
Pablo Panedas es el coordinador de la Comisión de Patrimonio de la Provincia de San Nicolás de Tolentino y prior del convento de Marcilla, donde está el museo misional. En este artículo presenta una curiosa foto distinta a todas las que se guardan de la primera etapa de la misión en China.
El pasado 20 de octubre se clausuraba el Año Centenario de la Misión agustino-recoleta de Shangqiu, en Henan, China. A lo largo de doce meses, la Provincia de San Nicolás de Tolentino se ha regodeado desplegando el abanico de su rica historia: documentos, personajes, recuerdos, anécdotas… y también fotografías.
Dichas fotografías tienen el mérito de retratar lo más entrañable de la vida misional de cada día, al haber sido disparadas por los propios misioneros, en su mayor parte. Son muchas en número, y muy variadas.
De todas, prácticamente, se ha hecho uso durante el año centenario en diferentes publicaciones y formatos: página web, libros y revistas, folletos, carteles, estampas, marcapáginas… De todas, menos de una, reservada por parecer poco ejemplar, poco edificante. Es la que preside este artículo.
Recoge una escena que evoca los tópicos más socorridos de la Iglesia oscurantista e intransigente, una escena que parece sacada de la crónica negra de la Inquisición. Cuatro frailes agustinos recoletos –Luis Arribas, Arturo Quintanilla, Francisco Sanz y un cuarto–, vestidos con la típica bata china, aparecen divirtiéndose con la quema de telas, carteles e ilustraciones chinas.
En el dorso de la foto original, la explicación es tan clara como cruda:
— “Quemando diablos chinos recogidos entre los catecúmenos que se bautizaron para Pascua”.
Queda acotado el contexto: no es la quema de libros tan diseminada por el tópico oscurantista, sino que se trata de objetos a los que las personas otorgaban carácter mágico o religioso y que los propios convertidos, ya cristianos, han entregado como testimonio de su cambio de vida.
Y los misioneros los queman seguramente con un doble objetivo: es clara la razón práctica de evitar a los recién bautizados la tentación de volver a sus prácticas paganas; y no se puede evitar la impresión de un cierto triunfalismo, un ensañamiento contra lo que se ve como “diablos chinos”.
En todo caso, los misioneros parecen muy lejos de apreciar el valor etnográfico de tales objetos y aun –se diría– de la cultura china en general. Sin embargo, interpretar la foto de ese modo sería poco acorde con el resto de los datos que conocemos. La foto solo marca un instante, no una mentalidad, ni recoge la realidad al completo, siempre más compleja. Aun así, para evitar malinterpretaciones, se evitó su uso público, hasta ahora.
De hecho, no era tal la mentalidad de la Iglesia Católica que, en 1925, había asombrado al mundo con la impresionante Exposición Vaticana, que mostró a más de un millón de visitantes unos 100.000 objetos y obras de arte originarias de todas las culturas del mundo.
Tal fue su éxito que el papa Pío XI decidió crear una exposición permanente con lo más valioso que allí se había mostrado. Así nació el Museo Misionero Etnográfico, a cuyo núcleo original de 40.000 objetos se fueron añadiendo otros, sobre todo los que había ido recibiendo la Congregación de Propaganda Fide desde su creación, en el lejano siglo XVI.
Los Agustinos Recoletos, igual que las demás órdenes y congregaciones misioneras, no participaban de ninguna mentalidad iconoclasta a pesar de lo que parece indicar la foto. Ciertamente, a la Exposición Vaticana no aportaron ningún objeto procedente de China, debido a que su Misión estaba en los inicios y el territorio encomendado era sumamente pobre en todo, también artesanías que pudieran exponerse al público.
De hecho, cuatro años más tarde, ya pudieron enviar a la Exposición de Barcelona (1929-1930) unas cuantas estatuillas de bronce que representaban diferentes personajes del panteón budista.
Eran en total una veintena, que se han seguido mostrando en el Museo Misional del convento de los Agustinos Recoletos en Marcilla (Navarra, España) y forman el núcleo central de su actual Sección china.
Son quizá lo más valioso, pero también son una mínima parte de la colección que se ha ido multiplicando en los últimos decenios del pasado siglo y primero de este, gracias al llamado “Fondo Piérola”.
El agustinos recoleto Manuel María Piérola Mansoa (1936-2021) fue uno de los dos religiosos españoles que formaron parte de la primera comunidad en Taiwán en 1964, tan sólo doce años después de la expulsión de los misioneros de China continental tras vencer Mao la guerra civil.
Allí, en la antigua Formosa, Piérola residió durante casi medio siglo dedicado a la evangelización y a la enseñanza del español en la Universidad Wenzao de Kaohsiung, donde fue profesor a partir de 1970.
En paralelo desarrolló otra actividad no menos importante, que fue la recolección de objetos representativos de la cultura y religiosidad chinas. Destino de todos ellos era el Museo de Marcilla, que gracias a ello alberga ahora varios centenares de piezas de notable valor.
Con aquellas primeras estatuillas de bronce y estas otras aportadas por Piérola se está preparando una exposición que se espera pueda ver la luz durante el primer semestre de 2025.