El agustino recoleto Fabián Martín (Jalisco, México, 1981) acaba de publicar en la Editorial Avgvstinvs el libro “Pasos que transforman el corazón”, continuidad de su anterior obra “Latidos de corazón inquieto”. Hablamos con él de esta nueva publicación.
¿Cuál ha sido la génesis, motivación y finalidad de tu segundo libro?
Pasos que transforman el corazón es la continuidad de Latidos del corazón inquieto, libro editado por la Provincia de San Nicolás de Tolentino y de libre acceso en Internet en el que se insinuaron algunos temas que yo sentía que requerían de mayor profundización.
Así, en esa primera obra, al hablar de las edades en el espíritu del hombre nuevo, citaba textos de san Agustín pero solo desarrollé uno en particular; quedaban otros seis pendientes con grandes sugerencias sobre el progreso en la vida cristiana y nuestra condición de “ser peregrinos”.
La obra por excelencia en la que san Agustín comparte su experiencia de peregrino es Las confesiones. Tracé un plan: seleccioné textos de obras previas a Las confesiones en los que Agustín habla del progreso constante en la vida cristiana; y, en un segundo paso, los empleé para dar iluminar a la espiritualidad de fondo de Las confesiones.
Esa experiencia espiritual cristiana que san Agustín comparte en Las confesiones está en relación estrecha con el camino existencial que él personalmente realizó; primero lo fue describiendo poco a poco en diferentes obras, y finalmente lo describió tomando como ejemplo sus propias confesiones.
Mi intención era dar a conocer lo que para san Agustín es ser peregrino y, familiarizados con su experiencia, ofrecer un estímulo en nuestro propio camino de vida cristiana, en la transformación del corazón y la realización de la vida nueva en Cristo.
Y esta tarea de estimular la condición de peregrino, ¿ha afectado al autor del libro?
Por formación profesional, por convicción personal y por experiencia vital, entiendo que la vida cristiana es un itinerario discipular, un constante progreso en el espíritu, un avanzar por la senda del amor, la fe y la esperanza.
La vida es, de por sí, un proceso existencial con momentos de confianza, superación y ánimo o de crisis, luchas y resistencias. A través de todas estas cosas el Espíritu Santo transforma el corazón de las personas. Esta misma es mi experiencia de peregrino: lo que me ha cambiado por dentro son los pasos que he ido dando en la dirección del amor. Por eso he querido este título para el libro, Pasos que transforman el corazón.
Desde luego no es autobiográfico, pero sí expresa el modo en el cual yo me he acercado a san Agustín y me he beneficiado personalmente de su experiencia. A mis 43 años puedo dar razón de etapas vitales de crisis, resistencias, luchas interiores y búsqueda de sentido… Y, de forma más modesta, de cuando Dios ha actuado en mi corazón para cambiarlo, renovarlo y hacerlo más de carne y menos de piedra.
A su vez, como mi camino existencial y mi condición cristiana no siempre han estado coordinados por mucho que me haya empeñado, entiendo que la transformación del corazón es un asunto de Dios y al modo de Dios. El camino del discípulo consiste en avanzar confiando en Dios Padre, mientras el Espíritu Santo se las arregla para actuar. Esta ha sido mi experiencia y es, en gran medida, mi esperanza.
Sobre Las Confesiones se ha escrito mucho. ¿Aportas algo nuevo?
Las confesiones de san Agustín es una de las obras de la literatura occidental y cristiana que más se han leído y estudiado y me he topado con gran cantidad de escritos y estudios desde la filosofía, la teología dogmática, la psicología dinámica, la literatura universal, la historia…
Desde que en 2009 acudí a esta obra como fuente de estudio para la especialización que hice en Espiritualidad, mi método es el propio de la Teología espiritual, el método histórico-crítico y hermenéutico.
Pienso que aporto el hecho de acudir a Las confesiones no para explicar la espiritualidad de san Agustín, sino para comprender aspectos importantes de su experiencia espiritual concreta; sin ser un especialista, mi lectura de Las confesiones gana amplitud y me deja acceder a la experiencia personal del hombre, Agustín, y a familiarizarme con él.
Algún especialista señalaría, con razón, que desatiendo el contexto de la obra. En mi defensa, he querido ‘escuchar’ Las confesiones en diálogo abierto con la psicología y la pedagogía, que ayudan con sus pautas a captar y expresar la densidad de la experiencia espiritual del santo. Incluso al hacerlo ante otras personas, en charlas o encuentros, he constatado sus reacciones de interés.
