo? ¿Marca o mensaje? ¿Institución o evangelio?

Es como preguntarse si es más importante la luz o la lámpara que la difumina. Sin la lámpara, la luz no se proyecta; sin la luz, la lámpara carece de propósito. La Familia Agustino-Recoleta, como institución, es la lámpara que sostiene y proyecta la luz del Evangelio. Su razón no es la autopromoción, sino asegurar que la luz brilla para el mundo.

Una institución que solo se mira a sí misma es como una lámpara apagada; pero un mensaje sin estructura sería como una luz sin dirección, que se dispersa y se pierde. El reto no es elegir entre disyuntivas, sino asegurarnos de que nunca se opaque el mensaje, se potencie y se haga llegar con fuerza y claridad a donde más se necesita.

Dios, en su infinita creatividad, se ha comunicado de muchas maneras: la Creación, el envío de su Hijo, la inspiración del Espíritu Santo. Hoy pide comunicar su Evangelio a través de todos los medios que Él mismo ha permitido que existan.

Las nuevas tecnologías de la comunicación no son neutrales; son un campo fértil donde sembrar la semilla del Evangelio. Comunicamos evangelizando y evangelizamos comunicando, es intrínseco a la naturaleza de este trabajo, son acciones inseparables. Más allá de comunicar un mensaje, lo hacemos con la intención de evangelizar. Y, al mismo tiempo, al evangelizar, estamos comunicando.

Para ser auténtico y fiel al Evangelio no basta con difundir palabras, sino que debemos vivir esas palabras, dejarlas ser parte de nuestro testimonio. En el campo digital estamos llamados a ser misioneros no solo a través de lo que decimos o cómo lo decimos, sino también por cómo lo vivimos y testimoniamos. Las palabras son solo el vehículo, lo que realmente transforma es la verdad que se comunica.

Estamos llamados a evangelizar con las herramientas que tenemos a mano siendo testigos de la esperanza, de la paz y del amor que el Evangelio ofrece.

¿Qué relación hay entre carisma agustino recoleto y comunicación pública?

Cada época exige una actitud diferente, y la comunicación juega un papel crucial en la vivencia de cualquier espiritualidad o carisma en un mundo interconectado, donde lo digital es una extensión natural de la vida.

Comunicar no es solo transmitir información, es crear un puente entre la experiencia espiritual testimoniada y quienes buscan un sentido a su vida. Esto da a la comunicación un poder transformador: inspira a seguir un carisma, va más allá de compartir ideas, es compartir una vivencia auténtica, un testimonio de lo que Dios hace en cada vida.

En el entorno de la Familia Agustino-Recoleta eso significa comunicar su historia, el carisma que la define, la espiritualidad que la mueve. La gente quiere autenticidad y propósito, y la comunicación es el vehículo que transmite esa autenticidad de una manera atractiva y accesible.

La comunicación tiene un poder inmenso para conmover corazones y generar compromiso. Informa, pero también provoca una respuesta interior, permite acceder a lo más profundo de la persona cuando no está basada solo en palabras, sino en un testimonio vivo que aviva la capacidad de escuchar, compartir y conectar.

El verdadero impacto de la comunicación radica en la invitación a vivir de una manera diferente, en la llamada a formar parte de una misión común, a comprometerse con algo que va más allá de lo personal: no solo informar, sino también movilizar y generar comunidad.

Frente al vacío espiritual o el nihilismo, los discursos de odio, de egoísmo o de pura competitividad, la sociedad de consumo materialista o los discursos simplistas y populistas, ¿sabemos cómo hablar de Dios?

El gran reto no es saber hablar de Dios, sino hacerlo de una manera comprensible y relevante en una sociedad que experimenta el vacío espiritual. A pesar de estar más conectados que nunca, nos sentimos desconectados espiritualmente. El reto es traducir el Evangelio a un lenguaje y una forma de vida que toque los corazones de quienes buscan algo más, que son muchos.

No se trata tanto de predicar cuanto de crear puentes que hagan palpable la presencia de Dios en la vida cotidiana de la gente. En vez de discursos abstractos, reflejemos el amor, la misericordia y la esperanza de Dios testimoniados en acciones concretas, con palabras sencillas pero profundas que hablen directamente al corazón.

