Lecturas: Isaías 60,1-6; Salmo 71,1bc-2.7-8.10-11.12-13: “Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra”; Efesios 3,2-3a.5-6; Mateo 2, 1-12: “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría”.

Al leer el relato de la adoración de los Reyes Magos, nos asaltan las preguntas: ¿Qué los llevó a ponerse en camino? ¿Cómo reconocieron al Niño Jesús? ¿Por qué no le regalaron algo útil, como una manta o comida, o pagarles una posada?

La respuesta a las primeras dos preguntas es la misma: la fe. La estrella es la clave, en este pasaje símbolo de la fe: la luz que brilla en medio de la noche, que ilumina la historia. La fe, como una estrella en medio de la oscuridad, guía en el sentido correcto y en la dirección justa para hacer de la vida una existencia significativa y feliz.

Habrá quienes, como Herodes, vean en la fe un peligro enorme para sus intereses. Otros, como los Magos, buscan la fe con sinceridad para dar lo mejor de sí mismo. Benedicto XVI resaltaba que los Magos no eran personas sin fe, sino sabios que examinaban los cielos y en sus investigaciones supieron descubrir “la firma de Dios” en la Creación.

Contemplaron el Universo en profundidad y descubrieron la sabiduría del Creador, la inagotable fantasía de Dios y su infinito amor por nosotros. Los Magos sabían que la creación nos permite entrever a Dios, y no desistieron en su búsqueda hasta encontrarlo. No basta solo con la fe, falta la segunda parte: además del conocimiento de los astros necesitaron la Sagrada Escritura para descubrir a Jesús.

¿Y por qué le regalaron oro, incienso y mirra? Pasa exactamente lo mismo que con la estrella: son regalos simbólicos del reconocimiento que tiene que hacer toda la humanidad a Jesús.

En la Biblia no pone cuántos eran los Magos, simplemente dice que eran varios, en plural. La tradición habla de “tres” por los tres regalos y porque representaban a toda la humanidad; y tres eran los continentes conocidos entonces en la civilización occidental: Europa, Asia y África.

Los dones de los Magos son símbolo del reconocimiento a Jesús: oro, símbolo del poder de los reyes al rey de la vida y de la historia; incienso, símbolo de adoración a los dioses, como reconocimiento de que es el mismo Dios; mirra, símbolo de la fragilidad humana, como reconocimiento de que es hombre verdadero.

¿Quién no puede ofrecer a Dios el oro de su servicio, puesto que ayudar a los demás es valiosísimo; el incienso de su oración, la mejor adoración a Dios; o la mirra de su amor, pues nada humano nos debe ser ajeno?

Es un pasaje lleno de símbolos para nuestro camino de fe y nuestro diario vivir. Un relato que habla de las búsquedas —sus corazones les decían que les esperaba algo grande—;la perseverancia —el camino no fue fácil y las dudas muchas—; de la fe — no es fácil creer y adorar a Jesús como rey un pesebre y no en un palacio—; de la generosidad —no fueron con las manos vacías sino con sus mejores regalos—; y de la alegría —que sintieron al ver a Dios hecho niño en Belén—.

En resumen: es una epifanía de Dios y una epifanía de la humanidad.


Adaptación de un texto del agustino recoleto Santiago Marcilla (1950-2016)