Voluntariado de JAR Chihuahua en Ciudad de los Niños. Agustinos Recoletos. 2024.

Tres jóvenes de JAR Chihuahua desarrollan entre el 27 de septiembre y el 12 de diciembre un voluntariado en la Ciudad de los Niños de Costa Rica y ven cómo sus vidas cambian, se llenan de experiencias positivas y de aprendizajes para ser más felices, conscientes y comprometidos.

El mundo post-pandemia y los nuevos ciclos sociales, económicos, estratégicos y políticos globales han modificado significativamente en los últimos años la manera que tienen los jóvenes de vivir la fe y de participar en iniciativas sociales y comunitarias.

Para dar respuesta a este nuevo desafío, el último Sínodo de las Juventudes Agustino-Recoletas (Salamanca, España, 2023) ha puesto especial énfasis en el discipulado misionero y en el ejercicio activo y creativo de la vocación de servicio a la Iglesia y a la sociedad local.

Por este motivo, JAR México promueve el voluntariado y la misión como espacios de revitalización y de renovación personal y comunitaria. El voluntariado es una impactante oportunidad de crecimiento personal y espiritual que no solo incide en el voluntario de modo individual, sino también en su entorno inmediato (familia, amigos, grupo juvenil), en la sociedad que le rodea habitualmente y con las personas del lugar donde se desarrolla el servicio voluntario.

Las propias JAR se renuevan y revitalizan de un modo palpable: cuantos más de sus miembros tienen esta experiencia de encuentro, empatía y servicio con los demás, especialmente con los más desfavorecidos, más se une el grupo, crece el sentimiento de identidad, el conocimiento mutuo, el cariño se intensifica y los lazos se fortalecen.

JAR México cuenta con alrededor de 150 miembros divididos en tres grandes espacios geógráficos: Chihuahua (60 miembros), Ciudad de México (30 miembros) y Querétaro (132 miembros en el Colegio Fray Luis de León y 20 en Lomas de Casa Blanca). Durante su voluntariado, los JAR mexicanos tienen la oportunidad de encontrarse con los 140 miembros de las JAR Ciudad de los Niños.

Bryan Ricardo, Carlos Humberto y Diana están entre los 24 y los 27 años de edad. Son mexicanos, miembros de las Juventudes Agustino-Recoletas (JAR) y se encuentran en Costa Rica colaborando con la Ciudad de los Niños, el proyecto socioeducativo de los Agustinos Recoletos que ofrece una educación integral, escolar y técnica, a jóvenes de comunidades desfavorecidas para que rompan el ciclo de la desigualdad y cuenten con herramientas para tener un proyecto de vida digno y colaborativo.

Este es su testimonio.

Brayan Ricardo Romero • 24 años

Este voluntariado es un viaje transformador, tanto personal como comunitario. Me motivó la necesidad de compartir con los beneficiarios y el equipo que les atiende mis vivencias y aprendizajes, de ayudarles a encontrar un camino de satisfacción personal y bienestar emocional.

Uno de los mayores desafíos ha sido adaptarme a este entorno culturalmente distinto, como en el caso de las comidas, que me costó especialmente, pero que me recordó que el voluntariado no solo es sobre lo que damos, sino también sobre lo que aprendemos y recibimos.

Me ha marcado mucho comprobar la valentía de los beneficiarios. Lejos de sus familias, por voluntad propia, siguen el camino de su educación de un modo admirable; sin atajos, han optado por el esfuerzo y la superación personal: es una lección poderosa.

También me marcó la campaña “Unidos por una Cena”, un momento de encuentro de los jóvenes de la Ciudad de los Niños con personas excluidas, que no solo sufren la carencia económica, sino también de amor, salud y fe. Me enseñó a ver más allá de lo material, a valorar la empatía, la capacidad de ponerse en el lugar del otro.

Ha cambiado de manera significativa mi forma de ver el voluntariado. El impacto no siempre es inmediato, ni se mide en grandes acciones, sino en pequeños gestos de apoyo, de escucha y de presencia. Me ha hecho más empático y consciente de la importancia de generar soluciones justas y sostenibles. He comprendido que ser voluntario no solo transforma a la comunidad a la que sirves, sino que también te transforma a ti.

Es importante estar apasionado por la causa, el amor por servir es fundamental para mantener el entusiasmo. Es una oportunidad no solo para ayudar, sino para crecer como persona y descubrir nuevas formas de conectarse con los demás.

Cada día me siento agradecido por contribuir sabiendo que, aunque mis acciones puedan parecer pequeñas, están ayudando a construir una comunidad más resiliente y empática.

