Un agustino recoleto en la Abadía Cisterciense de San Isidro de Dueñas (Palencia, España).

El agustino recoleto Randy Josué Campos (Montecillos, Alajuela, Costa Rica, 1996), como parte de su proceso de formación inicial, acaba de disfrutar de unas semanas de contemplación en la Abadía Cisterciense de San Isidro de Dueñas (Palencia, España). Esta ha sido su experiencia

¿Qué te motivó a realizar esta experiencia contemplativa?

Conforme han pasado años dentro de la vida consagrada he conocido mejor algunos de los otros estilos de vida que hay en la Iglesia, y la vida monacal siempre me ha parecido muy especial. Tenía curiosidad por conocerla más y mejor, descubrir su realidad cotidiana.

Estuve buscando monasterios donde me permitiesen convivir y compartir su vida durante un mes, pero no en la hospedería, algo relativamente fácil, sino como parte de la comunidad, algo más complicado de conseguir.

Algunos religiosos recoletos que conozco son devotos de san Rafael Arnaiz, que murió en la Abadía de Dueñas y donde están sus restos. Murió con tan solo 27 años tras una vida de oración, silencio, contemplación y enfermedad. Que aquí me permitiesen hacer la experiencia y esa devoción compartida de algunos de mis hermanos fueron aliciente para escoger Dueñas.

¿Tenías claro qué esperabas vivir durante esta experiencia?

Quería tener un espacio de recogimiento en medio de la vida cotidiana, del ruido y del ajetreo propios de la vida activa. Esperaba encontrarme primero conmigo mismo y, desde allí, entender mejor mi propia vida y dejarme llevar hacia un encuentro con Dios.

Al mismo tiempo, sabía que me vendrían muy bien unos días de disciplina externa e interna, que nunca caen mal ni al cuerpo ni al corazón.

¿Cómo es la vida de un cisterciense?

Es muy diferente comparada con mi vida agustino-recoleta; aunque su vida comunitaria es intensa (todo —liturgia, trabajo, comidas, lecturas espirituales— lo hacen en comunidad), impera el silencio, a diferencia de los Recoletos, que compartimos tantos diálogos y actividades y nos conocemos a través de ellos. Los Cistercienses no tienen recreo comunitario, que los Recoletos tenemos todos los días, y no tienen vida pastoral.

Se levantan a las 4 de la mañana para rezar y meditar, cantan el Oficio Divino íntegro, las siete horas canónicas, y en su horario ocupa un lugar preeminente la lectio divina. Son varias horas al día de lectura y meditación de la Sagrada Escritura y, en menor medida, de otros escritos espirituales. A veces lo hacen en un lugar común (scriptorium) y otras en lugares diversos, pero siempre de forma individual.

A diferencia de lo que me pedían a mí en el noviciado, evitan estar mucho tiempo en su cuarto. Comen en silencio mientras se lee algo, comidas frugales y sin carne. El trabajo manual, varias horas al día, es dentro del monasterio o en el campo; a excepción de cocinar, hacen todos los oficios de la casa. Antes de las nueve de la noche ya están acostados.

Es una rutina dura y exigente que se vive como una cuestión de vocación, dan sentido a todo lo que hacen y cómo lo hacen desde Dios.

¿Qué huellas ha dejado esta experiencia en tu vida?

Fueron muchas emociones distintas, es difícil elegir un momento concreto. En la lectura espiritual de la Sagrada Escritura o de la encíclica Dilexit Nos pude sentir que Dios me hablaba; en el oratorio sentía su presencia; en la liturgia de las horas los salmos siempre me decían algo

Dos cosas han dejado especial huella en mi corazón: la soledad y el silencio me ayudaron a apreciar mis fortalezas y miedos, mis tentaciones y mis pensamientos, mis sentimientos y mi modo de situarme ante mi vida.

En segundo lugar, me he sentido profundamente amado, perdonado y acogido por Dios, tras haber descubierto todo eso de mí. Y surgieron con fuerza los sentimientos de la esperanza, la confianza y el agradecimiento. Ese autoconocimiento y redescubrir la mirada amorosa de Dios fueron las cosas más sublimes que puedo rescatar.

Como cosas prácticas me llevo la necesidad de la oración constante, de la disciplina ordenada en la oración, el trabajo y la actividad física en general, y hasta en el comer y dormir, que me ayudarán mucho mi proceso

Y pude conocer mis debilidades y necesidades; también dejé mucho más de lado el móvil y eso fue un reto y un aprendizaje sobre mis apegos y la manera de manejarlos.

Esta experiencia ha sido posible por un modelo formativo que muchos religiosos no han conocido. ¿Cómo se lo explicarías?

Estoy en el último año en la Casa de formación de inicial, antes de iniciar el año de integración comunitaria y pastoral; he terminado los estudios teológicos y ya no asisto a clases, y dedico el tiempo a otras experiencias enfocadas a la formación integral más allá de la intelectual, cumpliendo unos objetivos marcados por el equipo de formación.

Por ello he podido tener esta experiencia espiritual más larga, o experiencias pastorales más amplias o reforzar el aprendizaje de lenguas, en actividades que nosotros mismos podemos proponer al Equipo de formación.

Yo, por ejemplo, también he estado unos días en la Residencia San Ezequiel Moreno de Valladolid con nuestros hermanos mayores o enfermos; hago cursos de inglés y sobre vida consagrada, san Agustín y el acompañamiento; y es típico hacer juntos una etapa del Camino de Santiago.

¿Qué te ha supuesto conocer otro carisma y la espiritualidad contemplativa?

Esta experiencia ha enriquecido mi conocimiento de la Iglesia, me ha dado más perspectiva de universalidad; me ayuda a valorar más la propia espiritualidad: por ejemplo, gracias a esta experiencia valoré mucho nuestra forma de hacer comunidad. Al mismo tiempo puedo incorporar aquello que me ayuda a encontrarme con Dios y configurarme más con Cristo, como la lectio divina o el hecho de escribir mis experiencias de Dios.

Me voy con un mayor conocimiento de mí mismo, he vivido una verdadera revolución sobre cómo percibo la misericordia y el amor de Dios, lo relativo a la oración y a la disciplina que me hacen estar más disponible para el encuentro con Dios.

¿Animarías a otros a tener una experiencia parecida?

Dueñas es una comunidad monástica muy abierta a este tipo de experiencias, algo poco común entre los monasterios contemplativos. Me han recibido y tratado como uno más y en ese sentido es muy recomendable.

Una experiencia así, al menos una vez en la vida, te permite conocerte y saber de qué va esto. Los primeros días son difíciles —horario, comidas, trabajo—, pero poco a poco lo integras y puedes sacar mucho fruto. Son momentos de Gracia y, si se puede, hay que aprovecharlos.