El 4 de octubre, fiesta de san Francisco de Asís, concluye la campaña ecuménica anual ‘Tiempo de la Creación’; y hasta el próximo 12 de octubre se lleva a cabo la III Caravana por la Ecología Integral. La Familia Agustino-Recoleta se suma al cariño y cuidado de la Casa común.
En la carta a los Romanos se representa a la Tierra como a una madre que gime como si estuviera dando a luz (Rom 8,22). Francisco de Asís se refirió al planeta como nuestra hermana y nuestra madre en su Cántico de las criaturas. Para el creyente, la Tierra debe ser un don del Creador, una madre que nos cobija y nutre, nunca un medio para enriquecerse.
“Esperar” en el contexto bíblico no es quedarse quieto y callado, sino más bien algo activo, firme y visible: gemir, clamar y luchar son parte de la espera. Al igual que en el parto, pasamos por un período de intenso dolor, pero para que pueda surgir una nueva vida.
En esta “espera” es donde se enmarca la “esperanza” que permite superar la decadencia, esperanza que es toda una protección y un resguardo contra la futilidad; esperanza que nos lleva a la libertad y la responsabilidad de hacer del mundo un lugar mejor.
El cambio climático producido por la carbonización de la atmósfera tiene como solución el uso de otras fuentes de energía que nos permitan abandonar los combustibles fósiles. La energía eléctrica, por su rango cero de emisiones, es la solución más viable en la actualidad.
Sin embargo, este proceso de cambio de modelo energético también trae sus propios problemas y desafíos. Algunos de los materiales usados en las energías de cero emisiones no son abundantes ni su extracción se da a coste cero, ni ecológica ni socialmente.
La descarbonización ha traído un extractivismo sin ley en la búsqueda de estos materiales que ni siquiera es nuevo: ya se dio en la historia de la industrialización humana. Podemos cambiar el carbón o el petróleo por el litio, pero todos salen de la misma Tierra.
Este análisis se vuelve más humano y completo si preguntamos a los habitantes del valle del río Jequitinhonha en Minas Gerais (Brasil), donde se concentra el 8% de las reservas de litio del planeta: ¿qué ha pasado con el agua que consumen? ¿Dónde han ido a parar la fauna y la flora de su región? ¿Por qué visitan con frecuencia al médico aquejados de dolencias respiratorias? ¿Qué ponen sobre su mesa para comer que venga de su entorno inmediato, como antes, cuando tenían sus huertas y cultivos?
El extractivismo voraz, sin control y sin medida, sin ley y con el lucro como único criterio, ha llevado a consecuencias irreversibles y profundamente dañinas sobre todo en el Sur global, cuyos habitantes son las víctimas concretas de la avaricia de otros. Explotar el suelo y el subsuelo sin tener en cuenta a las poblaciones y dinámicas locales lleva seguro al desastre.
Estas poblaciones jamás están representadas en los órganos de decisión, evaluación y planificación de la actividad económica. Las voces que se han podido levantar se enfrentan a un enemigo grande, que cuenta con recursos y no se anda con chiquitas. Entre 2012 y 2023 han sido asesinados más de dos mil defensores de la tierra. Solo el año pasado fueron 196, 166 de ellos en Latinoamérica, según Global Witness.
Ya hubo voces en los años 80 y 90 del siglo pasado que comenzaron a clamar por los pueblos vulnerables, como la misionera agustina recoleta Cleusa Carolina Rodhy Coelho, asesinada en medio de las tensiones por el uso de las reservas indígenas del Amazonas para el lucro para unos pocos. Actualmente, la Familia Agustino-Recoleta forma parte de la Eco-Augustinian Alliance, con otras familias religiosas de corte agustiniano. Porque decía san Agustín:
“Mira de nuevo, si puedes. Ciertamente no amas sino lo bueno, pues buena es la tierra con las cresterías de sus montañas, y el tempero de sus alcores, y la llanura de sus campiñas; buena la amena y fértil heredad, buena la casa con simetría en sus estancias, amplia y bañada luz”… (Trinitate 8,3,4).
El papa Francisco invita a mantener un enfoque de ecología integral, que no olvida “la justicia en los debates sobre el medioambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres” (Laudato Si’ 49).
El mensaje de la campaña ecuménica del Tiempo de la Creación 2024 refuerza esa comprensión integral desde la urgencia de escuchar el dolor de la tierra que está enferma, dando respuestas concretas que son ecológicas, económicas, sociales y políticas.
El Papa no se cansa de llamar a acciones eclesiales sinodales que dan protagonismo a los pueblos y las comunidades. En Laudate Deum (2023) ha pedido un “multilateralismo desde abajo” con representación de las comunidades locales y los desfavorecidos en los debates para solucionar los problemas de la humanidad y advertir de sus problemas específicos.
La solución de los problemas globales solo puede darse “entre todos” porque el mundo es de todos. Las comunidades afectadas más directamente por los problemas globales deben tener su espacio para mostrar su dolor y sufrimiento porque son ellos quienes pierden su tierra, se contaminan sus aguas y su aire.
Los pueblos originarios nos dan lecciones con sus siglos de historia y de cuidado del entorno, su forma de relacionarse y de consumir, su relación simbólica con la madre tierra perdida en la sociedad industrial y postindustrial, su comprensión de la Naturaleza como un ser vivo del que dependen y al que miman y respetan, su sentido común de “no tirar piedras contra el propio tejado”.
Los niños crecen descalzos para no olvidar sus raíces, de dónde vienen, de qué dependen. La tierra es parte de su identidad como pueblo y lo graban a fuego en sus corazones. Descalzos, porque la tierra, su tierra, es sagrada y forma parte de su propio ser. Su relación con la tierra es viva, sana, fraterna. Tienen una conciencia absoluta de que dependen de ella. Y la cuidan tanto como a su madre. ¡Yo te cuido, tú me cuidas!
La Familia Agustino-Recoleta convive con varios de estos pueblos originarios y con las comunidades más vulnerables del Sur global. Sirviendo a esas comunidades, acompañándolas, ha aprendido que la tierra es una verdadera madre.
De pequeños cantábamos una canción mariana que decía que teníamos dos madres: “las dos me quieren a mí, las dos me entregan su amor, a las dos las quiero y las amo, a las dos les doy mi amor”. A lo mejor tendríamos que añadir una tercera madre: la madre biológica, la madre espiritual que está en el Cielo, y la madre material que es la Tierra.
¿Seremos capaces de volver a ver la tierra como la heredad, el regalo de Dios, como la casa de toda la humanidad bañada por la luz divina de Dios?
¿Seremos capaces de volver a amar la tierra como esa madre buena y bella que nos cuida y debemos cuidar?