
Los misioneros agustinos recoletos en general lograron entrar en el alma china, por lo que supieron respetar y valorar las manifestaciones culturales y tradiciones del pueblo chino, condición indispensable para realizar su misión de evangelización.
Comprensión y valoración de la Cultura china
La acción evangelizadora del misionero comienza con el proceso de inmersión en un pueblo con su propia realidad sociocultural, nueva y distinta de la del misionero. Una inmersión en la cultura que porta inevitablemente a una observación, análisis y descripción, más o menos reflexiva, sobre la realidad del pueblo al que se va a evangelizar. El propio bagaje cultural del misionero desde el que se enfrenta con esa nueva realidad influye en el modo de comprender la diversidad del otro.
En el análisis de la realidad cultural, el misionero debe saber evitar una actitud etnocéntrica, que lleva a juzgar a los otros y su cultura solamente desde el punto de vista de los propios valores y de la propia tradición cultural. Es una visión que dificulta la comprensión de la nueva cultura y propende al juicio, la crítica, el desprecio… Debe evitar, al mismo tiempo, una actitud relativista, que no sea capaz de distinguir los aspectos positivos y negativos de la cultura tanto de origen como de destino.
Una actitud equilibrada debe llevar al misionero a tratar de analizar con objetividad, intentando entender y comprender el valor y el sentido que dentro de aquel sistema cultural tienen ciertas realidades que contrastan con las propias. Los misioneros «deben llegarse a los pueblos con la caridad del corazón, por la que, no metiendo a los demás en los propios moldes, se esfuerzan, con un espíritu abierto y bien dispuesto, a comprenderlos, estimarlos y amarlos».
La visión del misionero, a la hora de comprender, analizar y describir estas realidades, debe estar iluminada desde los valores evangélicos y estar orientada al desarrollo de la evangelización. Comprender la realidad sociocultural y el modo de ser de las personas desde el evangelio, para saber cómo llevar y presentar el evangelio de modo más significativo y acomodado a su idiosincrasia.
La visión de los frailes agustinos recoletos sobre la cultura china abarcó con profundidad y respeto las complejidades de un pueblo antiguo y orgulloso de su herencia. Al adentrarse en el corazón de China, los misioneros se encontraron con una sociedad que, aunque aislada, destilaba un sentido fuerte de identidad cultural y autonomía. Este aislamiento no era un signo de ignorancia, sino una manifestación de un pueblo que había elegido cultivar sus tradiciones y valores por encima de influencias externas.
La admiración de los frailes se extendía a la pasión china por la literatura y la educación, observando cómo incluso en las capas más modestas de la sociedad, existía un deseo ardiente por el conocimiento y la sabiduría. Padres e hijos por igual se esforzaban y sacrificaban para alcanzar una educación que era vista como el camino hacia un futuro mejor.
En el ámbito de la salud, los misioneros distinguieron entre la medicina china oficial, que utilizaba plantas medicinales y contaba con médicos de variada habilidad, y la medicina privada, donde especialistas altamente competentes realizaban curaciones notables. A pesar de la gradual introducción de la medicina occidental, había un reconocimiento de la eficacia y la singularidad de las prácticas médicas chinas.
La moralidad y honestidad pública eran aspectos que los frailes encontraban notables en la vida cotidiana china. La ausencia de espectáculos públicos lascivos y la discreción en la interacción entre géneros reflejaban una sociedad que valoraba la decencia y la integridad. Sin embargo, esta moralidad pública a veces ocultaba comportamientos privados que no se alineaban con los mismos estándares éticos, revelando una tensión entre lo personal y lo social.
La “cara”, o reputación, era un concepto central en la vida china, donde la percepción pública de la moralidad y la honradez tenía un peso considerable en la vida social y personal. Esto, a su vez, podía llevar a una desconfianza mutua, ya que la verdadera naturaleza de las personas a menudo permanecía oculta detrás de una fachada de respetabilidad.
Los frailes también observaron cómo los chinos manejaban sus asuntos con un enfoque pragmático, utilizando intermediarios y banquetes para resolver disputas de manera que beneficiara a todas las partes involucradas. Este enfoque reflejaba una sociedad que valoraba el consenso y la armonía sobre la confrontación directa.
El materialismo y el mercantilismo eran rasgos prominentes, con un fuerte énfasis en la acumulación de riqueza y éxito en los negocios. Sin embargo, esta tendencia no eclipsaba la curiosidad innata del pueblo chino ni su capacidad para apreciar y recordar los actos de bondad, mostrando una profunda gratitud hacia aquellos que los beneficiaban.
