Sagrado Corazón de Jesús, por Jaazeal Jakosalem, OAR.

La encíclica “Dilexit nos” del papa Francisco hace referencia a algunos jesuitas que han promovido la devoción al Corazón de Jesús. Seguro que esto ha movido a rastrear cómo se ha vivido y qué frutos ha tenido esta devoción en la historia de otras órdenes. Tal es mi caso.

Por Marciano Santervás, agustino recoleto

Puedo afirmar, sin miedo a equivocarme, que la vida espiritual y apostólica de la Familia Agustino-Recoleta, permaneciendo fiel a su propio carisma, se ha movido al compás de las orientaciones del Magisterio de la Iglesia y, principalmente, del Sumo Pontífice.

Un ejemplo claro de esta afirmación es la aceptación y cultivo de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, unida al Corazón de María, si bien en esta reflexión vamos a prescindir de esta segunda.

La devoción explícita al Corazón de Jesús en la Iglesia arrancó de las revelaciones privadas a santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), religiosa de la Visitación, pero adquirió un rango especial cuando en 1856 el papa Pío IX instaura para toda la Iglesia la fiesta litúrgica del Sagrado Corazón.

Casi todos los papas que le han sucedido han publicado algún documento específico sobre esta devoción. Así, su sucesor León XIII en 1899 publica la encíclica Annum Sacrum y consagra el género humano al Corazón de Jesús. San Pío X pidió en 1908 que se consagraran las familias al Sagrado Corazón. Pío XI dedicó al tema dos encíclicas: Miserentissimus Redemptor (1928) y Caritate Christi compulsi (1932); otras dos Pío XII: Summi Pontificatus (1939) y Haurietis aquas (1956).

Hay que recordar también a san Pablo VI en su carta apostólica Investigabiles divitias, de 1965, y a san Juan Pablo II en el mensaje que publicó en 1999 con ocasión del centenario de la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús.

La encíclica Dilexit nos de Francisco, publicada en 2024, completa este listado de declaraciones más solemnes de la Iglesia sobre el Corazón de Jesús, que, como se ve, ha sido constante a lo largo de estos últimos 125 años.

Todos estos documentos, teniendo sus diferencias y respondiendo a circunstancias distintas, dejan en claro que la devoción al Corazón de Jesús es una escuela perfecta de vida espiritual cristiana y, por lo mismo, sintetiza armoniosamente todos los valores de la vida en Cristo: Amor divino, Trinidad, Cruz, Eucaristía, espíritu reparador de expiación, actitud sacerdotal y sacrificial, amor a la Iglesia…

Aunque la devoción del Sagrado Corazón de Jesús decreció a raíz del Concilio Vaticano II, hay que reconocer que esta devoción parece estar recuperando su esplendor.

La postura tradicional de la Iglesia respecto al Corazón de Jesús y el rico filón teológico y espiritual de su devoción ha tenido claras resonancias en la Familia Agustino-Recoleta en muchísimos aspectos, desde detalles nimios a acontecimientos notorios y celebraciones fervorosas vividos con fuerte afecto y profunda religiosidad.

En las casas de formación, por ejemplo, la imagen del Sagrado Corazón siempre ocupaba un lugar destacado; se celebraba de forma solemne el mes de junio, o al menos una novena, en su honor; se animaba a los formandos al ejercicio de los nueve primeros viernes de mes y a otras devociones.

En la pastoral también se cultivaban estas prácticas religiosas, además de las tradicionales procesiones y los sermones, e incluso, algún religioso, en Manila, se sirvió de las ondas de la radio para fomentar la devoción al Corazón de Jesús.

El titular de no pocos espacios construidos e inaugurados por la Familia Agustino-Recoleta ha sido el Sagrado Corazón de Jesús, de lo que atestiguan templos y monasterios por todo el mundo.

La lista es larga: San Carlos (Negros Occidental, Filipinas), La Junta (Chihuahua, México), Pantitlán (Ciudad de México), Bocas del Pauto (Trinidad, Colombia), Manizales (Caldas, Colombia), Franca (São Paulo, Brasil), Barquisimeto (Venezuela), Shangqiu (China), Pauiní (Amazonas, Brasil), Lomas de Tecamachalco (Ciudad de México)…

Y hay toda una Congregación, las Agustinas Recoletas del Corazón de Jesús, fundadas en Venezuela y presentes también en Perú y Brasil.

