Santiago Sánchez, obispo de la Prelatura de Lábrea, Amazonas, Brasil.

El agustino recoleto Santiago Sánchez (Cortes, Navarra, España, 1957) es el obispo de la Prelatura de Lábrea (Amazonas, Brasil), que celebra este 2024 el primer centenario como circunscripción eclesial y en 2025 los 100 años de presencia de la Familia Recoleta.

¿Cómo participan los laicos en la vida de la Iglesia?

En Lábrea desde siempre hemos contado con los laicos, aunque al inicio fuese ante la escasez de sacerdotes, la dispersión, distancias y gran cantidad de comunidades. Llevamos años formando coordinadores, entregándoles materiales y con ellos como principales protagonistas y líderes de la vida cotidiana de su comunidad local.

En la zona urbana también casi todos los grupos pastorales cuentan de forma habitual con los laicos, en parte por la propia estrategia y formalización de las comunidades eclesiales de base como modelo eclesial prioritario en la Prelatura.

El desafío está en la formación, prepararlos para que asuman esta evangelización desde los parámetros de la iniciación a la vida cristiana, lo que es difícil porque ellos mismos están acostumbrados a las tradiciones, esa rémora del “siempre ha sido así”. Pero siempre se ha contado con ellos, y más ahora desde la nueva perspectiva pastoral.

¿Cómo es la atención a la zona rural, a ribereños e indígenas?

En las “desobrigas” clásicas había una visita al año del sacerdote para administrar sacramentos. Este modelo ha dado paso en los últimos 30 años a otro en el que se multiplican las visitas de formación y catequesis, con equipos multidisciplinares, con un destaque merecido para las religiosas en este campo.

La mayor dificultad está en los elevados costes operativos en recursos y en tiempo. Además, las comunidades rurales están cada vez más despobladas. La atención es buena pero diría que escasa: ojalá pudiésemos organizar más viajes.

¿En los centros urbanos, cuáles son los problemas principales?

La Prelatura tiene 100.000 habitantes, y en la zona urbana de Lábrea viven 40.000. Cada día llegan nuevos migrantes de la zona rural que se sienten perdidos; por ejemplo, no suelen acercarse a los servicios eclesiales sino que nosotros hemos de buscarlos.

Un ejemplo: mientras el Consejo Indigenista Misionero (CIMI) hace grandes esfuerzos para llegar a todas las aldeas indígenas, por muy aisladas que estén, la atención a los indígenas de la zona urbana no es intensa, se centra en el asistencialismo inmediato.

En las zonas urbanas los servicios pastorales están bien organizados, pero casi siempre son los mismos agentes actuando en varios servicios. El clero y los religiosos deben escoger entre más atención urbana —en detrimento de salir a la zona rural—, o viceversa. El tiempo y las circunstancias no permiten simultanear.

Otra curiosidad: desde la Conferencia Episcopal Brasileña (CNBB), en tiempo de las Olimpíadas, recibimos una carta del encargado de la Pastoral del deporte animando a aprovechar la oportunidad. Pregunté al coordinador de Pastoral si teníamos a alguien interesado en el deporte y en implantar algo… ¡Qué complicado atender todo! Cada vez es más difícil llegar a todas las necesidades, siempre crecientes.

¿Cómo está la pastoral sanitaria?

La atención sanitaria en Brasil es precaria, y en Lábrea más por el aislamiento: los profesionales prefieren otros destinos y los Ayuntamientos deben pagarles salarios muy altos para mantenerlos. En la zona urbana hay infraestructuras, pero falta personal y material; en la rural, faltan también las infraestructuras.

Con la gestión del Grupo Epifanía de mujeres consagradas y ayudas de España contamos con el barco hospital “Laguna Negra”, que cada año recorre la Prelatura durante los dos o tres meses que el río está con caudal para la navegación segura y se puede llegar casi a cada rincón habitado por vía fluvial.

No deja de ser una gota de agua en el río Amazonas. Al evaluar vemos una obra admirable, pero con un problema de continuidad: a un señor le retiraron cuatro muelas pero, ¿y el seguimiento? ¿Si necesita un calmante, si se infecta, va a esperar un año a que vuelva el barco? La situación es muy precaria.

