Sofía (Costa Rica), Sergio Felipe (España) y María Lorenza (Ecuador) son tres de los voluntarios que han pasado un tiempo de voluntariado en Totonicapán (Guatemala) de la mano de la Red Solidaria Internacional Agustino-Recoleta, ARCORES.
ARCORES ha conformado un grupo de doce voluntarios para colaborar en distintas acciones solidarias de la misión de los Agustinos Recoletos en Totonicapán (Guatemala) durante el mes de agosto. Eran cinco españoles, una costarricense, una ecuatoriana y cinco voluntarios locales receptores de una beca universitaria.
La propia convivencia cotidiana de los doce voluntarios, intensa, ha sido de una riqueza cultural enorme, asociada y sumada a la que se vivía conociendo de primera mano la sociedad local. Tareas relacionadas con la educación y con las visitas domiciliares han constituido el eje principal de su estancia.
Sofía es de Pozos de Santa Ana, en la provincia de San José, en Costa Rica. Diseñadora publicitaria, con 24 años se ha decidido a hacer este voluntariado: “Buscaba hacer feliz mi corazón ayudando y haciendo felices a otros, aprender de otras culturas, inspirarme y usar mi creatividad, crecer emocionalmente y mentalmente, tener conciencia y solidaridad”, dice.
Desde hace casi diez años ha sido testigo de la tarea socio-evangelizadora de los Agustinos Recoletos en Costa Rica a través de su parroquia y sabe que un mundo más humano y justo solo se puede construir con personas más sensibles y solidarias.
La recepción en Totonicapán ha sido, para ella, increíble: “quienes han formado parte de esta experiencia ahora tienen un espacio muy especial en mi corazón”, indica. También cree que habría que incentivar a que más jóvenes se decidan por hacer un voluntariado:
“Ahora, a los míos, voy a contarles absolutamente todo lo que he vivido, ojalá más personas puedan formar parte de este proyecto por el gran impacto positivo que tiene. Veo que educar, animar a continuar los estudios u ofrecer herramientas para que puedan estudiar, desde el amor, el respeto y la solidaridad, cambia vidas”.
Sergio Felipe, de 19 años, ha sido otro de los compañeros de Sofía en este voluntariado. Antiguo alumno del Colegio Agustiniano de los Agustinos Recoletos en Madrid, España, actualmente estudia en la Universidad Rey Juan Carlos, es entrenador y monitor.
“El voluntariado me hace salir de mi ‘zona de confort’ no de una manera convencional, sino dando todo de mí para hacer mejor la vida de otros. Ha traído a mi vida gente nueva con las mismas ganas que yo en ayudar. Con ellos he compartido esta experiencia que me define como persona y que me ayuda a mi desarrollo personal”.
También destaca el recibimiento de la gente en Totonicapán:
“Ha sido alentador, tanto los compañeros de voluntariado como la gente me recibieron con los brazos abiertos, dispuestos a darme la oportunidad de conocerme y de dejarse acompañar y ayudar. No podría haber pedido más, me he sentido acogido, casi como en casa, desde el primer momento que nos fueron a recoger al aeropuerto”.
Sergio Felipe tiene muy claro su objetivo y su deseo para ser voluntario: “Mi objetivo principal es ayudar, dejar mi huella, cambiar la vida de los demás con mi alegría, recibir el cariño de los que me rodean, conocer gente nueva, y mejorar como persona a través de esta experiencia.
A quien de verdad sienta vocación por ello, le recomiendo hacer un voluntariado, con una buena preparación y con buena actitud va a disfrutar y le va a servir personalmente, además de que va a ayudar a muchas personas.
Ahora es momento de contar la realidad que he vivido, que no llega muchas veces a los oídos de la gente: cómo viven aquí, sus tradiciones, sus particularidades, el amor con el que me recibieron, lo agradecidos que se sienten por poder disfrutar de la vida.
Todos podemos informarnos de cómo ayudar, porque hay mil maneras que se adaptan a cada uno. La más sencilla es la económica, que se agradece mucho en destino, pero puedes donar ropa o juguetes en buen estado que ya no se usen, viajar y ayudar como hice yo… Cada uno debe encontrar cómo poner su granito de arena. Se necesita muchísima ayuda para combatir la pobreza y la desigualdad”.
