Domingo XXV del tiempo ordinario: quien quiera ser el primero, que sea el último y servidor.

Primera lectura: Sabiduría 2, 12. 17-20; salmo responsorial: Sal. 53, 53, 3-4. 5. 6 y 8: El Señor sostiene mi vida; segunda lectura: Santiago 3, 16–4, 3; evangelio: Marcos 9, 30-37: «¿De qué discutíais por el camino?».

Por Fernando Martín, agustino recoleto.

Grandes o pequeños: ¿qué somos? Grandes o pequeños: ¿qué queremos ser?

¿Por qué los apóstoles no entienden a Jesús y están tan confundidos? ¿Será porque ellos piensan en ser grandes y Jesús les habla de “ser los últimos” y de “servir a los pequeños”? ¿O más bien estará la confusión en el mesianismo de Jesús?

Para los apóstoles, acordes a todo lo que siempre les habían enseñado, el Mesías debería reunir tres características: ser profeta, ser sacerdote y ser rey.

El profeta es el que denuncia lo que pueblo hace mal y anuncia los planes de Dios. En este sentido, tanto Jesús como los apóstoles, coincidían.

El sacerdote es el que representa a Dios ante las personas y viceversa, es también el portavoz de la gente ante Dios. También coincidían en esta misión.

¿Y en la de rey? Evidentemente este aspecto lo entendían de formas divergentes. Los apóstoles esperaban un gobernador civil en toda regla y, si no, que se lo pregunten a Judas; pero Jesús se sabía el rey de la vida y de la historia en un sentido bien distinto.

¿Podría estar aquí la diferencia entre ser grandes o pequeños? En parte sí, pero la pregunta tiene trampa. Una correcta formulación sería: “Grandes o pequeños, ¿a los ojos de las personas o a los ojos de Dios?” Porque el grande a los ojos de Dios es aquel que se hace pequeño y sirve a los pequeños; y el grande a los ojos de la gente es el que tiene o, mejor, posee fama, prestigio, poder y recursos.

¿Cómo queremos ser? Dios y las personas nos van a valorar de forma diferente. Recordemos que en Evangelio se nos recuerda que el que se humilló fue enaltecido y el que sirva será grande en el Reino de los cielos.

Pongamos otro ejemplo.

¿Quién es más importante, más necesario: un policía, un panadero, un maestro, un médico o un misionero?

  • El policía representa el orden, la fuerza, el cumplimiento de la legalidad.
  • El panadero representa el trabajo diario y básico para alimentarse y vivir.
  • El maestro es imagen del saber, del conocimiento, del progreso.
  • El médico se identifica con la salud.
  • El misionero es símbolo de la fe, la bondad y generosidad.

¿Quién es más importante? ¿Quién es más necesario?

Todo depende del criterio con el que se juzgue y se valore: a la hora de responder la clave está en dónde ponemos el corazón. Si nuestras aspiraciones son el estatus o el dinero, valoraremos todo diferente a si ponemos el corazón y nuestro criterio en Dios.

Si ponemos el corazón, la mirada y el criterio en Dios nos daremos cuenta de que no hay trabajos más importantes que otros. Lo importante es hacerlo con amor y con deseo de servir a los demás. El más importante es el que sirve a los demás: da igual que sea policía, panadero, maestro, médico o misionero.

Todos somos necesarios, tú eres necesario. Tu grandeza, a los ojos de Dios, solo depende de vivir tu vocación como servicio a los demás. Los honores son imágenes falsas creadas por un ego inflado. La grandeza de las personas se mide por la bondad de su corazón, por su capacidad de servir y de tener un corazón como el de Jesús, por servirnos unos a otros como Él nos sirvió.

Santa Teresa de Calcuta decía: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”. Para ella, lo único que daba sentido y grandeza a la vida era el servicio. No puede haber nadie más grande que el que tiene el corazón lleno de amor. La plenitud y la grandeza está en el servicio por amor.

José Luis Garayoa fue un agustino recoleto misionero durante años en Sierra Leona y otros lugares del mundo y que falleció en la pandemia de la COVID. Nos dejó estas palabras: “Solo merece la pena vivir por aquellos que merece la pena morir”.

Era una idea profunda sobre las relaciones humanas y el sentido de la vida. Sugiere que la vida adquiere su máxima grandeza cuando está dedicada a personas o causas que son tan importantes que uno estaría dispuesto a sacrificar su propia vida por ellas.

Podríamos entonces decir que solo vale la pena vivir por aquellos que, por su importancia o amor, harías cualquier cosa, incluso morir, como lo hizo Jesús por todos nosotros. Implica un sentido de lealtad, amor y entrega absoluta, como la de Dios.

Ahora solo nos queda responder, no tanto de palabra o de pensamiento, sino de acción: ¿Queremos ser grandes a los ojos de Dios como lo fue Jesús sirviendo? ¿Cómo lo vamos a hacer? ¿Por quién vamos a empezar? No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.