Carlos Humberto Estrada • 24 años

Esta ha sido una oportunidad única para sembrar una semilla con lo que he aprendido y compartido. Convivir con los chicos en su vida diaria, saber cómo piensan, de dónde vienen, cómo se han superado, me ha ayudado a, sobre todo, a aprender de ellos.

Uno de los mayores retos es estar lejos de mi familia: por momentos me he sentido solo, con nostalgia y tristeza. Sin embargo, conseguí enfocarme más en mi espiritualidad y en mi capacidad para sobrellevar los pensamientos negativos con el mismo servicio voluntario.

En la actividad “Unidos por una cena” me encantó guiar a los jóvenes a ayudar a los necesitados. Ver cómo se encendía en ellos la chispa solidaria me llenó de alegría. Es un recuerdo que me acompañará siempre, porque me hizo sentir parte de algo más grande.

Al principio, tenía muchas dudas y miedos; pensaba que los jóvenes no se acercarían, que nos tratarían como extraños. Con los días estos temores desaparecieron y empezamos a convivir de una manera más cercana. Hoy me siento su amigo, parte de su vida.

Este voluntariado también me ha ayudado a trabajar más en equipo, a comprometerme más con mi fe y a ser un mejor oyente. He aprendido a compartir enseñanzas y consejos, y eso me ha impactado profundamente. Me ha hecho valorar aún más a mi familia y me ha dado claridad sobre mi capacidad para organizar, crear e integrar ideas en cualquier comunidad.

Mi consejo para hacer un voluntariado es confiar en uno mismo, no tener miedo a enfrentar temores y lanzarse a la experiencia. Es un reto, pero también una oportunidad de crecimiento que no se encuentra tan fácil en cualquier otra actividad.

En lo personal, el voluntariado ha sido para mí un compromiso, un aprendizaje constante y una oportunidad de superación personal. Ojalá sepa motivar a más jóvenes a sumarse a voluntariados, formar y preparar a otros para que vivan una experiencia tan satisfactoria como la mía.

Siento que mi contribución en Ciudad de los Niños ha sido positiva. He acompañado y motivado a los jóvenes, los he animado a través de la música y, más importante aún, he dejado una huella en su fe y en su motivación para seguir adelante.

Diana Laura Mendoza • 27 años

Desde el principio, mi motivación como voluntaria era clara: quiero servir, aprender de esta comunidad y crecer espiritualmente, siguiendo la voluntad de Dios. No tenía idea de cuánto esta experiencia cambiaría mi perspectiva ni de su impacto profundo en mi vida.

El mayor desafío que enfrenté fue salir de mi zona de confort. Es fácil quedarse en lo que conocemos, pero estar aquí me ha exigido abrirme, tanto para conocer a los demás como para dejar que me conozcan. Este proceso ha sido transformador, me ha permitido conectar de manera genuina con los jóvenes y colaboradores, y he descubierto que cada acción, por pequeña que parezca, puede tener un impacto enorme en la vida de alguien.

Al principio, pensaba que la Ciudad de los Niños era un lugar que simplemente brindaba educación y apoyo, pero pronto me di cuenta de que es mucho más que eso: aquí se siembran valores, se ofrece acompañamiento psicológico y espiritual, se brinda un hogar. Cada aspecto de su vida en comunidad les da herramientas para cambiar sus vidas y convertirse en agentes de cambio en la sociedad.

He aprendido muchísimo en este tiempo. Me he dado cuenta de la importancia de escuchar y de estar realmente presente en lo que hago. El servicio, aunque parezca simple, transforma lo que toca cuando se hace con amor y dedicación.

Personalmente, he crecido al aprender a soltar, a valorar cada esfuerzo diario y a encontrar propósito en lo cotidiano. He descubierto que no solo estamos aquí para ayudar, sino para aprender y ser mejores versiones de nosotros mismos.

El voluntariado ha impactado profundamente mi vida. Ahora veo con más claridad el valor de cada persona y me doy cuenta de la importancia de ser un ejemplo para los jóvenes. Todo lo que hacemos deja huella, y estar al servicio de los demás ha cambiado mi forma de verme y de relacionarme con el mundo.

Si alguien está pensando en ser voluntario, le diría que se conozca a sí mismo y que se entregue sin reservas. Este tipo de servicio te transforma y te permite encontrar un propósito más profundo. No hay que tener miedo al cambio, porque cuando te enamoras de lo que haces, todo cobra sentido.

Sé que después de esta experiencia no seré la misma persona. Este voluntariado me ha mostrado lo que es vivir con propósito, y estoy segura de que, a partir de ahora, siempre buscaré oportunidades para seguir sirviendo a los demás.

Lo que más me llena de esta experiencia es saber que el impacto que dejamos no siempre es tangible, pero los jóvenes ven y aprenden de nuestro ejemplo, y eso es lo que realmente deja una huella en sus vidas.