XXII Domingo del tiempo ordinario: “Ser puros de corazón”

Hagámonos eco del salmo: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda? El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua”. Lo que hace impuro al ser humano es actuar con odio o indiferencia hacia los demás.

Por fray Tomás Ortega, agustino recoleto

Después de un paréntesis de cinco semanas (domingos XVII a XXI) en que hemos estado leyendo y meditando del capítulo 6 del evangelio de san Juan —la multiplicación de los panes y el discurso del pan de vida—, volvemos a la lectura del Evangelio de san Marcos.

Nuestra perícopa de hoy ocupa los primeros versículos del capítulo 7, que se destaca por la confrontación con los judíos, especialmente con los fariseos y los escribas, quienes se dedican a espiar lo que dice y hace el Maestro.

En este contexto, Jesús reclamará a estos grupos su dureza de corazón y cómo han cambiado la Ley según sus intenciones, haciendo que el pueblo de Dios se preocupe por cumplir normas y prescripciones y no el mandamiento del Señor.

Las normas sobre la pureza

Un tema ampliamente tratado en la literatura paulina es el de la pureza ritual, que pedía evitar contacto con todo aquello que ensuciase o dejase impuro ritualmente a la persona, al punto que quedaría incapaz de no solo de participar de las actividades religiosas, sino incluso de hacer las tareas cotidianas.

San Pablo tiene enfrentamientos fuertes con los judíos y los cristianos judaizantes, puesto que ponen la pureza ritual por encima del resto de elementos de la fe. Pero el problema no es solo de las comunidades cristianas sino que, como vemos en el Evangelio de hoy, el mismo Señor ya tuvo antes discusiones y debates sobre este punto.

Los fariseos y los escribas enseñan que no se debe comer sin haberse lavado las manos y le llaman la atención a Jesús porque no les dice nada a los discípulos, quienes han comido sin hacerlo (v.5). En nuestra lógica sería correcta la advertencia por motivos de higiene y no religiosos. Pero la respuesta de Jesús no es la que ellos esperan: les echa en cara que han cambiado el orden de los mandamientos, colocando simples prescripciones humanas por encima en importancia a los mandamientos, a la Ley y los Profetas (vv.6-7).

De hecho, Jesús usa una cita de Isaías para echarles en cara su dureza de corazón: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos” (Is 29,13).

Luego Jesús hace una declaración sobre la pureza que rompe con esa visión de la necesidad imperante de ser puro exteriormente. El centro de esta declaración es el corazón humano: “Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro” (vv. 21-23).

Jesús declara así todos los alimentos puros, dice el evangelista. Esta misma idea aparece en la visión de la mesa del cielo de Pedro en los Hechos de los Apóstoles (cf. 10, 9-16).

Jesús reclama la pureza del corazón, de las intenciones, de los deseos… Si como con las manos sucias, ¿quedo impuro ante Dios? No. Lo que hace impuro es comer con las manos lavadas y actuando desde un corazón impuro y lleno de odio o indiferencia hacia los demás.

El mismo salmo da la clave: el que actúa según el querer de Dios es el que puede estar con Él, es digno de Él (cf. Sal 14).

Es curioso que este tema es transversal en el Nuevo Testamento, lo que significa que las distintas visiones sobre la pureza ritual y la obligación real que tenían las personas hacia ella fue uno de los obstáculos más difíciles para superar entre las primeras comunidades cristianas.

Preceptos y preceptos

La primera lectura, tomada del Deuteronomio, parece ir en contra de lo que dice el Evangelio, pero en realidad no. Ambas lecturas se complementan. Moisés recibe los mandamientos del Señor y los transmite al pueblo para que este los conozca, los ame y los cumpla. Al hacer todo esto, el pueblo de Israel se convierte en una nación sabia ante los ojos del mundo.

El Evangelio es un reclamo que indica que no se ha cumplido lo que Yahvé ordenó al pueblo de Israel; evitar llenarse de preceptos humanos: “No añadáis nada a lo que yo os mando ni suprimáis nada; observaréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy. Observadlos y cumplidlos, pues esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales cuando tengan noticia de todos estos mandatos, dirán: ‘Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente, esta gran nación’” (Dt 4, 2.6.)

El reclamo del Señor Jesús es ese: se han añadido preceptos humanos que alteran la Ley y que alejan al hombre de su cumplimento pleno. El Maestro echa en cara a los otros maestros que no enseñen lo que la Palabra dice, sino que se han inventado unas leyes que no responden a lo que Dios pide.

Coherencia de vida

El apóstol Santiago, de quien leemos hoy su carta, nos invita a la coherencia de vida: “Poned en práctica la palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos” (St 1,22). Es decir, que no basta con conocer qué hay que hacer o cómo vivir: hay que cumplirlo.

La religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre es esta: “atender a huérfanos y viudas en su aflicción y mantenerse incontaminado del mundo”, prosigue el apóstol (St 1,27). Todo don viene del cielo, es un regalo, pero no para una autorrealización egoísta y espiritualista.

La vida de fe es encarnada, toca con las manos, mira con los ojos, no está despegada de la realidad. La fe da frutos. Es, de nuevo, la idea que hoy tenemos en el Evangelio: vivir la Ley de Dios según Dios, no según nuestras conveniencias.

Se puede ser muy estricto y literal o se puede ser muy laxo e interpretar todo de manera alegórica, pero en ambos casos no se refleja lo que significa le Ley del Señor. Tampoco hay una vía intermedia: san Agustín decía: “Ama y haz lo que quieras”, pero recuerda también que el amor nunca da frutos malos: “Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos” (Sobre el evangelio de san Juan 7, 7-8)

Vivir los mandamientos del Señor da paz interior y pureza de corazón, nos aleja de los extremos y nos hace dar fruto: ponernos al servicio de los demás, especialmente de los más desfavorecidos.

Hagámonos eco del salmo de este día: “Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda? El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua” (Sal 14,1-3a).