El agustino recoleto Javier Ruiz (Los Arcos, Navarra, España, 1952) es desde hace dos años vicario para la vida consagrada de la Archidiócesis de Chihuahua, México. Mañana, 2 de febrero, la Iglesia celebra el día de la vida consagrada y le hemos preguntado qué aporta a nuestro mundo.
Por Javier Ruiz Ancín, agustino recoleto
Lo que define a la vida religiosa es que se trata de forma particular de consagración a Dios mediante los votos públicos de pobreza, castidad y obediencia; también tiene importantes notas que definen su espiritualidad, como el hecho de la promoción de la comunión desde y en la comunidad.
Además, otras notas importantes que matizan su ser y quehacer son su misión evangélica; la existencia constante de una oración individual, comunitaria y litúrgica; la promoción de un ascetismo desde la moderación, la austeridad o el silencio; el hecho de ser un testimonio público de una experiencia profunda y personal de Cristo…
Para entender mejor esta realidad teológica de la vida consagrada se puede leer este documento del Vaticano (1983) que describe con profusión esta realidad eclesial: Elementos esenciales de la Doctrina de la Iglesia sobre la Vida Religiosa. Pero más allá de esta visión teórica, ofrezco mi reflexión más personal.
Al vivir los consejos evangélicos, los consagrados se entregan íntegramente al Evangelio y encarnan de modo profético los valores del Reino de Dios. Además de su dedicación y servicio, los consagrados ofrecen su testimonio personal de cómo es una vida entregada a Dios y a los demás.
Nuestra sociedad promueve con frecuencia ideales opuestos con normas, prioridades y estilos de vida en los que predominan valores individualistas, materialistas, competitivos… La vida de oración, servicio, amor y con el rumbo puesto en la santidad de los consagrados contribuye a mostrar “otro tipo de vida” feliz y con sentido.
Sin una vida consagrada presente y actuante, la Iglesia perdería una dimensión de su misión espiritual y social. Los consagrados son testigos del amor radical de Cristo a la humanidad. Es el germen de un hecho contrastado por la historia: el compromiso profundo de la vida consagrada con las realidades más difíciles de la humanidad.
Los consagrados están en las periferias con los empobrecidos, los marginados, los enfermos o los excluidos. Su opción preferencial por los vulnerables los ha llevado a misiones, hospitales, escuelas y proyectos sociales, a los contextos donde a menudo no hay esperanza, allí donde la sociedad no suele mirar.
La vida consagrada mantiene vivo el ardor misionero de la Iglesia, en la primera línea de la evangelización, especialmente donde el Evangelio aún no ha sido anunciado o donde hay crisis de fe. Es esa Iglesia en salida de la que habla el papa Francisco.
Los consagrados han sido pioneros en la renovación pastoral, en la promoción de la justicia social y en la respuesta a las necesidades de la humanidad. Atentos a los signos de los tiempos, abordan la Ecología integral, el diálogo interreligioso, las migraciones o la promoción de la paz. Con su dinamismo, los consagrados ayudan a la Iglesia a adaptarse y responder con audacia a los desafíos de la humanidad doliente.
Religiosos y religiosas encarnan el Evangelio de una manera que desafía y enriquece a toda la comunidad cristiana. En tiempos de incertidumbre y crisis, su presencia es signo de esperanza, amor y compromiso con el Reino de Dios.
Pero, como en toda época, la vida consagrada enfrenta desafíos; entre otros, la falta de comprensión de su papel en la Iglesia o el riesgo de ser tratada como una “fuerza funcional” más que como una vocación personal y comunitaria. ¿Qué lugar que debe ocupar en el presente y en el futuro? Ofrezco algunas propuestas de reflexión:
- Vida consagrada y Comunión eclesial: no está separada del resto de la Iglesia; al contrario, es una expresión concreta de comunión y diálogo con laicos y clero, promoviendo una Iglesia sinodal en la que cada vocación es valorada y respetada.
- Vida consagrada e Identidad profética: es signo de contradicción y acicate de la injusticia, voz de los sin voz y compañía de los solos, denuncia activa de las agresiones contra los vulnerables.
- Vida consagrada y Diversidad: es puente entre culturas y generaciones. Ayuda a la Iglesia a responder a los jóvenes, los migrantes o los excluidos, fomenta una Iglesia verdaderamente universal e inclusiva contra toda ideología excluyente.
Estoy convencido de que la vida consagrada, nuestra vida agustino-recoleta, mi vida como consagrado, ocupa un espacio de servicio, testimonio y misión en la vida de la Iglesia, pero está llamada a profundizar en su identidad como signo profético, fermento de comunión y motor evangelizador.
Su lugar no es marginal ni utilitario, sino central y dinámico. Estamos en tiempos de cambios y desafíos, seamos por ello fuerza renovadora que inspire y ayude a toda la Iglesia a vivir más plenamente su vocación de ser luz del mundo y sal de la tierra.