El prior general, Miguel Ángel Hernández, envía este mensaje a toda la Familia Agustino-Recoleta en el aniversario del nacimiento de la Recolección Agustiniana, en el que reflexiona sobre la enorme simbiosis entre “ser peregrino” y “ser recoleto” y cómo la Recolección puede ser faro de fe y transformación.
Nuestra familia religiosa celebra hoy el 436 aniversario de la Recolección Agustiniana. Este año queremos hacerlo con la mirada puesta en el cercano Jubileo de la Iglesia, que tiene como lema Peregrinos de la esperanza, y que será inaugurado por el Santo Padre con la apertura de la puerta santa en la noche de Navidad.
El lema del Jubileo conecta perfectamente con el espíritu de la Recolección. Porque si, por un lado, ser peregrinos implica un camino, un viaje hacia la plenitud, donde cada paso está impregnado de fe y confianza en la misericordia de Dios, por otro lado, ser recoleto es también un “peregrinar” hacia adentro, como dicen las Constituciones “un peregrinar activo por el que el hombre disgregado y desparramado por la herida del pecado, movido por la gracia, entra dentro de sí mismo, donde ya lo está esperando Dios”.
Si ser peregrino significa, como dice el Papa Francisco en su Mensaje para la 61 Jornada mundial de oración por las vocaciones 2024, “volver a empezar cada día, recomenzar siempre, recuperar el entusiasmo y la fuerza para recorrer las diferentes etapas del itinerario que, a pesar del cansancio y las dificultades, siempre abren ante nosotros horizontes nuevos y panoramas desconocidos”, ser recoleto es una llamada a ser valientes en la búsqueda de la verdad, dispuestos a cuestionar lo que nos rodea en lugar de acomodarnos. La Recolección es una invitación a la insatisfacción creativa, que busca el crecimiento y la transformación, en lugar de la cerrazón del corazón.
Si ser peregrino, según Francisco, “es ponerse en camino para descubrir el amor de Dios y, al mismo tiempo, para conocernos a nosotros mismos a través de un viaje interior, siempre estimulado por la multiplicidad de las relaciones”, ser recoleto es, también, peregrinar al interior, descender a las profundidades de lo más íntimo de nuestro ser y volver al corazón, donde nos espera el maestro interior, el único que puede transformar nuestra vida y hacerla nueva.
Si ser peregrino, como dice Elsa A. Tosi de Muzio, “es caminar, desinstalarse, salir de la quietud que se convierte en comodidad paralizante, rutinaria, formalista, y avanzar liberados de condicionamientos para leer con realismo los acontecimientos”, ser recoleto es caminar (vivir) desapegados de todo aquello que nos quita libertad en un proceso que necesariamente debe profundizar en la interioridad de cada uno, produciendo los cambios que nos permitan centrarnos en Cristo, el único Camino que lleva a Dios.
Si ser peregrinos significa reconocer que nuestra vida es un viaje constante hacia Dios y hacia los demás, donde encontramos en cada paso la posibilidad de renovación y conversión, ser recoleto es avanzar al lado del otro, extendiendo nuestras manos, sin demandar reconocimiento ni protagonismo.
Celebrar el Jubileo y ser peregrino de la esperanza debe ser “una experiencia fundamental y fundante de la condición del creyente, homo viator, hombre en camino hacia la Fuente de todo bien y hacia su plenitud. Al poner en marcha todo su ser -su cuerpo, su corazón y su inteligencia- el hombre se descubre buscador de Dios y peregrino de lo eterno, desarraigándose de sí mismo para entregarse a Dios”, según san Juan Pablo II (Discurso a los participantes en el I Congreso Mundial de la Pastoral de Santuarios y Peregrinaciones, 28 de febrero de 1992).
Celebrar la Recolección y ser recoleto es una oportunidad para tomar conciencia de nuestra identidad, recuperar la audacia y la radicalidad de nuestros orígenes, y construir una comunidad fraterna que refleje el amor y la misericordia de Dios.
En este 436 Aniversario de nuestra Recolección Agustiniana, me gustaría recordar algunas señas de nuestra identidad recoleta que bien podríamos compartir con los peregrinos de nuestro mundo, para que sus pasos puedan acompasarse con el ritmo de la esperanza.
— No somos turistas, somos peregrinos de la esperanza
Algunos han definido al hombre por su capacidad de pensar, otros por su capacidad de amar; con no menos razón podríamos definirlo por su capacidad de buscar. “El hombre no es estancia, sino andadura; no es posada, sino camino”, dice Olegario Fernández de Cardenal (La entraña del cristianismo, Salamanca 1998, 306).
La búsqueda forma parte de la naturaleza del hombre: busca el sentido último de la existencia, busca la razón de ser de las cosas y de los acontecimientos, busca a Dios… Pero no busca únicamente cosas sublimes y trascendentales.