En cuanto a la religiosidad, los frailes encontraron una diversidad de creencias que iban desde el politeísmo hasta el ateísmo. A pesar de la influencia positiva de la ética confuciana, había una tendencia hacia un enfoque transaccional de la fe, donde los rituales y la veneración estaban a menudo motivados por el deseo de obtener beneficios materiales o evitar desgracias.
Respecto de los aspectos culturales más negativos que golpearon el corazón de los misioneros fue la condición social de las mujeres y las niñas, sin casi ningún valor social en una sociedad fuertemente machista. La madre, incluso cuando enviudaba, quedaba en un segundo plano en la familia, ahora bajo la tutela del hijo mayor varón. Este desprecio de la mujer junto con las difíciles condiciones socioeconómicas entre la gente sencilla de la campiña llevaba como amarga consecuencia la lacra del infanticidio y la venta de niñas para comercio sexual.
Estudio del idioma chino
El estudio de la lengua de un pueblo es el principal camino de comunicación y de penetración en su espíritu y su cultura. Siendo el chino, en comparación con las lenguas latinas, sencillo en su gramática, sin embargo, por la gran diferencia que representa en otros muchos aspectos, se hace difícil su estudio y su profundización.
Respecto del aprendizaje del idioma, el concilio de Shanghái destacó la importancia de aprenderlo no de manera superficial, sino alcanzando cierto nivel con que pudieran hablar y predicar con fluidez y con fruto. Exigió que el primer año estuviera dedicado exclusivamente al estudio formal con maestro, con lecciones y examen del idioma. Pasado ese año, se recomendaba vivamente otro año más bajo la guía de un misionero veterano, combinando el estudio de la lengua, incluidos caracteres si era posible, con la introducción a las labores pastorales. Estas normas entrarían en vigor en 1929, cuando el cuadro inicial de misioneros ya llevaba cuatro años en China. Sabemos que la política de monseñor José Tacconi no fue esa.
Los frailes se dedicaron con ahínco al estudio del idioma chino, pero en unas condiciones y con unos medios tan pobres y con un tiempo tan reducido que era realmente imposible que pusieran unas bases sólidas para su apostolado posterior.
Verdaderamente fue heroico el esfuerzo y el empeño de los misioneros para superar tantas dificultades con tan pocos medios. Decía el padre Sabino Elizondo:
Yo lo he cogido con verdadero empeño y no dejo la gramática sino para coger el breviario», si bien reconocía que «estudiándolo hay que mirar un rato al libro y otro rato al cielo para no desmayar.
En el horario de la comunidad, queda reflejado que en esa época dedicaban dos horas diarias a las clases de chino y cerca de cuatro horas diarias para el estudio personal.
Los padres usaban cuatro tomos de una gramática china en español en la que iban iniciándose en el idioma con la guía y ayuda del padre Cattaneo al principio y de los mismos padres recoletos más antiguos después. Así lo contaba el padre Joaquín Peña:
Acudíamos a la celda reducida y desamueblada del Reverendo P. Alegría con nuestra gramática del P. González, dando el último vistazo a la lección del día. […] Allí pasábamos un buen rato repitiendo las frases más usuales y, sobre todo, el modo ordinario que tenían los cristianos de nuestra misión para confesarse, pues esto era lo que más urgía.
Tras ese aprendizaje ensayaban lo que habían aprendido con los chinos que se encontraban por la misión a fin de ir acostumbrando el oído a la entonación. Pese a los esfuerzos los frailes reconocerán a los nuevos que llegan la dificultad de pronunciar y distinguir bien los tonos, pero que lo importante era llegar a entenderse.
Este rudimentario aprendizaje se extendió por tiempo de seis meses, y siguiendo el deseo del obispo monseñor José Tacconi comenzaron a dispersarse por los diversos puestos de la misión, donde se darían un baño de realidad sobre lo pobre e insuficiente de esa formación lingüística inicial.
Padre Mariano Gazpio
Veamos el ejemplo del padre Mariano Gazpio que junto con el padre Alegría eran los más destacados en el idioma y que fueron los primeros encargados de fundar un puesto misional. El día de su encuentro con la realidad de su misión le produjo una profunda sacudida interior que le espoleó a dedicarse con todas sus fuerzas al estudio de la lengua, siempre con los escasos medios de que disponía. Así lo describe:
Cuando llegué el día 28 de Octubre de 1924 llegué por la tarde a nuestra Casita Misión en Chen li Ku y vi aquellas casucas de tierra, de aspecto miserable y me encontré dentro de un pequeño patio, cercado de una tapia de tierra, frente a unos siete cristianos que me saludaban a su modo y con quienes no podía comunicarme, por no saber aún sino dos palabras de chino, el corazón al instante me dio una fuerte sacudida y poseído de una cierta tristeza interna penetré en la casuca que desde entonces sería mi continua morada.
