Lecturas: Deuteronomio 4, 1-2. 6-8; Salmo 14, 2-5; Santiago 1, 17-18. 21b-22. 27; Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.
Por Fernando Martín, agustino recoleto.
Dicen los expertos que nuestros jóvenes sufren el “Síndrome del pato”. No está catalogado como una enfermedad, pero sí es un problema que afecta a muchos. Consiste en que el pato aparenta normalidad cuando nada por las corrientes del río mientras, por debajo del agua, con sus patas está haciendo un gran esfuerzo.
Nuestros jóvenes externamente aparentan normalidad, pero internamente están sufriendo, viven agobiados, con poca serenidad. Viven a expensas de los likes que reciben en sus redes sociales, son personas frágiles y dependientes de la aprobación de los demás y de su imagen exterior.
Muchos viven presa de la necesidad de la inmediatez cuando esperan las respuestas del WhatsApp o viven en una continua comparativa con los otros sin casi vida interior propia. Todo les genera ansiedad.
Salvando las diferencias, los cristianos de a pie podemos vivir este mismo Síndrome del pato en nuestra vida de piedad y en nuestro compromiso social. Cuando revisamos con honestidad nuestra vida, cuando miramos al corazón aparece esta misma dualidad existencial.
Aparentamos seguridad y coherencia, pero sabemos que internamente no vivimos plenamente el mensaje evangélico. No somos radicales, sino que nos conformamos con un baño superficial a base de cumplimientos.
Cumplimos con todas las obligaciones, participamos en todas las tradiciones, aparentamos una vida religiosa activa según las normas, pero tenemos la sensación de estar lejos de ser auténticos cristianos, sentimos la tristeza de que nos falta vida interior. Exteriormente somos modélicos, interiormente vivimos en sequedad.
¿Cuál es la solución? ¿Cómo se cura el síndrome del pato espiritual? Jesús en el Evangelio de hoy pone el acento en esta contradicción. Dice: “Me honran con los labios, pero su corazón está lejos de mí”, “El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”, y sigue “Os aferráis a las tradiciones de los hombres y dejáis de un lado los mandamientos de Dios”.
Claramente está mostrando la diferencia entre lo que hacemos por criterios humanos de apariencia y lo verdaderamente válido hecho desde el corazón con criterios divinos que dan vida. Dios solo quiere una cosa, que sigamos sus mandamientos, que se resumen en el mandamiento del amor. Una actitud vital que no se puede impostar, pero que solo es auténtica cuando nace y se vive desde el corazón.
Ejemplos se pueden poner infinitos. Uno sabe perfectamente qué persona es y hace las cosas de corazón. Se nota quién dice “te perdono”, pero interiormente está lleno de odio, resentimiento y rencor, sin conocer el poder sanador de la misericordia de Dios.
Se nota aquel que se preocupa de corazón por ti, respecto a aquel otro que dice con una sonrisa de vanagloria “¿qué tal estás?” aparentando ser una persona preocupada. Se nota quién sirve de verdad sin que nadie se entere y feliz de ver al otro bien, respecto a aquel que lo hace forzado.
Nada de lo que está fuera, nada de los que se ve en la superficie es lo que da vida. Lo que sale del interior, lo que se vive en el interior eso es lo verdaderamente importante. Todo lo que sale del interior es lo que da sentido a la vida del ser humano. Es lo que nos hace puros y dignos: dignos de respeto, dignos de amor. Y nos llena de tal manera que nos llena de felicidad y da plenitud y sentido a la vida.
¿Cómo se cura el síndrome del pato espiritual? Con autenticidad, buscando vivir el mensaje de Jesús en su esencia, no en las estructuras externas y tradiciones heredadas. Debemos liberarnos de las apariencias, de la aprobación de los demás y tener criterio propio, que nos juzgue nuestra conciencia de amor.
Busquemos unas miras de vida más altas que las de las normas autoimpuestas. La conciencia de un corazón que se siente amado por Dios es mucho más exigente que un simple cumplimento.
Es verdad que en todo ser humano está la huella del pecado original en forma de orgullo, pero no es menos cierto que en toda persona habita una bondad innata fruto de nuestra imagen de Dios. Dejemos desarrollarse y dar rienda suelta a nuestra bondad.
Podemos ser como aquel aguador que iba todos los días al río a por agua con sus dos tinajas colgadas de los hombros. Una de esas tinajas estaba agrietada y cuando volvía perdía agua, llegando al pueblo con la tinaja a la mitad.
La gente le maldecía, hablaba de su estupidez y pérdida de tiempo. Él callaba, hasta que un día un niño le preguntó: “¿Por qué no arreglas la tinaja?”. Él, con humildad, contestó: “Mira, el camino está lleno de flores gracias al agua que se derrama cuando vuelvo del río”. Aquella agua pura hizo florecer las piedras a su paso, por el camino generó vida.
Pidamos en este día al Señor ser capaces de centrarnos en nuestro interior, no buscar aparentar o cumplir sino vivir el Evangelio para que lo que salga de nosotros genere vida. Desterremos de nuestras vidas el síndrome del pato y busquemos vivir la autenticidad del Evangelio.