El hombre también busca el bienestar, el placer, el poder, el prestigio, la fama, el dominio. De hecho, dice Enrique Rojas (El hombre light, Madrid 1992) “vivimos en una época en la que prevalece lo fugaz, lo mediático y la idolatría de lo sensual, lo que ha llevado al hombre a perder aspiraciones y caminos que le den sentido a su existencia. La búsqueda de la Verdad-Dios ha pasado a un segundo plano. El resultado de este último tipo de búsquedas es un hombre debilitado, superficial y carente de autenticidad, al que le importa más las apariencias que lo que hay dentro de sí”.
Muchos mal llamados peregrinos, en realidad, no pasan de meros turistas.
— Recolección: Una vida más intensa, una esperanza más profunda
¿Cuál es la propuesta de la Recolección para ese hombre, peregrino debilitado, superficial y carente de autenticidad, que Francisco llama “errante, que gira en torno de sí sin llegar a ninguna parte”, para ese peregrino-turista del siglo XXI?
Es tan antigua como nueva: la soledad, el silencio y la oración, “las condiciones necesarias para recorrer el camino que lleva a las profundidades del corazón. La soledad no representa una huida ni una forma de escapar de las personas; al contrario, es la creación de un espacio único que permite ir al encuentro consigo mismo y, a su vez, con Dios. La soledad implica comparecer con valentía ante el proprio misterio, que a menudo resulta ser difícil de aceptar. Este misterio solo se puede acoger con el corazón.
Al entrar en el silencio, el ser humano se abre a sí mismo y a su mundo interior, con sus penas y alegrías. Se abre a las esperanzas profundamente ocultas y a las decepciones, que, generalmente, evitan conocer. La soledad y el silencio permiten que el corazón se exprese en su dimensión más profunda, creando un espacio y ofreciendo un tiempo para acceder a una nueva dimensión.
El silencio no significa ausencia de palabras, sino la capacidad de adquirir la sensibilidad necesaria para escuchar la voz de Dios”, dice Javier Alexis Agudelo Avendaño (La búsqueda de Dios una experiencia de amor y misericordia. Una aproximación desde San Agustín).
He mencionado en otras ocasiones que la esencia de la Recolección radica en la docilidad al Espíritu Santo. Esta apertura para ser guiados por el Espíritu es fundamental para nuestra vida como peregrinos en la fe. Asimismo, esta disposición nos lleva a ser creativos en la forma de vivir nuestro carisma y a responder a las necesidades del prójimo.
No olvidemos que la oración y la interioridad no nos encierran en nosotros mismos; al contrario, para los Agustinos Recoletos, la oración pasa por la contemplación de Dios en el hermano. Dios, Verdad suprema, se revela especialmente en el ejercicio del amor fraterno: “Ama al hermano. Porque si amas al hermano a quien ves, en él mismo verás también a Dios” (1Jn 4, 20-21); ya que verás al mismo amor, y dentro del amor habita Dios.
— Recolección: Tejedores de esperanza
El inconformismo que caracterizó a los primeros Recoletos es clave para entender el viaje de cada cristiano como peregrino. Ser peregrinos de la esperanza nos desafía a transformarnos a nosotros mismos y a nuestro entorno, tal como lo hicieron los frailes que buscaban una santidad perfecta y una vida de mayor dedicación a Dios.
Esa mayor intensidad espiritual y comunitaria que la Recolección quiso imprimir en la vida conventual deseamos compartirla y contagiarla, para que en este mundo que se rinde a la mediocridad, los Recoletos (religiosos y laicos) vivamos una fe vibrante, comprometida y transformadora.
El Papa Francisco, en la misa de clausura del Sínodo, llamó a toda la Iglesia a no quedarse sentada, muda y ciega, sino a escuchar el grito de la humanidad: “No una Iglesia sentada, sino una Iglesia en pie. No una Iglesia muda, sino una Iglesia que recoge el grito de la humanidad. No una Iglesia ciega, sino una Iglesia iluminada por Cristo, que lleva la luz del Evangelio a los demás. No una Iglesia estática, sino una Iglesia misionera, que camina con el Señor por las sendas del mundo”.
En este 436 Aniversario de la Recolección Agustiniana, me gustaría también convocar a toda la Recolección a tejer, con hilos de esperanza, una sociedad más fraterna y justa, más solidaria y atenta a los gritos de nuestros hermanos más necesitados.
Anhelemos una sociedad capaz de compadecerse, perdonar y mirar al prójimo con misericordia; una sociedad que tenga como motor de vida al Dios que se hizo hombre y pasó por este mundo sembrando esperanza en el corazón de cada hombre.
En nuestra búsqueda de una existencia más intensa y comprometida, permitamos que nuestra identidad, como peregrinos de la esperanza, guíe cada uno de nuestros pasos, cada una de nuestras acciones y cada uno de nuestros encuentros, convirtiendo la Recolección en un faro de fe y transformación.