Los Ayuntamientos de la región suelen tener su barco hospital, pero como recurso electoral: los ponen en marcha para ganar votos o si reciben una inspección de una Administración superior; el resto del tiempo están parados o salen por muy cortos periodos de tiempo, dado que consumen mucho recurso.

¿Cuál es la situación de la lepra como problema específico en Lábrea?

La enfermedad de Hansen tiene cura, y con una simple prevención de higiene desaparecería. El uso de aguas no tratadas o la falta de saneamiento no lo facilitan.

Los enfermos tienen ya sus propias asociaciones, que nacieron por la promoción de la Iglesia, hoy muy centradas en conseguir subvenciones y recursos. Actualmente el trabajo eclesial se hace de la mano de la doctora Antonia [Tony] López González (Guareña, Badajoz, España, 1967) y su Asociación Comité Ipiranga.

Todos los años nos visita. Aunque las autoridades suelen ofrecerle su ayuda de palabra, a la hora de la verdad solo puede desplazarse con nuestro barco Laguna Negra o con nuestros vehículos y lanchas. Cuenta a tiempo parcial con profesionales locales.

Las autoridades no trabajan de un modo efectivo. Se da una gran paradoja: Lábrea es el segundo lugar del mundo con más lepra, pero tal rémora se necesita ocultar: erradicada del resto del mundo, sigue presente allí, eso da muy mala prensa.

Si bien se había logrado contener la prevalencia y la incidencia, en los últimos tres años crece de nuevo de una manera asombrosa y asustadora. Las ayudas internacionales son generosas, pero exigen gran tarea administrativa.

La corrupción y la discriminación son las otras piedras en el camino. El peor insulto que se dice en Lábrea es “leproso”. La enfermedad se oculta, se esconde, el enfermo tiene miedo y siente vergüenza, es marginalizado y despreciado. El espacio sanitario donde permiten a la doctora Toni atender está en la parte de atrás de un edificio, con una entrada diferente, escondida. Ella misma tiene que ir a buscarlos para atenderlos.

¿Qué consigue hacer la Iglesia en materia de dependencias químicas?

Aunque el progreso en sí no parece llegar al Amazonas, los perjuicios del progreso, esos llegan todos. El Purús es vía de transporte de droga desde Perú y Bolivia, y parte de esa droga se queda. Muchas personas se han enganchado a las drogas y, en un nivel mucho más intenso, al alcohol, con graves afecciones a la salud física y mental.

Hace unos años recibimos una donación de un terreno que se decidió usar para atender a dependientes químicos. Mi predecesor puso en marcha el proyecto, pero duró tan solo dos años por falta de recursos humanos y económicos.

Sin embargo demanda social solo ha crecido dada la magnitud del problema. La Pastoral de la sobriedad ha hecho un trabajo de campo increíble. Enviaba los casos con los que hubiera mayor esperanza a la Fazenda Esperança de la ciudad y diócesis vecina de Humaitá. Al final les enviábamos tantos pacientes, que propusieron: ¿Por qué no fundar una en Lábrea?

Fazenda Esperança es un proyecto de atención a dependientes químicos. Para abrir su nueva sede en Lábrea nos solicitaban dos cosas que teníamos y podíamos ofrecer con todo gusto: un terreno donde implantarse y asegurarles la atención pastoral con varias visitas al mes y la celebración de sacramentos.

Aunque las autoridades locales prometieron ayuda y hasta asistieron a la inauguración buscando cierto protagonismo, es una tarea pura y plenamente eclesial. Actualmente hay doce beneficiarios de Pauiní y Tapauá; los de Lábrea, los mandan a otros lugares para que puedan desengancharse lejos de los ambientes que les dañaron.

¿Cuál es la situación de la educación?

La educación es otro problema estructural en Lábrea. Faltan recursos humanos y materiales; es frecuente la suspensión de aulas porque no hay profesores de reemplazo: a las 11 de la mañana ya han soltado a los alumnos para el resto del día. Aunque el curso comienza en febrero, hasta abril no empieza el ritmo normal.

Los colegios de titularidad pública ni siquiera cumplen con la normativa local o estatal, aunque luego la misma Administración nos obliga a los colegios de la Iglesia a cumplir cada detalle al tiempo que hace la vista gorda para los propios.