San Agustín es un artista del género de la “confessio”, la confesión. Borda con arte la confesión de alabanza a Dios, misericordioso con el santo; la confesión de pecados y extravíos ante su fuerte deseo amar y ser amado; y la confesión de fe en el Dios de la misericordia, en el Cristo humilde y en el Fuego que lo incendió en la caridad.
Si quitas uno de estos tres aspectos, Las confesiones pierden su belleza. Y las personas de corazón inquieto que buscan la verdad, que anhelan la felicidad y que se juegan la vida implicándose en las relaciones, conectan fácilmente con la experiencia de Agustín.
El interés para los lectores, y yo me considero uno de ellos, es que todo aquello que es profundamente humano, lo bueno, lo verdadero, lo bello y la libertad, en Las confesiones encuentra un desenlace maravilloso.
¿Qué claves del peregrinaje de Agustín sería aplicable para cualquiera de nosotros?
San Agustín es un maestro peregrino; su camino vital, existencial y profundamente espiritual fue, en primer lugar, un viaje apasionado el centro de su propia vida, a lo profundo de su corazón. El primer paso que transformó su vida fue la valentía para secundar la invitación de aquella voz —que no sabía si venía de fuera o de dentro— que lo impulsaba a regresar al propio corazón.
El santo, disperso y fragmentado, regresó a su interior y ahí descubrió la verdad de su vida: era frágil, pecador, soberbio, pero también profundamente amado por Dios. Y desde esa verdad sobre sí mismo y desde la verdad que Dios le hizo saber sobre sí mismo, emprendió una nueva peregrinación en dirección al corazón de Dios. La peregrinación al propio corazón y la peregrinación hacia Cristo, corazón del Padre, es una peregrinación al corazón de los demás, pues en ellos está presente Cristo.
No se trata de regresar al propio corazón como acto egoísta o narcisista, sino porque las ambiciones, apegos, rechazos, relaciones fallidas y conflictos indican que, dentro, estamos rotos; que nuestra casa interior es estrecha y está ruinosa. El regreso al propio corazón es para que el Médico del corazón, Jesús, repare esa morada interior.
La peregrinación al propio corazón es una peregrinación hacia Dios y, desde Dios, al corazón de los demás, sanados del egoísmo y la soberbia. Y así, la caridad de Cristo hace de la Iglesia una comunidad de con-discípulos.
¿Cuál consideras que es el proceso vital más importante para el progreso espiritual?
A san Agustín le cambió la vida, le dio un vuelco al corazón, le iluminó la verdad y le hizo gustar la belleza cuando tuvo su encuentro con Cristo humilde a través de la Palabra. Esta Palabra disipó su ignorancia, rompió su arrogancia y le dio la fuerza para salir de la mediocridad y los autoengaños.
Creo que el acto más sublime e importante del proceso de la vida cristiana es abrirse al encuentro con Cristo, que habla principalmente a través de su Palabra. Él verá cómo y cuándo nos hace el regalo de experimentar su presencia, su misericordia y su amistad.
El horizonte de toda vida cristiana consiste en avanzar en esa vida nueva en Cristo. Difícilmente se puede transformar el corazón y progresar en la vida espiritual sin una experiencia fundante, un encuentro vivo con Cristo, una relación de amor con él.
Este encuentro aporta el sentido de pertenencia y de fidelidad a la Palabra y una identidad sólida de la propia condición de discípulo. Los procesos de evangelización necesitan recuperar la pedagogía de una iniciación cristiana kerigmática o mistagógica, que sirvan para un encuentro real con Cristo.
Dentro de la Familia Agustino-Recoleta, los itinerarios formativos para laicos y religiosos, jóvenes y adultos, corren el riesgo de quedarse vacíos si no arrebatan el corazón hacia Cristo, su Evangelio y su Reino. Este encuentro es la clave del peregrinar de Agustín que no deberíamos dar por supuesta ni descuidar en el acompañamiento.
¿A ti, personalmente, cuál es el aspecto vital de Agustín que más te llama la atención?
Cuanto más leo Las confesiones con más fuerza siento que el deseo es el detonante de su proceso vital. En varias ocasiones habla de lo dulce de amar y ser amado, lo que más anhelaba su corazón. La fuerza y el dinamismo de su corazón inquieto tenía origen en su capacidad de desear.
