"Comunión de los Santos": una vivencia recoleta.

Intentaremos en este breve ensayo, reflexionar sobre las implicaciones del dogma de la comunión de los santos para nuestra vivencia como cristianos, religiosos y agustinos recoletos.

Por José Manuel Romero, agustino recoleto

La Iglesia como Comunión de los santos

Este dogma lo encontramos en el símbolo apostólico, entrelazado en medio de una serie de verdades de fe que parten del acto de fe en el Espíritu Santo. Es el  Espíritu Santo, como Don de Cristo resucitado, quien constituye a la asamblea de los creyentes (Iglesia) en santidad y en catolicidad (unidad en la diversidad), realidad dinámica que se manifiesta en la comunión de sus miembros, santos y llamados a la santidad.

La comunión de los santos es, por tanto, la expresión dinámica del misterio de la santa Iglesia católica y tiene su fuente en la acción santificadora y de comunión llevadas a cabo por el Espíritu Santo.

Por un lado, es la Santidad del Espíritu la que hace santa la Iglesia y hace santos a los cristianos. Por otro lado, siguiendo la dicotomía puesta de relieve por las cartas de san Pablo a los romanos y a los gálatas entre el Espíritu y la carne, podemos decir que es la dimensión espiritual lo que reúne en unidad católica, suscitando la unidad y la riqueza armónica y sinfónica de la Iglesia, venciendo tanto las divisiones egoístas como las uniformidades esclavizantes y despersonalizantes.

Esta realidad de la Iglesia en medio del mundo como la comunión de los santos, es el don que Jesús pidió al Padre en su oración sacerdotal durante la última cena con sus discípulos, cuando pidió para ellos es el don de la unidad, ser guardados del maligno y que los santificara.

Este don que Jesús pide al Padre es fruto de su propia santificación y glorificación en cuanto hombre; santidad y gloria que, como cabeza de la nueva humanidad redimida, dona a sus fieles con el don del Espírito Santo. Para vivir esta realidad Jesús nos deja a sus discípulos el mandamiento del amor como clave y como promesa, el Amor de Dios, derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo.

Reflejo de la Trinidad en la tierra: Amor, Comunidad, Santidad

En la misma oración sacerdotal de Jesús al Padre, vemos que esta comunión de los santos, que es la Iglesia, es sacramento y reflejo en el mundo del misterio de Dios mismo, de la Comunión de los Santos, del misterio santísimo de la Santísima Trinidad:

«Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21).

El modelo de la Iglesia es la Santísima Trinidad, el Dios que es Amor en sí mismo, porque es una comunión amorosa de personas divinas. Por eso el Amor divino es la clave de la relación profunda e inescindible de la comunión y de la santidad.

No puede haber santidad verdadera sin comunión, ni comunión verdadera sin santidad, pues ambas son expresión necesaria del Amor que es Dios. La santificación personal nos debe llevar a vivir la comunión en la comunidad, y la vida de comunidad nos debe llevar a la santificación personal y comunitaria para que sea verdadera vida de comunión.

La comunión de los santos no es sólo una realidad ontológica que viene dada por la inserción en Cristo por la gracia de todos sus miembros, sino también una realidad que con la gracia de Dios se debe construir constantemente. Al igual que hay una santidad ontológica de base sobre la que se construye la santidad moral, hay también una comunión de los santos ontológica de base sobre la que se asienta la comunión vital de los santos, que tiende a edificar la comunidad en la santidad.

Esta realidad de la Iglesia, constituida como comunión de los santos, es «signo e instrumento de la comunión de Dios con los hombres y de los hombres entre sí» (cf. LG 1), «sacramento universal de salvación» a través de la cual, el Cristo glorioso comunica con el don de su Espíritu la redención a los hombres.

De este modo contemplamos la dimensión misionera salvífica del misterio de la comunión de los santos. Jesús envía la Iglesia al mundo como comunión de los santos, como red de amor por medio de la cual atraer a los hombres para que, a través de esta comunión con su Iglesia, puedan ser conducidos a la comunión estable con Dios.

La vida religiosa, signo de la comunión escatológica de los santos

La vida religiosa viene marcada por una vivencia especial de la vocación cristiana y eclesial, en la que por medio de la especial consagración a Dios llevada a cabo con la profesión de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia vividos en comunidad, se convierte para la Iglesia y el mundo en signo de la comunión escatológica en el Cielo, donde los santos secundan libre, gozosa y plenamente la voluntad del Padre en perfecta obediencia, donde los santos viven en íntima comunión de vida y amor esponsal con Cristo su Señor y donde los santos viven la riqueza absoluta de sólo poseer el Don infinito del Espíritu Santo.

Viviendo el carisma agustino recoleto desde la comunión de los santos

Los Agustinos Recoletos, como familia religiosa propia dentro de la Iglesia, podemos decir que tenemos genéticamente una relación especial con esta verdad de fe.

El carisma agustino recoleto se puede interpretar y comprender de un modo especial desde el dogma de la comunión de los santos. Si el espíritu agustiniano dentro de la vida religiosa pone de relieve la comunidad y el espíritu de comunión que caracteriza todas las dimensiones de su vida religiosa, el espíritu recoleto, se define por una marcada búsqueda de la perfección religiosa y de la santidad en la vivencia del amor, en un recogimiento y camino espiritual de santidad comunitaria.

Por ello los Agustinos Recoletos tenemos como carisma especial vivir de un modo intenso la realidad de ser «comunión de los santos» de la Iglesia y de la vida religiosa.

Nuestra propia dimensión apostólica debe ser vivida según la óptica de la comunión de los santos que se abre en «salida económica salvífica» invitando a los hombres a entrar y vivir con plenitud la comunión de los santos, que es la Iglesia, e invitando a los hombres a participar de su peculiar modo agustino recoleto de vivir esa comunión.