Esta situación le duró pocos días. Movido por la presencia piadosa de los fieles, que, aunque muy pocos, eran muy piadosos y constantes, palpó la necesidad de aprender pronto la lengua de los naturales para cumplir la santa misión que le había sido encomendada. Pero una cosa era poder entenderse un poco y poder escuchar las confesiones de los fieles, otra cosa era el lograr predicar y explicar la doctrina, que era asunto que requería mucha más preparación, sobre todo por temor a explicarse mal o decir cosas incorrectas en materias tan importantes y delicadas. Cuando llevaba ya un año en China esta era su situación al respecto:
Sin otro profesor que mi buen deseo de aprender el idioma de los naturales, y rodeado de gentes que no tenían idea de enseñar, ni que tampoco comprendían el porqué de ciertas preguntas que entonces les dirigía, bien puede comprender V. R. que, en tales circunstancias, a pesar de llevar en China todo un año, no me era posible expresarme con soltura en materias que de suyo requieren gran cuidado y atención.
En orden a poder adquirir un vocabulario, un lenguaje y una pronunciación más adecuadas para la predicación se sirvió del estudio de varios libros de doctrina escritos en lenguaje sencillo que su sirviente le leía en voz alta y despacio por dos horas diaria para acostumbrar su oído a la pronunciación y acumular un acervo de vocabulario y expresiones adecuadas para la predicación evangélica. Tras cuatro meses de esta disciplina el padre Gazpio fue capaz de predicarles todos los domingos, comenzando por cinco minutos, que se fueron extendiendo a medida que cogía más confianza.
Como hemos visto los primeros misioneros no tuvieron un verdadero maestro, sino sólo el acompañamiento del padre Cattaneo y de un libro de gramática. Pasados seis meses tuvieron que abrir los puestos misionales, asumiendo poco después el papel de sacerdotes veteranos que ayudaban a los novatos con el idioma. El propio Francisco Javier Ochoa, en medio de tantas responsabilidades no tuvo la suficiente tranquilidad para poder dedicarse exclusivamente durante un tiempo adecuado al estudio de la lengua.
El problema es que, posteriormente, el propio Ochoa, siendo él el responsable de la misión, aun cuando concediese algunos meses más al estudio inicial del idioma, pero sin llegar siempre al año mínimo de estudio, siguió adoptando un sistema similar, dejando la enseñanza del idioma en manos de los religiosos más antiguos, incluso cuando en la misión hubo un periodo de paz estable, entre 1931 y 1937, y tuvo la oportunidad ofrecida por el Delegado Apostólico, monseñor Celso Costantini, de que los misioneros fueran a estudiar mandarín en la universidad católica de Furen que había sido abierta en Pekín en 1928.
Edificios sagrados
El mismo delegado apostólico, monseñor Celso Costantini, fue pionero y gran impulsor de la inculturación artística en la construcción de los edificios eclesiales. En este sentido, con motivo de los planes de construcción de la nueva iglesia de Kweiteh, hubo sugerencias de monseñor Costantini al padre Ochoa para que se aprovechara a tomar en consideración el arte chino en su construcción y decoración.
Cuando el padre Ochoa le mostró en junio de 1925 los planos de la iglesia que un arquitecto español de Shanghái había diseñado «tanto el interior y como el exterior en perfecto estilo Romano», monseñor Costantini, exhortó cortésmente al padre Ochoa a reconsiderar lo que le había manifestado sobre el estilo de la Iglesia, y de cómo, en los tiempos y circunstancias nuevas de China, lo más apropiado era adoptar el estilo chino. Estas sugerencias no encontraron eco ni acogida en la mentalidad inicial de monseñor Ochoa. De hecho, la Iglesia se construiría entre el 1929-1930 con su estilo occidental original. El padre Ochoa tenía las ideas muy claras al respecto, y consideraba el estilo no occidental sino católico, y no compartía el empeño de monseñor Costantini en este asunto de usar la arquitectura y arte chinos.
Posteriormente, entre los frailes de la misión, habría algunos que aceptarían el mensaje de monseñor Costantini, haciéndose eco de él en la revista misional y presentándolo como lo más natural y concorde con la naturaleza de la Iglesia Católica y de la misión.