Ezequiel Moreno es uno de los religiosos agustinos recoletos que mejor han sabido encarnar la espiritualidad y el carisma de esta Familia religiosa. Juan Pablo II lo propuso en su canonización como modelo de entrega a Dios y de evangelizador. Proponemos algunos aspectos de la vida del santo especial protector de los enfermos de cáncer.

Apostolado y vida religiosa eran para Ezequiel inseparables. Jamás tuvo dificultad en conjugar la vida comunitaria con el servicio al Pueblo de Dios; para él eran realidades interdependientes al calor de un mismo núcleo, el amor de Dios; algo así como las dos caras de una misma moneda.

Es difícil entender cómo estrujaba las horas del día para la oración, la convivencia comunitaria y el servicio pastoral. Cuando no llegaba en persona se valía de cartas y de la prensa. Por su modo tan especial de hacerlo, fue llamado a predicar, asesorar y guiar a personas de todo tipo, desde la alta sociedad de Bogotá hasta el mundo rural más aislado, pasando por monasterios, hospitales y cárceles.

Ezequiel conoció los despachos del poder, pero su corazón estaba con los desfavorecidos. Puso encima de la mesa a los territorios abandonados, Palawan y Mindoro en Filipinas, Casanare, Caquetá y Tumaco en Colombia; exigió al poder político y económico que acabase la ignorancia e indiferencia de las capitales hacia ellos.

En este ámbito se explica su interés por formar al pueblo y fijar doctrina en circulares, cartas pastorales y opúsculos sobre los temas más candentes de su tiempo. Esta es la raíz de su enfrentamiento con el liberalismo radical, que tantos problemas le causó.

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