Domingo VIII del Tiempo Ordinario: “Los gestos y actitudes enseñan más que Google”

Lecturas: Eclesiástico 27, 4-7; Salmo 91: “Es bueno darte gracias, Señor”; I Corintios 15, 54-58; Lucas 6, 39-45: “¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo?”.

El Evangelio expone hoy tres normas de conducta como conclusión del Sermón del Monte, que hemos estado escuchando durante los últimos domingos. Veamos una por una.

1. Guiarse por ciegos

Vivimos tiempos turbios. El desencanto y una crisis de grandes dimensiones se palpa en la preocupación constante de todos. Se escuchan reivindicaciones salvajes, objetivos irracionales… pero la nada no resuelva nada.

Muchos hoy, como ayer, buscan profetas, pero encuentran enterradores. “¿Puede un ciego guiar a otro ciego?”, pregunta Jesús. ¿Cómo avanzar hacia un horizonte de luz? ¿Cómo encontrar la paz y las respuestas a los grandes enigmas (el sufrimiento, la muerte, el amor…), si cerramos las entendederas a lo trascendente y enfocarmos todo de tejas abajo?

Sólo Cristo, el único Maestro, enseñaba y practicaba la verdad. Porque era la Verdad, porque es la Verdad. Enseñó y enseña lo que nos puede llevar a una comprensión global de las cosas.

Pablo, escribiendo a su discípulo Timoteo (Tim 4, 3-5), previene de que muchos “cerrando sus oídos herméticamente a la verdad, los prestarán a las fábulas”. La respuesta adecuada a los problemas de la vida, y de la sociedad, está en el Evangelio.

2. La paja y la viga

Se nos prescribe no juzgar. La imagen de la paja y la viga nos previene contra la crítica injusta, contra la incomprensión, que tiene su origen en una autoestima muy mal entendida y medida.

San Ignacio de Loyola lo escribía así: “En las cosas propias no son los hombres personalmente buenos jueces por la pasión”.

Solo puede corregir con autoridad quien se comporta virtuosamente. Pero ser acusón e intransigente lleva a ridículas alienaciones. Lo vemos cada día en los círculos de los amigos, en el seno familiar, en el ámbito social: ¡y cuánto daño se hace!

3. Conocer por las obras

Somos hijos de nuestras obras. Uno se cerciora de que pasan los tiempos de novenas, retiros y conferencias religiosas. Los breves minutos de la homilía durante la misa se soportan con desgana. La atención está a la espera de novedades.

Cualquiera hoy cree estar detalladamente informado sobre todo lo habido y por haber en sus pantallas. Pero, ¿qué saben de la Iglesia, de la vida de fe, de por qué creemos? Eso no sale en Google. Para eso está nuestro testimonio, las obras. No nos avergoncemos de decir en qué creemos con nuestros gestos y actitudes.


Adaptación de un texto del agustino recoleto Santiago Marcilla (1950-2016).