Cada 20 de noviembre se conmemora esta jornada mundial para sensibilizar sobre la necesidad de cuidar y proteger a los menores. Garantizar sus derechos es fundamental para su desarrollo individual y para el bienestar colectivo. Hoy te proponemos reflexionar, dialogar, meditar, orar y sensibilizar sobre ello.
La Asamblea General de Naciones Unidas recomendó en 1954 destinar un día a fomentar la fraternidad entre los niños y las niñas del mundo, y promover su bienestar con actividades sociales y culturales. Este Día Mundial se celebra recordando la aprobación de la Declaración de los Derechos del Niño en 1959 y la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989, el tratado internacional más ratificado de la historia.
Cada menor de edad, independientemente de su origen, raza, género o creencia, merece crecer en un ambiente seguro, amoroso y estimulante, donde se atienda a sus necesidades, se respeten sus derechos y se fomente su potencial. Así lo ha proclamado Naciones Unidas, lo propone el Evangelio y, cómo no, lo señala el sentido común: proteger a los niños es un deber que nos concierne a todos.
En esta jornada no hemos querido perder la oportunidad para reflexionar, dialogar, meditar, orar y sensibilizar sobre el papel de todos en esta causa.
La paternidad responsable: más allá de la biología
La responsabilidad de criar a un hijo/a va más allá de la simple paternidad biológica. Ser padre o madre implica un compromiso profundo de proporcionarle lo mejor para su desarrollo integral. La paternidad responsable significa educar, guiar y apoyar a los hijos en todas las etapas de su vida, especialmente hasta su mayoría de edad.
Esto incluye ofrecerles un entorno emocional seguro, satisfacer sus necesidades básicas, fomentar su aprendizaje y su construcción integral como personas. Al asumir este rol con seriedad, los padres y tutores pueden ayudar a los menores a convertirse en individuos sanos, felices y capaces de enfrentar los retos del mundo. Su felicidad de adultos depende en gran medida de su felicidad como niños.
Razones para educar a los hijos en la fe
Dentro del deber de dar a los hijos lo mejor está la educación en la fe. La dimensión espiritual es una parte esencial y constitutiva de la persona. Por eso hemos de desarrollar y alimentar esa espiritualidad humana en los pequeños.
Además, ofrecemos algunas razones para proponer este “cuidado espiritual” del menor:
- Facilita el desarrollo integral. La educación en la fe no solo aborda aspectos espirituales, sino también emocionales, sociales y éticos, promoviendo un desarrollo equilibrado. La fe puede ser una fuente de fortaleza frente a todas las adversidades de la vida. Y no hay vida humana sin dificultades, luchas y frustraciones.
- Estimula la búsqueda de sentido. Al fomentar la curiosidad espiritual, la exploración de preguntas existenciales, el niño comienza a buscar su propio camino. La fe en este caso proporciona sentido, consuelo, esperanza, ayuda a que se sientan seguros y amados.
- Ofrece un marco ético. La fe proporciona un marco de referencia que ayuda a tomar decisiones éticas. La conexión con Dios llena de sentido los conceptos de verdad, bien, bondad, fraternidad universal, felicidad.
- Fortalece los valores morales. La educación en la fe inculca valores fundamentales para el desarrollo personal y la convivencia, como es la práctica del perdón o de la solidaridad, habilidades esenciales para una sociedad sana y feliz.
- Promueve el sentido de comunidad. La enseñanza de la fe conecta con una comunidad de apoyo, brinda un sentido de pertenencia e identidad.
- Crea un legado familiar. La educación en la fe une a las generaciones, transmite tradiciones y enseñanzas valiosas, se basa en relatos e historias del pasado que ayudan al presente.
San Agustín hablaba de la necesidad de que los niños formen parte de la comunidad eclesial como algo beneficioso para su vida: “Vale más prestar ayuda y salvar el alma de niños y adultos que saber cómo ha sido viciada”, dirá en una de sus obras (Réplica a Juliano 5,4,17). Y completa en uno de sus sermones: “Los niños nada tienen consigo sino lo que trajeron del primer hombre. Por eso tienen necesidad de la gracia de Cristo para recibir la vida en Cristo quienes murieron en Adán” (165,7).
Por ello defendía el bautismo de los niños infantes, algo que en muchos ambientes se pone hoy en tela de juicio: “La costumbre de la madre Iglesia de bautizar a los niños jamás debe ser reprobada. De ningún modo debe ser juzgada superflua. Y debe sostenerse y creerse como tradición apostólica. Pues tiene esta diminuta edad a su favor el peso de un gran testimonio: el ser la primera que mereció derramar su sangre por Cristo” (Comentario literal al Génesis 10,23,39).
Al educar a los niños en la fe les brindamos herramientas para afrontar la vida, valores que les servirán a lo largo de su crecimiento y madurez. En este Día Mundial del Niño, renovemos nuestro compromiso de cuidar, proteger y educar a las futuras generaciones con fe, amor y responsabilidad.