Lecturas: Isaías 35, 4-7a; Sal. 145, 7. 8-9a. 9bc-10; Santiago 2, 1-5; Marcos 7, 31-37: “Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá» (esto es, «ábrete»)”.
Por Fernando Martín, agustino recoleto.
Los bautismos los tenemos asociados al símbolo del agua. El símbolo principal del bautismo es el agua, pero hay otros muchos símbolos en la liturgia bautismal como son el óleo, el cirio, las vestiduras blancas y el effetá.
Este último posiblemente sea el más olvidado, y consiste en que el sacerdote toca los oídos y los labios del bautizando/a diciendo: “El Señor Jesús que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos te conceda, a su debido tiempo, escuchar la Palabra de Dios y proclamar su Evangelio”. Es un símbolo que tiene sus raíces en el Evangelio de hoy.
Jesús hace oír a los sordos, pero de fondo nos está invitando a escuchar su Palabra. Oír no es lo mismo que escuchar. Oír es percibir los sonidos, escuchar es interiorizar el sentido de las palabras.
Jesús cura la sordera para que abramos nuestro corazón a escuchar su mensaje. Oímos a nuestros padres, abuelos, jefes, profesores, amigos, pero muchas veces no escuchamos su mensaje ni su experiencia de vida. Oímos, pero estamos pensando en lo que vamos a responder.
Hay una historia que nos puede ayudar a comprender esta diferencia entre oír y escuchar. Había una vez un ciego pidiendo en la calle con un cartel que decía: “Soy ciego, por favor, ayúdame”. Poca gente le ayudaba.
Una señora no le dio nada pero con un rotulador le cambió la frase: “Es un hermoso día y no puedo verlo”. Y la gente comenzó a ayudarle. El ciego sin saber qué había escrito notó la diferencia y rápidamente preguntó qué había puesto. Ella respondió: “Lo mismo, pero con otras palabras”.
La gente leía, pero no captaba el verdadero mensaje. La mujer curó la sordera de los viandantes. Antes solo oían la enfermedad del ciego, ahora escuchan la realidad de las personas invidentes. Jesús escucha, actúa y sana. La señora también, y nuestra actitud debe ser la misma. Escuchar y actuar para cambiar la realidad. Oír y seguir igual no es la actitud comprometida y coherente del cristiano.
Tenemos que abrir nuestros oídos y aprender a escuchar a Dios. No sólo nuestros oídos, sino que tenemos que abrir nuestros cinco sentidos para sentir la presencia de Dios. Todos los sentidos nos ayudan a acercarnos a Dios.
Contemplemos la naturaleza, la perfección de la creación. Si miramos a nivel macroscópico el universo y a nivel microscópico la complejidad de cada cosa, descubriremos la existencia de una mente creadora y generadora de vida a través de la vista.
Si volvemos la vista atrás y hacemos una relectura de nuestra historia, de nuestra vida, de los diferentes acontecimientos y lo hacemos de una forma creyente, descubriremos cómo Dios nos habla, oiremos cómo su voz nos guía en el interior.
Si cuando una persona buena y santa muere y decimos que ha muerto en olor de santidad es porque las personas también exhalamos el buen olor de Cristo. Fijarse en la actitud comprometida y coherente de otros cristianos/as nos ayuda a inspirar y expirar el espíritu de Dios y sentir que está presente entre nosotros.
Si creemos que afirmamos que Jesús es el Pan de Vida que se hace presente en la Eucaristía es porque a través del gusto podemos alimentar nuestro corazón y nuestro espíritu con la fuerza de su sacrificio.
Si una caricia, un abrazo humano, sana el corazón, cuánto más dejarse acariciar, tocar, arropar y alcanzar por el amor de Dios a través de su misericordia y perdón. Experimentar el abrazo de Dios nos lleva a tomar conciencia de que nuestra vida está en las manos de Dios.
Debemos tener abiertos los cinco sentidos aunque Jesús se haya centrado en el sentido del oído en este pasaje evangélico. Después de muchos ejemplos termina siempre diciendo: “quien tenga oídos que oiga”. La razón es sencilla: la sordera en la Biblia se refiere a la cerrazón del corazón. El pueblo tiene oídos, pero no oye. El sordo vive ajeno a todo, y en muchos casos, centrado en su mundo porque no tiene interacción con el exterior.
La sordera no es fácil de curar. Jesús se lo llevó aparte y allí le curó. Es necesario recogimiento y relación personal con Dios. Esa va a ser nuestra tarea semanal: busquemos tiempos de recogimiento y relación con Jesús para que abra los oídos de nuestro corazón.
Cuando entramos en nuestro interior estamos saliendo al encuentro de Jesús. Podemos, sí, escuchar y sentir su presencia con los cinco sentidos.