En el mundo rural la situación es mucho peor. Primero tienen que llegar los profesores, después los materiales educativos y los alimentos para la merienda escolar; luego hay que contratar las barcas y tener el combustible para que todo llegue a cada sitio.

Cuando nuestros jóvenes intentan el acceso a la universidad se estrellan porque no están preparados, no manejan siquiera la lengua correctamente, el portugués es una de las asignaturas estrella del fracaso escolar… Los más adelantados se marchan y buscan un futuro fuera. Y quienes obtienen títulos nunca más vuelven.

¿Y cómo contribuyen los Centros Esperanza?

Realmente son un referente para la juventud. El problema está en mantenerlos, porque cada vez nos obligan a más en materia legal. Por ejemplo, nos exigen tener asistente social y psicólogo… Pero si los pocos profesionales que hay ya trabajan en los colegios, ¿cómo lograr que también vayan al Centro?

Nuestra suerte es contar con la colaboración y la gran sensibilización de nuestros ministerios de fuera de Brasil. Sin su ayuda los Centros Esperanza no continuarían ni mejorarían su labor. La lucha vale la pena: nuestros beneficiarios salen diferentes en un contexto social en el que hay habitualmente menores víctimas de abusos, usados por el tráfico para mover droga o información o vigilar las calles frente a la policía y otras bandas, o integrados en la delincuencia y practicando robos…

¿Qué es lo más complicado para la Pastoral familiar?

En la región amazónica, lo que conocemos por “familia tradicional” no es parte inherente de la cultura local. Es muy común el embarazo adolescente, que los varones no se hagan cargo ni se sientan responsables de los hijos que engendran… Los niños crecen entre hermanastros y la mujer es una luchadora que busca la subsistencia contra todo pronóstico, en una cultura muy machista en la que no faltan los abusos intrafamiliares, la violencia, el abandono o la lacra del alcoholismo que destroza relaciones y familias.

La mentalidad social es profundamente diferente a nuestros patrones. Una de las alumnas del Centro Esperanza de doce años se quedó embarazada: pues su madre comentaba lo feliz que estaba porque iba a “ser abuela”.

Entre los católicos, el sacramento de matrimonio apenas se celebra, y la mayoría de las parejas, incluidos no pocos agentes de pastoral y colaboradores, están en una segunda o tercera unión, incluso raramente formalizadas civilmente.

El trabajo de la Pastoral familiar es arduo, poco a poco se abre camino. En los últimos años hemos celebrado algunas bodas comunitarias. Pero el choque cultural con la exigencia de una vida cristiana profunda y consciente en este campo es enorme.

¿De qué viven las familias en Lábrea?

Cuando me levanto para ir a la capilla cada mañana paso por la terraza, que da a la plaza principal, y suelo ver a todos los niños entrando en la escuela, a la gente yendo al mercado, a los pescadores y estibadores yendo al puerto… Y me surge siempre esa misma pregunta: ¿Tendrán hoy algo para comer?

Una gran parte viven de los empleos públicos y a dedo generados por la Administración local; otros de las ayudas sociales de otras Administraciones, como el “bolsa familia” del Gobierno federal; y familias enteras viven de la jubilación de sus mayores.

Alcaldes, concejales y políticos funcionan como agencia de colocación, lo que va de la mano de la corrupción, con promesas laborales a cambio de votos y no pocos abusos para quienes son del signo político contrario.

Al mismo tiempo, en Lábrea se ven tiendas con productos de importación caros, vehículos último modelo, hasta productos de lujo… Esto hace pensar en los no pocos recursos generados por actividades ilegales, al tiempo que hace sospechar toda una industria del lavado de dinero a través de estos negocios completamente extemporáneos con la realidad social que les rodea.

La gente, en todo caso, vive al día; nadie puede pensar en el ahorro o en la inversión, todo lo que se tiene se gasta prácticamente al momento. Cuando reciben su salario, ya deben casi todo en las tarjetas de crédito; cuando llegan los accidentes o las situaciones inesperadas (problemas de salud, incendios, fallecimiento inesperado del cabeza de familia) se recurre a rifas benéficas y tómbolas como única salida para superar el bache.