La clave es ser auténticos, vivir lo que se comunica y ser testigos de la transformación que el Evangelio trae. Un buen ejemplo, en mi opinión, es el papa Francisco. No solo habla de Dios con claridad y humildad, sino que ha logrado conectar el mensaje cristiano con la realidad, especialmente de los más vulnerables.

Se comunica de forma cercana, simple y llena de compasión, muestra que la fe no se trata solo de doctrina, sino de amor al prójimo y de vivir una “espiritualidad tangible”. Pienso que es la forma más efectiva de hablar de Dios en el mundo de hoy.

La propuesta eclesial del Jubileo 2025 “Sembradores de Esperanza”, ¿qué ha supuesto para ti y en el mundo de la comunicación?

La Iglesia tiene una misión urgente: sembrar esperanza en medio de la polarización, la desinformación y la desesperanza, que marcan sociedades profundamente divididas, donde las ideologías, los prejuicios y las noticias falsas crean muros de separación y fomentan el enfrentamiento.

La Iglesia está llamada a ser puente, espacio de diálogo y reconciliación. No podemos quedarnos al margen, sino ser los primeros en denunciar la mentira y promover la verdad, que no es una cuestión de hechos, sino que lleva al encuentro y la comprensión, construye unidad y no división.

En este contexto, la Iglesia siembra al distinguir entre optimismo y esperanza. El optimismo, superficial, se basa en un deseo de que las cosas mejoren; pero la esperanza cristiana es una confianza inquebrantable en Dios, en su amor y en su plan para la humanidad, incluso cuando las circunstancias son difíciles y confusas.

La esperanza no es expectativa ciega, sino certeza de que, aunque el mal y la oscuridad existan, la luz de Cristo es más fuerte. Es un llamado a ser realistas ante los desafíos que enfrentamos con confianza en que, con Dios, todo es posible.

La polarización genera una profunda crisis de confianza, social e interpersonal. La Iglesia debe ser lugar de reconstrucción, de reconciliación y perdón, un testimonio auténtico de unidad y de comunión. La custodia de la verdad, este papel de la Iglesia frente a la desinformación, se vuelve aún más importante: debemos comunicar, hacerlo con integridad, reflejar con palabras y acciones la verdad del Evangelio.

La siembra de esperanza debe estar presente ante las grandes crisis sociales y en los corazones atrapados por la desesperanza existencial, sin visión del propósito de su vida. La Iglesia ofrece un horizonte más allá de la inmediatez del conflicto, una visión de futuro, de plenitud en Dios, de conversión, paz y compromiso con el bien común.

Creo que uno de los mayores frutos de este Jubileo es la creación de nuevos retos y oportunidades; por ejemplo, que el Jubileo nos invite a mirar más allá de nuestras propias ‘islas’ o fronteras provinciales y nos impulse a comprender lo necesario de trabajar unidos en el proyecto comunicativo de la Orden.

Como comunidad compartimos una misión evangelizadora, pero también debemos compartir una estrategia comunicativa coherente y eficaz. El jubileo es una excelente oportunidad para que cada uno, desde su lugar, aporte lo que tiene para fortalecer la comunicación y llevar el mensaje del Evangelio más lejos que lo hecho hasta ahora.

La creatividad, la innovación y la colaboración son fundamentales para que podamos llegar a más personas de manera auténtica y efectiva, sin perder nuestro espíritu carismático.

Por ello este Jubileo de la Comunicación con los Agustinos Recoletos, rodeado de hermanos y hermanas con la misma misión, ha sido una experiencia transformadora, una oportunidad inigualable de conectar con mayor profundidad en ese carisma. Me ha permitido mirar de cerca nuestra misión de peregrinos, de personas que, guiadas por el Espíritu, caminan en la esperanza.

Anunciar esa esperanza es un reto y una responsabilidad para dar lo mejor de nosotros mismos. La fraternidad y el sentido de pertenencia me han ayudado a reavivar ese fuego interior por la Iglesia, el servicio y la misión, a reafirmar mi vocación, a seguir anunciando la buena nueva con renovado ímpetu.

Como peregrino de la esperanza redescubro cómo Dios me sorprende en los retos superados, en los dones que puedo compartir y en la fortaleza que jamás imaginé tener. Y la Recolección Agustiniana es un “plus que te lleva a más”, una intensidad en el camino hacia el bien para el que hemos sido creados, compartido en comunidad de hermanos, un “reload” promovido por el Espíritu Santo que inflama corazones inquietos de amor.