Lecturas: Apocalipsis 7, 2-4. 9-14; Salmo 23, 1-2. 3-4ab. 5-6: “Esta es la generación que busca tu rostro, Señor”; Primera carta del apóstol san Juan 3, 1-3; Mateo 5, 1-12a: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados”.
En el Evangelio de hoy hemos escuchado el pasaje de las bienaventuranzas, pero ¿cuál es el título que en la Biblia acompaña a este pasaje? La sección del evangelio de Mateo que empieza con las bienaventuranzas se suele titular: “El Reino de Dios en palabras”, y en concreto el epígrafe o subtítulo que lleva este pasaje es: “La auténtica felicidad”.
Entonces, ¿qué es el reino de Dios? ¿Cómo podemos ser plenamente felices? ¿Qué tiene que ver el Reino de Dios con la felicidad? ¿Por qué la Iglesia nos propone este texto en la conmemoración de todos los santos y santas de Dios?
El Reino de Dios no es otra cosa más allá de lo que indican sus palabras: el reino de Dios es el lugar donde Dios reina. Y es cierto que donde verdaderamente Dios reina es en el cielo, pero no es menos cierto que ya aquí, en la tierra, en nuestro mundo, podemos empezar a hacer realidad el reino y que Dios reine en nuestro corazón, en nuestras vidas…
Podemos ya empezar a hacer que Dios sea el que guíe nuestras actitudes y comportamientos. ¿Y cómo hacerlo? Viviendo las bienaventuranzas.
Todos sabemos, que cuando Dios reina, cuando Dios es el centro, la auténtica felicidad está garantizada porque la verdadera felicidad es estar junto a Dios. Y esta es las razón por la que la Iglesia nos propone hoy este pasaje evangélico de las bienaventuranzas como evangelio.
Las bienaventuranzas recogen la forma, las actitudes, los comportamientos con los que nuestros familiares, nuestros amigos, y cualquier persona que ahora esté gozando de la vida eterna, han tenido que vivir.
E, igualmente, las bienaventuranzas nos recuerdan las actitudes y comportamientos con los que debemos nosotros afrontar la vida y vivir nuestra relación con Dios y con los demás para que Dios reine en nuestras vidas y algún día también nosotros podamos descansar y tener la felicidad plena junto a Dios como hoy la tiene los santos y santas de Dios.
Creer en el Reino de Dios es resistirse a aceptar que la vida de todos y de cada uno de nosotros es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Hay que creer que Dios está conduciendo, hacia su verdadera plenitud, los deseos de vida, de justicia y de paz que se encierran en nuestros corazones.
Creer en el Reino de Dios es rebelarse con todas nuestras fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños que solo han conocido en esta vida miseria, hambre, humillación y sufrimientos consigan otra vida donde ya la pobreza y el dolor, la tristeza y las lágrimas de impotencia y de infelicidad queden enterradas para siempre.
Creer en el Reino de Dios es acercarse con esperanza a tantas personas sin salud, enfermos crónicos, con necesidades especiales físicas y/o psíquicas, a los tantos hundidos en la depresión y la angustia —la pandemia real de nuestro tiempo—, cansados de vivir y de luchar.
No podemos resignarnos a que Dios sea para siempre un “Dios oculto”, del que no podamos conocer jamás su mirada, su ternura y sus abrazos. No nos podemos hacer a la idea de no encontrarme nunca con Jesús. No podemos resignarnos a que tantos esfuerzos por un mundo más humano y dichoso se pierdan en el vacío.
El plan de vida escondido en las bienaventuranzas, estas pautas de vida que Dios nos propone a sus seguidores para afrontar la vida, a veces, o muchas veces no es fácil de interpretar y de traducir a la vida ordinaria. Pero debemos seguir intentándolo. Una cosa que nos puede ayudar a entender el mensaje de las bienaventuranzas es el cambiar la palabra “dichosos” por la palabra “ánimo”:
- Ánimo a los que os sabéis necesitados de Dios, porque Dios nunca os abandonará.
- Ánimo a los que estáis tristes y deseáis ser consolados, porque si ponéis vuestro corazón en Dios, Él os reconfortará.
- Ánimo a los humildes, porque vuestra será la felicidad prometida por Dios.
- Ánimo a los que no juzgáis y sois misericordiosos con los demás, porque Dios será infinitamente más misericordioso con vosotros.
- Ánimo a los que tenéis un corazón limpio porque Dios se os transparentará tal cual es.
- Ánimo a los que construís la paz y lucháis contra toda injusticia, porque seréis llamados santos y santas de Dios.
- Ánimo a los perseguidos por hacer la voluntad de Dios, porque Dios reinará en vuestras vidas.
Una última clave para entender bien el mensaje evangélico de hoy: todo va referido a que seamos pobres de espíritu. Pero ¿quiénes son los pobres de Dios? Pobre es el que no tiene lo necesario para vivir. Pero aquí no se refiere a que seamos personas sin recursos sino a que reconozcamos con humildad que no tenemos por nosotros mismos lo necesario para alcanzar la vida eterna y que reconozcamos que estamos necesitados de Dios.
Así, los pobres de espíritu confían y esperan todo de Dios frente a esa otra actitud de considerarse autosuficiente, orgulloso, vanidoso y prepotente, “sobrado”, aún peor si lo hacemos comparándonos a los otros y pisoteando para medrar.
En conclusión, todos somos aptos para vivir el reino de Dios, todos podremos llegar algún día a la plena felicidad si vivimos como los pobres de Dios, si el espíritu de las bienaventuranzas son nuestras actitudes básicas de la vida.
Y, por cierto, en estos tiempos nuestros que corren, de violencia e imposición por la fuerza de unas ideas a otras, de unas naciones y pueblos a otros, de unas religiones a otras, de unos líderes a otros, se podría añadir una bienaventuranza más:
- Ánimo a los que defendéis la vida, porque vosotros tendréis vida eterna.