Apertura del Jubileo 2025. Roma.

El historiador agustino recoleto Ángel Martínez Cuesta explica en un artículo publicado en el Boletín de Formación Permanente Conversar de los Agustinos Recoletos la vivencia de los Jubileos en la historia de la Recolección. Texto editado.

Los Años santos no han tenido gran repercusión en nuestra Familia. De los primeros siglos (final del XVI, XVII y XVIII) poco se puede afirmar, porque la documentación es escasa y no se ha estudiado suficientemente. En el siglo XIX, con documentación más abundante, las circunstancias impidieron o restaron libertad a los Jubileos.

Los de 1800 y 1850 se suspendieron por la situación de la Santa Sede. El primero coincidió con el larguísimo cónclave de casi cuatro meses que eligió a Pío VII y su permanencia fuera de Roma hasta julio de 1800. En el segundo Pío IX, exiliado en Gaeta hasta abril de 1850, estaba en pleno contraste con la República romana. El de 1875 logró celebrarse, pero con limitaciones.

Otra dificultad provenía de los mismos Jubileos: si se exceptúa la concesión a san Carlos Borromeo para celebrar en su Diócesis el de 1575 al año siguiente, se celebraban solo en Roma, donde la Orden apenas tenía representación.

Solo desde 1875 adquieren alcance universal. Pío IX dispuso que se celebrara al año siguiente en todas las Diócesis. Los fieles ganarían las indulgencias visitando tres iglesias locales, sin necesidad de ir a Roma. Esta decisión incidió positivamente en su acogida en la Orden, pero no de modo notable. Los documentos apenas aluden a su celebración.

Los de 1925, 1950 y 2000 suscitaron mayor interés en nuestra Familia. En 1925 los Boletines provinciales de San Nicolás de Tolentino y Santo Tomás de Villanueva publicaron materiales del arzobispado de Toledo; y, en 1950, se publicó la bula de indicción en Acta Ordinis y el Boletín de San Nicolás, que añadió la encíclica y otras intervenciones papales. No aludieron a actos concretos que, si llegaron a realizarse, no se les dio mayor importancia y quedaron en silencio.

El Jubileo del año 2000 tuvo más difusión, con ecos en la reunión del Consejo general con los provinciales en Roma y en los Capítulos de San Nicolás, Santo Tomás y Santa Rita. El prior general animó a los provinciales a servirse de los materiales de la Congregación para la vida consagrada y les animó a contribuir a aliviar las desigualdades como gesto jubilar concreto.

El Capítulo de San Nicolás de Tolentino exhortó a “servir a la Iglesia en la Nueva Evangelización”, tema del Jubileo. Además, se publicaron noticias sobre su celebración en lugares tan diversos como Roma o Lábrea (Amazonas, Brasil).

En general se otorgó mayor relieve a algunos acontecimientos que jalonaban los Jubileos que al Año santo en sí o a las orientaciones papales. En 1900 fue la canonización de santa Rita; en 1925, la gran Exposición Misional de Roma; en 1950, la proclamación del dogma de la Asunción y la celebración del 50º aniversario de la ordenación sacerdotal del Papa; y en 1975, la beatificación de fray Ezequiel Moreno.

San Ezequiel Moreno

La actuación de san Ezequiel en el jubileo de 1900 como obispo de Pasto (Colombia) tropezó con obstáculos. La Guerra de los Mil Días lo mantenía aislado del mundo exterior. De las celebraciones romanas no tuvo noticia y la carta de León XIII extendiendo el Jubileo a toda la cristiandad le llegó con año y medio de retraso y la comunicó a sus diocesanos en una carta pastoral.

En ella transcribía gran parte de la carta pontificia, fijaba el comienzo y término del Año santo en la Diócesis, señalaba los requisitos para la indulgencia y animaba a aprovechar la ocasión para atender a las necesidades espirituales “y aplacar por ese medio la justicia de Dios, tan irritada por nuestros pecados”; escribió:

“¿Quién no ve la mano de Dios que nos castiga con tantas calamidades como nos afligen? Aún no cesa la guerra sangrienta y cruel; y sobre esa gran calamidad sentimos otras que son como consecuencias […]: sequías, langosta y enfermedades de todas clases, que hacen víctimas sin cuento.

Corre peligro, sobre todo, la fe de nuestros pueblos por los muchos medios que se ponen en juego para destruirla, y es preciso purificarnos para que el Señor oiga nuestras súplicas, se compadezca de nosotros y remedie tantas necesidades”.

San Ezequiel concretó los requisitos para la indulgencia: la confesión, la comunión, las iglesias a visitar, las intenciones por las que rezar y el número de visitas, 60: “Cuatro diarias en quince días seguidos o interpolados”, orando por “la exaltación de la santa Iglesia, la extirpación de las herejías, la concordia de los príncipes católicos y la salud del pueblo cristiano”.

Terminaba la pastoral con una apremiante llamada para que, “en medio de sus desgracias, y por lo mismo que ellas son tan grandes”, los fieles orasen “con fervor y de un modo colectivo, aprovechando la ocasión propicia que nos ofrece el jubileo”.

Por su parte, imploraba el perdón del Señor confiando en su misericordia. Si el Señor se habría compadecido de Sodoma encontrando diez justos, en Colombia, dice el santo, había muchos más:

“Señor y Dios nuestro, por diez justos hubierais perdonado a Sodoma: más de diez justos os confiesan, adoran y aman en esta nación que ve perder su brillante juventud y la surcan ríos de sangre.

Perdonadla, Señor, y perdonadnos a todos. Por vuestra Majestad ultrajada, triunfad de la hidra de la impiedad, que se desborda por todas partes […]. Por vuestro poder, triunfad de esa multitud de enemigos declarados de vuestro nombre. Por vuestra gloria, triunfad de los temerarios intentos de los que quisieran ver derruidos vuestros altares, y, si pudiera ser, borrada la idea de vuestro”.

También dedicó al Jubileo un sermón que probablemente predicara en la Catedral del que conservamos algunos fragmentos. Permite entrever su concepción del Jubileo, su interés por involucrar a los fieles y los frutos que esperaba: una inmejorable oportunidad para reflexionar sobre la brevedad y el sentido de la vida y optar por el camino que conduce a la felicidad eterna.