[Parte 2] La ONGD La Esperanza es parte de la historia solidaria de la Familia Agustino-Recoleta y de Navarra. Tras el último mercadillo y la venta de sus bienes, su tarea se cierra definitivamente. En este homenaje ellas relatan su tarea, su fe y su historia.
¿Algún momento especial que rememorar?
Historias tenemos mil. Cuando hemos visitado los Centros Esperanza en el Amazonas brasileño, el Hogar Santa Mónica en Fortaleza o las escuelas en Sierra Leona veíamos a todos los chiquillos como los ve una madre.
Recuerdo a un chiquillo de unos 5 años con rozaduras en los pies de los zapatos, no por ser pequeños, sino todo lo contrario, por ser demasiado grandes. Fuimos a una fuente, le lavé y le puse unas tiritas. Nunca olvidaré sus ojos de agradecimiento. Es increíble cómo una tirita puesta con amor puede cambiar un gran dolor por una inmensa sonrisa.
También hubo otra vez que saqué a un bebé de una hamaca y vi que estaba desnutrido. Sin embargo, su madre tenía leche en el pecho, así que me acerqué y le dije:
— “Dale, que tiene derecho a su leche”.
Tuve que ayudarla. Es el instinto materno. Después me mandaron fotos del chiquillo ya con 3 o 4 años.
Otras experiencias muy duras nos marcaron demasiado y nos hicieron tener más ímpetu y ganas de ayudar.
¿Quiénes os han apoyado, han colaborado, recordáis con agradecimiento?
Decir nombres concretos es muy arriesgado, porque si se olvida alguno se hace más daño que beneficio; y no queremos olvidarnos de nadie, sino agradecer a todos. Esperemos que la mente no falle, porque el corazón está lleno de agradecimiento.
Lo primero es agradecer a cuantos han pasado por la propia ONG como miembros del grupo. Llegamos a ser un buen número, algunos ya han fallecido: Corpus, Corona, Divi, Fita, Chuchín, Pili, Marci, Gloria, Mamen, Mari Carmen, Alicia (en paz descanse), Rafael, Mari… Cada uno aportó siempre todo lo que podía.
Lucía, de Valladolid, leyó en la revista Canta y Camina que había un grupillo en Lodosa que trabajaba por las misiones y decidió ir a verles. El religioso recoleto Francisco Javier Jiménez consiguió el encuentro. Lucía y sus amigas eran unas hormiguitas para trabajar, no exageramos al decir que enviaron más de 500 cajas para los mercadillos durante más de 20 años.
Una vez nos donaron en Corella (Navarra) miles de ovillos de lana. El agustino recoleto Alfonso Lázaro los llevó hasta Marcilla y, desde allí, se iban llevando a Valladolid. Lucía dedicó una habitación de su casa solo para las lanas. El grupo tejió gorros, patucos y, sobre todo, mantas, no menos de 500.
Esas manos ya cansadas de trabajar seguían tejiendo con más de noventa años. Habrán hecho unas 600 o 700 muñecas a punto de aguja, con qué gusto. Incluso había dos hermanas modistas que hicieron vestidos preciosos. Ni siquiera sabemos el nombre de todas. ¿No es maravilloso? Es un milagro solidario.
Nos acordamos de Benito y Maruja, matrimonio de Los Arcos, que nos vieron en Navarra Televisión y comenzaron a enviar chales de bebé hechos a mano. También facilitaron los mercadillos en la Parroquia de Santa Vicenta María de Pamplona.
Tito, el marido de Marci, tomó el relevo de Chuchín y fray Alfonso con el cometido de mantener la furgoneta y trasladarnos a todos los sitios y mercadillos.
La Fraternidad Seglar Agustino-Recoleta de Marcilla, Aurora que vive en Irurzun y mandaba piezas de artesanía, la Fraternidad Seglar Agustino-Recoleta de Valladolid, Isabel Altuna con la recogida de móviles usados en su farmacia, Esperanza de Tafalla, Trini, el Ayuntamiento de Lodosa y sus alcaldes, que siempre financiaban un proyecto con 3.000€…
Muchas veces llegaban donaciones y muchos de los que las enviaron ni siquiera nos conocían personalmente. Han sido muchas las personas que han colaborado.
Y también hay que acordarse de los Agustinos Recoletos: Joaquín Pertíñez, Plácido Rodrigo, Pablo Panedas, Jesús Vera, Santiago Sánchez, Santi García, Rafa Mediavilla, Alfonso Lázaro, Félix Echarri, Miguel Ángel Peralta, Jesús Moraza, Manuel Lipardo (que en paz descanse), Juan Cruz Vicario… y todos en general.
¿Qué dificultades habéis tenido que superar?