Indagó ansioso sobre el amor, pero solo se aquietó cuando hizo la experiencia de un amor libre, gratuito y generoso. Amar y ser amado no era complacer la sensualidad sino invocar una presencia que le mostrara signos de su deseo por él. Lo conquistó el Dios de Jesucristo, que lo deseaba a él con un deseo infinito y con un amor completamente libre. Agustín se derritió ante Dios, que le hizo gustar una luz resplandeciente, una melodía sonora, un aroma exquisito, un alimento sabroso y el abrazo de una gran paz.
Considero que el libro décimo de Las confesiones es el quicio y eje vertebrador de toda su obra, el punto de apoyo de su planteamiento sobre el “orden en el amor” y de otro aspecto importante: la purificación, es decir, la lucha contra el egoísmo del “hombre viejo” que quiere regresar a sus fueros. El esfuerzo personal y la gracia de Dios se alían para que el corazón no se vuelva atrás.
¿Es fácil acoger hoy esa idea de la vida espiritual como el eje de la felicidad?
Cuando se habla de vida espiritual, incluso en ambientes cristianos, mi experiencia es que se constatan visiones dispares y hasta sorprendentes. Hay cierta tendencia a separar la vida humana de la vida en el espíritu, como si la espiritualidad fuese posterior, o un estado superior, o una especie de “desconectarse para conectarse”.
Toda espiritualidad desencarnada es ajena a la inspiración cristiana, centrada en la vida concreta, en las personas concretas que creen, esperan y aman. San Agustín devuelve la unidad ese misterio entre vida humana y vida cristiana, porque la vida cristiana se realiza en la condición concreta de quien vive, sueña, sufre, anhela, goza, busca, decide…
La espiritualidad cristiana en general, y la agustiniana en particular, describe el estilo o forma de vida del discípulo que camina a merced del Espíritu. La vida espiritual del cristiano es su vida en el Espíritu Santo, su viaje impulsado por el Espíritu Santo para regresar al propio corazón.
Es un viaje arduo y fascinante hacia las preguntas más importantes de la vida, que son todo lo contrario del aburrimiento, el tedio o la rutina. Pero hay personas más sensibles que otras a esas preguntas y a la búsqueda de las respuestas.
Algunos prefieren evitar la fatiga y la incomodidad de dar un sentido o encontrar los porqués. En nuestro mundo hay un cierto estándar que evade la reflexión, el silencio, el esfuerzo por comprender más a fondo lo que pasa y me pasa.
Hay saturación de ruido y entretenimiento de consumo pasivo; respuestas rápidas, simples e inmediatas, pero incompletas y sesgadas y, en el fondo, poco satisfactorias para una felicidad de peso: tenerlo todo, no necesitar trabajar, consumir todo lo que me pongan por delante, sensualizar constantemente…
La peregrinación del que se habla en este libro presenta un sendero “contracorriente”: volver al corazón, propiciar el recogimiento, el silencio, la escucha de uno mismo, el espacio interior para que resuenen otras voces, como la voz de Dios.
El camino espiritual requiere de atención, admiración, estupor y de despertar a la conciencia; son las condiciones que hacen posible la vida espiritual porque nos conectan con nosotros mimos y con Dios; activan nuevos resortes interiores para adquirir una sabiduría práctica vital; sí, de este modo viviremos, al menos, “diferente” a ese estándar.
¿Son las Fraternidades Seglares Agustino-Recoletas una fuente de vida “diferente”?
Las Fraternidades Seglares Agustino-Recoletas están en situaciones muy dispares según su contexto sociocultural y religioso, el tiempo que llevan caminando, el modo como se les ha acompañado y el compromiso personal y comunitario que han asumido.
Con todo, se percibe un ambiente de confianza y de esperanza fruto de nuevas expectativas y de un liderazgo decidido para asumir responsabilidades, como que los laicos sean los agentes de formación de los laicos.
Hay una deuda pendiente con las Fraternidades Seglares: la formación de los formadores. Aunque se han publicado las nuevas fichas de Peregrinos III y el Instructivo para el acompañamiento en las Fraternidades Seglares, creo que los responsables de la formación de los nuevos candidatos están desprovistos de cara a los grandes desafíos que enfrentan.
Creo que es importante que en los próximos años se elabore material específico para los formadores y se continúe añadiendo material general. La experiencia del nuevo plan de formación para los religiosos puede facilitar su consecución.