Día de la Guadalupana 2024.

Esta jornada se celebra en México la fiesta de la Virgen de Guadalupe. De la mano de fray Tomás Ortega (Ciudad Madera, Chihuahua, 1984) nos metemos en la piel de un mexicano para saber qué y cómo lo vive el pueblo que la venera como patrona.

Puede parecer un tópico que un mexicano hable de la celebración de la Virgen de Guadalupe, y en cierto modo lo es: esta fecha es para millones de mexicanos un momento especial, y si bien no se vive con la misma intensidad por todos—en México esta jornada es solo precepto religioso sin ser festivo civil— nunca pasa desapercibida ni ignorada por nadie.

Desde la infancia el amor por la Virgen de Guadalupe viene enseñado y aprendido. Ser guadalupano es casi equivalente a ser mexicano. México es un país donde se inculca la veneración a los símbolos nacionales (la bandera, el himno y el escudo) desde el inicio de los estudios.

De igual forma, la guadalupana se convierte en uno de esos símbolos que dan identidad: de hecho, la bandera de los insurgentes fue el estandarte de la Virgen de Guadalupe, y los colores patrios proceden de su imagen. En un conocidísimo canto que todos hoy en México cantarán o escucharán, se dice:

“desde entonces para el mexicano ser guadalupano es algo esencial”.

Y no es mentira… Ser guadalupano puede ser sinónimo de mexicano. Recuerdo los años de la catequesis infantil; peregrinábamos dos veces durante el novenario desde la capilla de mi barrio hasta el santuario; el día 11, por la noche, participábamos en la vigilia y en las Mañanitas; y, al día siguiente, en la gran peregrinación y la misa. Algunos años con nieve o casi siempre con temperaturas bajo cero, no se podía faltar ese día en la visita a la Virgencita.

Con el paso de los años se abandona un poco la práctica, pero no la devoción. Miles de experiencias de cualquier tipo se pueden vincular con la devoción a la Lupita. No hay casa en la que no haya una imagen suya, ni persona que no se conozca la famosa canción de la Guadalupana, ni santuario donde no haya una ofrenda en su nombre.

Entre las experiencias que más me han llamado la atención de la celebración de la Virgen de Guadalupe, quiero traer a la memoria tres.

Primera experiencia. La comunidad evangélica y… guadalupana

En una comunidad cerca de mi pueblo, cuya patrona era la Virgen de Guadalupe, ocurrió un milagro; la conformaban unas 30 familias evangélicas y cinco católicas, pero aquel día no faltaba nadie en la iglesia; de los veinte fieles habituales se pasaba a más de cien.

Cuando el párroco preguntó a algunos si venían de alguna comunidad vecina, uno de ellos, que era el pastor evangélico, respondió que ellos eran de allí, que eran evangélicos, pero que desde siempre habían creído en la Virgen de Guadalupe y ese día iban a su fiesta.

Se dice que cerca del 80% de los mexicanos se declaran católicos, pero casi el 100% se declaran guadalupanos.

Segunda experiencia. En la Basílica

Otra de mis experiencias fue ir a la Basílica de Guadalupe el mismo día de la fiesta. Se calcula que entre el 11 y el 12 de diciembre más de siete millones de personas visitan la basílica.

Un año, junto con otro compañero, quisimos hacer la experiencia. Conmueve ver la cantidad personas sencillas y humildes que aquel día atiborran el santuario con flores y velas, con sus imágenes a las espaldas, gente pagando mandas caminando descalzos o andando de rodillas hasta la puerta, gente llorando y cantando…

Miles de personas, como un hormiguero, entran y salen por toda la Villa. Una marea humana que va a visitar la casita de su morenita, de su madrecita… Muchos van a pedirle, otros a agradecerle, otros a saludarla y otros muchos a cumplir las promesas y mandas que le han hecho.

Un par de segundos en la banda eléctrica bajo la imagen pueden cambiar la vida de una persona. En ese caos ordenado se percibe un amor recíproco el de los hijos a su madre, y el de ella hacia todos los que la van a visitar.

Tercera experiencia. La vida de un sacerdote el día de la Lupita

La tercera es más bien un cúmulo de varias pequeñas experiencias en los años de servicio pastoral como sacerdote: he celebrado a la Virgen de Guadalupe en hospitales, fábricas, colegios, patios de casas, paradas de taxis, restaurantes de lujo, vecindades, cárceles, a campo abierto, en capillas de madera o bellos santuarios…

En todos esos lugares hay un mismo denominador: el deseo de celebrar a la madrecita del cielo. La Virgen de Guadalupe tiene el poder de convertir hasta los más escépticos; una vez le escuché a un fraile muy implicado en la evangelización decir que para abrir casas, edificios y vecindades tenía que ir por delante la Virgen de Guadalupe, ella es la que abre las puertas, incluso de los que se han alejado.

Incluso pude celebrar en Roma (Italia) durante varios años la Virgen de Guadalupe, tanto en el Colegio mexicano como en la Basílica de San Pedro. De las dos prefería la del Colegio mexicano: en español, con los mismos cantos que cantaba de niño, por las calles de Roma portando una vela en las manos, rezando el Rosario y cantando junto a sacerdotes, religiosos y laicos de México, de América latina y de todo el mundo el amor y el cariño que se siente por la morenita del Tepeyac.

¡Viva la Virgen de Guadalupe!