Lecturas: Malaquías 3, 1-4; Salmo 23,7.8.9.10: “El Señor, Dios del universo, Él es el Rey de la gloria”; Hebreos 2, 14-18; Lucas 2,22-40: “Mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.
Este domingo celebramos la fiesta de la Presentación del Señor, de origen oriental, justo cuarenta días después del día de Navidad. Es una fiesta de sentido cristológico, aunque no exenta de significado mariológico. De hecho, también se la conoce como “Fiesta de la Candelaria”.
En las lecturas escuchamos frases como estas:
— “Entrará el Señor a quien buscáis, el mensajero que vosotros deseáis”
— “¿Quién es ese rey de la gloria? Él es el Rey de la gloria”
— “Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del Niño”.
Su mensaje apunta a la necesidad de mensajeros que presenten el verdadero rostro de Dios y ayuden a lograr un verdadero encuentro con Él. Muchos cristianos lo hacen de manera cotidiana, pero hay un grupo, los consagrados, que tienen la misión de hacerlo de forma preeminente.
Proponemos tres palabras, aparentemente inconexas, para entender cómo la vida religiosa hace realidad esta misión de presentar al mundo y dar testimonio de Jesús resucitado: garabato, regato y silbato.
Garabato
Rasgo irregular hecho con la pluma o el lápiz… Primeros dibujos de los niños cuando todavía no saben hacer diagonales…
Pues, no. La vida consagrada no es un garabato, sino un dibujo claro, preciso, con líneas bien definidas. No es irregular o improvisado, que se lo pregunten a los fundadores que con tanto cariño y desvelo dejaron reglas de vida y Constituciones.
Los trazos perfectamente definidos hacen de la vida de los consagrados un bello dibujo en manos del gran Artesano de la vida. Su estilo de vida refleja el corazón de Dios.
Regato
Arroyo pequeño y poco profundo que, con frecuencia, lleva agua turbia o embarrada.
Pues, no, la vida consagrada tampoco es un regato. Su gran caudal de agua fresca brota de Cristo y es para todos. Las comunidades religiosas deben ser focos de luz que iluminan, agua fresca que calma la sed.
La vida consagrada debe ofrecer experiencia de Dios para la gente, donde se siente su presencia, donde se hace presente el futuro, lo que nos espera junto a Dios, donde se toque un pedacito de cielo.
La vida consagrada ha de sorprender. El carisma marca la hoja de ruta, pero es cada consagrado quien lo tiene que hacer vida según la propia identidad, vivir enamorado de la belleza divina, su fuente de felicidad y de sentido.
Silbato
Instrumento hueco que suena al soplar en él con fuerza.
El sonido del silbato se mete hasta el fondo de las entrañas y no te deja indiferente. Cuando en el colegio los profesores tocaban el silbato para indicar el final del recreo, automáticamente reaccionabas, dejabas de jugar y corrías a clase para no llegar tarde.
En este caso sí: la vida consagrada es como un silbato que resuena para que lo escuchen todos. Es una llamada a vivir el evangelio en radicalidad, a dejarse seducir por Jesús, a dejarse atraer por el transfigurado y el desfigurado.
La vida consagrada no nació al calor del poder, ni para halagar al poder, ni para tener poder. Cuenta la historia que el año 313, con el Edicto de Milán, se acabaron las persecuciones y los martirios. Y con ello, ya no era necesario jugarse la vida por Cristo.
Cuenta la historia que con el Edicto de Tesalónica del año 380, el emperador Teodosio hizo a todo el Imperio cristiano y desde entonces se relajó el espíritu de los cristianos. Vivir la fe por imposición elimina autenticidad y difumina la radicalidad del mensaje evangélico.
En ese momento comenzaron las primeras formas de vida consagrada, muy diferentes a las actuales, pero dando así relevo a los martirios: el objetivo es el mismo, entregar la vida a Dios.
La consagración religiosa es un camino de plenitud y de entrega definido por las sendas del carisma de los fundadores, la espiritualidad propia, la entrega personal mediante los votos y la entrega colectiva mediante la comunidad.
No es un garabato sin sentido, sino un caudal de agua fresca que sacia la sed de experiencia de Dios de la gente. Lejos de las aguas turbias del placer, el poder y la independencia, es una llamada constante de Dios a vivir en radicalidad y autenticidad el evangelio.
Decía Teresa de Lisieux: “En el corazón de la Iglesia yo seré el amor”. Los consagrados presentan y dan testimonio de la plenitud del mensaje de Dios para cada ser viviente de su Creación.