María Lorenza es trabajadora de gestión social y ecuatoriana, y se sumó a este grupo de voluntariado en Guatemala para “adquirir nuevas habilidades, nuevas experiencias, conocer gente nueva y la realidad de otro país aprovechando el enfoque integral con que trabaja ARCORES, que además de la ayuda inmediata gestiona proyectos a largo plazo para promover la justicia social, la paz, y la igualdad”.
Destaca de la gente de Totonicapán su modo de ser hospitalarios y agradecidos, resilientes y comprometidos con el servicio. También destaca las experiencias compartidas con la comunidad recoleta, con las hermanas que trabajan en la labor social, con los otros voluntarios.
Tras las primeras jornadas de adaptación y conocimiento del entorno inmediato, los días de los doce voluntarios transcurrieron especialmente con el campamento de refuerzo educativo con tres grupos de alumnos por las mañanas y otros dos grupos por las tardes. Participaron en total más de 60 niños y niñas desde tercero de Primaria hasta Secundaria.
A las aulas se sumaban deporte y juegos para mejorar el rendimiento y asegurar la interacción positiva y activa de los beneficiarios. En el gimnasio de la escuela los voluntarios participaron en el juego del baloncesto; y se organizaron partidos de vóley y de fútbol.
Cinco niños que por diversas razones no podían acudir a la parroquia para el campamento, recibieron ayuda a domicilio. Su progreso fue lento, pero significativo.
Además se organizaron visitas a 17 familias a las que se donaron productos de primera necesidad: azúcar, frijoles, arroz, leche en polvo, aceite, jabón e incamparina, un complemento alimenticio de harina de maíz y soja con vitaminas.
La casa de Yolanda fue reconstruida después del paso del huracán Mitch (1998). Hubo tiempo para beber cebada, comer “chuchito” (plato emblemático de la gastronomía guatemalteca, con masa de maíz, salsa de tomate y con relleno de carne) y una sesión de fotos con los coloridos trajes típicos de la región.
En otro hogar se encontraron con Ezequiel, un niño con problemas buco-palatales. Recibió un refuerzo en matemáticas mientras otros voluntarios ayudaban a hacer la colada, cortar leña o preparar incamparina. Fue uno de los cinco chicos que recibió el refuerzo escolar domiciliar.
Diez familias de una comunidad rural enseñaron con orgullo su invernadero de tomates y su gallinero. Producen lo suficiente para ellos y para vender otro poco al resto de la comunidad.
Otras visitas fueron más impactantes, como cuando se encontraron con cuatro niños pequeños que vivían con su madre, viuda y con problemas de alcoholismo, en una casa sin condiciones higiénicas. Los voluntarios limpiaron e hicieron una comida para los pequeños.
En otra comunidad rural los voluntarios ayudaron a limpiar de malas yerbas el campo de maíz de una mujer, para mejorar el rendimiento de su cosecha.
En casa de Simeona, de 47 años, madre de uno de los niños beneficiarios del campamento escolar, advirtieron que ella lavaba la ropa encima de una piedra en el suelo, en una postura muy incómoda y perjudicial. Consiguieron comprar e instalarle una pila de hormigón. Simeona la estrenó y por primera vez en su vida lavó la ropa de pie, en una postura mucho más natural. Todos los voluntarios coincidieron: “jamás vimos una cara de mayor felicidad”.
Además de los domicilios, hubo tiempo para visitar el Dispensario médico parroquial. El doctor, Israel, explicó cómo algunos de sus usuarios más frecuentes son los presos de una cárcel situada pared con pared del dispensario. Los voluntarios dejaron material médico. Ya en el Hospital, visitaron el área de urgencias y escucharon de los profesionales los principales desafíos a los que se enfrentan.
La última semana, la emisora de radio comunitaria Xetinimit invitó a los voluntarios de ARCORES al programa de las Juventudes de Acción Católica para compartir su experiencia con la audiencia y agradecer el recibimiento por parte de la comunidad local.
Omar Bulux, uno de los universitarios becados que ha actuado esas jornadas como voluntario de ARCORES, presentó su libro Una vida al borde de la eternidad, dirigido a jóvenes y centrado en el crecimiento personal.
Como resumen, los voluntarios de ARCORES dejaron escrito un blog en la web de la institución solidaria: “Totonicapán, tierra mágica, nos ha cautivado y enamorado por su gente, su forma de ser y de vivir, sus paisajes y su sed de dignidad y de progreso”.