Así relataba un cronista recoleto la devoción de dedicar el mes de junio al Sagrado Corazón:

“Junio es el mes que nos recuerda el amor infinito de Jesús, cruentamente inmolado una sola vez en el ara de la Cruz, e inmolado incruentamente millones de veces en el augusto sacrificio de nuestros altares. Es también junio el mes del amor, de la gratitud, de los desagravios y de los sacrificios, que las almas generosas ofrecen al Corazón Llagado, dejando caer en el océano del amor divino las contadísimas gotas de amor que puede dar de sí nuestro pobre corazón humano. Dios ama como Dios, con amor infinito y eterno; el hombre ama como lo que es, con reducidísimo y limitado amor de criatura”.

Acontecimientos más solemnes fueron las entronizaciones y consagración al Sagrado Corazón en diversos lugares, como Manila (Filipinas) y Marcilla (Navarra, España).

El 27 de junio de 1919, Marcelino Simonena, prior provincial de la Provincia de San Nicolás de Tolentino, entronizó, según cuenta el cronista, una bella imagen del Sagrado Corazón de Jesús en el convento de Manila y consagró la Provincia al Corazón de Jesús.

Treinta años después el provincial Santos Bermejo (6 de enero de 1950) efectuó la entronización del Sagrado Corazón de Jesús en la Escalera Real del convento de Marcilla, a la que siguió la consagración de la Provincia al Sagrado Corazón.

Nuestra Familia no solo ha practicado la devoción al Sagrado Corazón, sino que ha reflexionado sobre los valores que entraña esta devoción y profundizado en su doctrina, como puede comprobarse en algunos artículos y poemas, en los que se da rienda a los afectos religiosos.

En la lectura de estos artículos -algunos escritos hace casi un siglo- se aprecia la afinidad con las ideas, reflexiones y textos de la encíclica Dilexit nos y la actualidad de su pensamiento.

Valgan de ejemplo dos textos. El siguiente es de monseñor Arturo Quintanillla, obispo agustino recoleto de Shangqiu (Henan, China):

“En el corazón tienen su asiento todos los afectos humanos; en el corazón repercuten y se reflejan todas las modalidades, vicisitudes y debilidades del sentimiento del alma humana: los movimientos agresivos de la ira, el encogimiento del miedo, la abierta explosión del entusiasmo o el profundo reconcentramiento del odio.

Mas, sobre todos estos afectos y sentimientos culmina el amor; el amor es el príncipe, y su motor o impulsor; y, como dice santo Tomás de Aquino, en el amor tienen su origen todos los sentimientos, y en el amor analíticamente se resuelven.

Por eso el corazón es la sede principal del amor, instrumento eficaz del amor, colaborador apto y fidelísimo del amor, heraldo y mensajero del amor. Y esto no sólo es deducción legítima de la experiencia psicológica, sino que es el atestado de una tradición secular y universal entre la familia humana (…).

En todos los tiempos y lugares el hombre, al querer dar un signo expresivo al amor, ha señalado el corazón y a él atribuido la interpretación del amor. Por todo esto, veamos a qué alteza de dignidad y de honor se eleva, sobre todo el corazón de la humanidad, el Corazón de Jesucristo Nuestro Señor.

No sólo es un órgano, y órgano el más excelente de la sagrada Humanidad de Cristo, y por esto digno es de adoración latréutica, sino que es también albergue e instrumento de aquel amor infinito, que lleva a Cristo a la inmolación de Sí mismo en la Cruz y a encerrarse dentro de los estrechos límites de las especies sacramentales, para darse como comida del alma fiel. Sí, aquel inmenso amor que, cual eterna fragua, arde en el corazón de Cristo, digno es de adoración, de culto, de correspondencia amorosa.”

En 1937 escribía Aurelio Lacruz, agustino recoleto:

“En su alma y en su Corazón sintió Jesús todos los dolores, amarguras y tristezas de nuestras ingratitudes y pecados, durante las horas terribles de la noche de Getsemaní. Si nuestros pecados hubiesen sido menos numerosos y graves, hubiera sido también menos dolorosa la agonía del Divino Redentor. Cada pecado nuestro fue una gota más de hiel que cayó en el Alma santísima de Jesús; cada nueva culpa fue un nuevo puñal que clavamos en aquel generosísimo Corazón que no supo más que amar, sufrir y perdonar.”