San Agustín, Carta 258 sobre la verdadera amistad.

San Agustín escribió la Carta 258 a Marciano, “un viejo amigo” después del año 386. Habla sobre la amistad y sus situaciones: las falsas amistades (por interés o que te llevan a malos caminos), las incompletas (sin valores espirituales) o la verdadera, en la que la vida se comparte a la luz del Evangelio. Texto editado y adaptado.

Me he tomado un respiro entre mil ocupaciones para escribirte, viejo amigo, a quien no conocí de verdad hasta que ambos nos encontramos en Cristo. Ya sabes que Tulio, el gran elocuente romano, definió la amistad como “compartir las cosas divinas y humanas con bondad y amor”.

En el pasado tú compartías conmigo las cosas de este mundo, tiempos en que yo disfrutaba tanto de manera superficial. Aunque ahora me da vergüenza, por entonces tú me apoyabas y ayudabas, eras de los primeros en inflar mis deseos y mi ego con palabras halagadoras. Pero en ese tiempo en el que no había ninguna verdad en mi interior, nuestra amistad flaqueaba en los asuntos espirituales. Sentíamos cariño en todo lo humano, pero no en lo divino.

Cuando decidí cambiar y convertirme, tú, siempre con tu buena voluntad, te preocupaste por mí y te interesaste por mi bienestar y felicidad .¿Cómo expresarte hoy cuánto disfruto de nuestra amistad, ahora que sí es una verdadera amistad?

Además de esas cosas normales de la vida, ahora hemos sumado a nuestra amistad la parte espiritual. A aquellas aspiraciones humanas, hemos unido la esperanza de la vida eterna. Y ahora sabemos valorar las cosas de este mundo a la luz de Dios, sin darles más importancia de la que realmente tienen.

No despreciamos esas cosas, porque todo es regalo de Dios, sino que ahora sí le damos su verdadero valor. Sin compartir esa parte espiritual no puede haber plena y verdadera amistad. Quien no dé importancia a lo divino, nunca podrá valorar correctamente lo humano; y no puede amar de verdad a las personas quien no ama al que creó la vida humana.

No digo que ahora seamos “mejores amigos”, o que antes lo éramos “a medias”, sino que en realidad ninguno de los dos estábamos en plena sintonía, pues ambos estábamos lejos de lo espiritual y nuestros ritmos eran diferentes.

No te molestes ni pienses que es absurdo lo que voy a decirte: en el tiempo en que yo tenía aspiraciones mundanas, aunque tú pensabas que te amaba con locura, en realidad no eras mi amigo; ni siquiera yo era amigo de mí mismo, más bien era mi propio enemigo.

Me dominaba la soberbia, y dicen los escritos sagrados: “El que ama la maldad odia su propia alma (Salmo 10,6).” Y si yo odiaba mi propia alma, ¿cómo podía ser un verdadero amigo tuyo? Cuando sentí la bondad y el amor de Jesús en mi corazón no fue por mis méritos, sino por su misericordia

Tú todavía estabas lejos de eso, así que ¿cómo podías ser mi amigo si no eras consciente de cómo Dios me había llenado de felicidad y enseñado a ser mi propio amigo?

Le agradezco a Dios que, por fin, nos abrió el corazón para ser verdaderos amigos. Ahora compartimos lo humano y lo divino desde los valores de Jesús, nuestra verdadera felicidad. Los mandamientos se reducen a dos: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, y amarás a tu prójimo como a ti mismo.

El primero trata sobre lo divino y el segundo sobre lo humano, siempre desde la bondad y el amor. Si mantienes estos dos principios firmemente, nuestra amistad será verdadera y duradera. Además, nos unirá no solo a ti y a mí, sino también a Dios.

Te animo que te acerques a la Eucaristía y a los sacramentos. Una vez, citando un verso de Terencio, me dijiste: “Este día trae nueva vida, por tanto exige otros hábitos…» Si lo dijiste con sinceridad, y no tengo dudas de ello, ahora debes ser coherente y recibir el bautismo.

No hay nadie más, fuera de Jesús, a quien la humanidad pueda decir: “Siguiéndote a ti, si todavía quedan huellas de nuestros pecados, la tierra quedará libre de miedo para siempre.» Virgilio dice que tomó esto del oráculo de Cumas.

A pesar de mis muchas ocupaciones, te he escrito esto, querido hermano, con la esperanza de que lo acojas de buen grado. Espero tu respuesta diciéndome que ya has inscrito tu nombre en la lista de los que se preparan para el bautismo o que estás a punto de hacerlo.

Que Dios, el Señor en quien has creído, te guarde aquí y en la vida eterna.