Dicen que hablamos mucho, pero nosotras callamos más. Esas dificultades y problemas por las que hayamos pasado quedarán en el olvido para todos, como mucho en nuestro recuerdo privado. No tenemos nada que reprochar ni de lo que quejarnos.
¿Cómo resumiríais la vida y tarea de la ONGD La Esperanza?
Siempre nos motivó mentalizar y concienciar a la gente para que encuentren el botón de encendido de su alma, esa tecla interior para ser buenos, como criaturas que somos de Dios. No se necesita mucho para ayudar: con abrir el armario y ver lo que sobra es suficiente. Muchas veces decíamos en nuestras reuniones:
— “Lavamos las conciencias y limpiamos los armarios”.
Generosidad, desprendimiento, fraternidad… Son palabras que podrían resumir algo de nuestra vida, pero lo que sí podemos decir es que hay una idea que hemos hecho nuestra:
— “Nos preparamos para el examen final de la vida, y será sobre el amor. Hemos vivido contratiempos y dificultades pero, si hay amor, hay perdón, reconciliación, olvido”.
No sabemos mucho de teología ni de frases bonitas. Una vez vino a visitarnos fray Rafael Mediavilla y, hablando de todo un poco, una de nosotras dijo que, después de más de 70 años, aún guardaba con cariño su primer libro de teología, que había leído de pequeña.
Él pidió que se lo mostrasen y cuál fue su sorpresa y su mirada de incredulidad al ver un cuento: “Mariuca la castañera”. Era la historia de una niña huerfanita a quien la señora Paca recogió; pero “si quería comer, castañas tenía que vender”.
Hasta que un día comenzó a dar castañas a los pobres y volvía a casa sin castañas y sin dinero. Paca se enfadó mucho: “Recuerda que el negocio es lo primero”. Mariuca no hizo caso, su corazón era blando, seguía ayudando a los pobres hasta que un día no se atrevió a volver a casa y bajo un paraguas se quedó dormida.
Paca la encontró tiritando de frío y no pudo renegarla. La bondad de Mariuca conmovió el corazón duro de Paca. Pero se dio cuenta de que cuantas más castañas la pequeña daba, más se le llenaba el cesto.
Este fue el primer libro de teología: solo el que da puede llegar a santo.
¿Cuál sería vuestro mensaje de despedida?
Nos ha llenado la vida saber que hemos colaborado para que el mundo sea un poquito mejor; descubrir que somos capaces, no solo nosotras, sino todo el mundo, de hacer más de lo que imaginamos, un hacer de pequeñas cosas, pero cosas maravillosas.
Muchas veces nos llamaban a dar testimonio. Corpus hablaba sin chuleta, con el corazón en la mano. Una vez, en la Parroquia de Santa Rita de Madrid, al final se acercó un señor y, mientras ponía en la mano un billete doblado de 500 euros, dijo:
— “Nunca me había conmovido tanto un sermón”.
“Eso lo llevo en el corazón —dice Corpus—: no soy misionera, soy una mujer de pueblo con limitaciones y que ha salido adelante con cuatro hijos y un marido muchas veces enfermo, y el Señor me ha dicho: ‘Sal de ti misma, te he dado talentos’. Salgo por la bondad de las misiones y de san Agustín. Tengo pocos estudios, pero a san Agustín le dejo el libro en la mano y me quedo con su corazón.
Hace tres años en el Instituto de Lodosa organizaron una rifa benéfica y me llamaron para dar testimonio. Estaba agotada, pues mi marido, Pepe, estaba muy mal. Fui porque no es mi obra, es la de Dios. No me había preparado, tan agotada que ni siquiera sabía lo que iba a decir.
Vi que todos los adolescentes tenían ordenador y se me ocurrió decir: ‘Por mucha información y posibilidades que tenga el ordenador, si no lo enciendes, no sirve para nada. Pues tenéis que buscar esa tecla en vuestro interior y haréis maravillas: paliar un poquito las miserias del mundo es labor nuestra, no podemos ser tan egoístas y egocéntricos. Tenemos capacidad para hacer algo por los demás. Yo siempre me he considerado rica, aunque nunca he tenido más que lo justo, nunca nada de sobra’”.
Ojalá nadie se canse de buscar su tecla interior. Los jóvenes lo están demostrando ahora en Valencia. No nos dejemos atrapar por la tecnología quitándole el espacio a Dios.
Los mercadillos nacieron por no tener dinero pero tener las casas llenas de cosas. Todo lo que nos han dado lo hemos enviado a las misiones, siempre confiando en el Señor. Hay mucha gente buena a la que sumar a la tarea, la grandeza de la rosa es que no sabe lo bella que es.
• Parte 1: “¡Gracias, La Esperanza! 31 años de servicio a los más vulnerables de unas mujeres de fe”
• Parte 2: “Lavamos las conciencias y limpiamos los armarios”.