Nacido el 14 de febrero de 1913 en Arguedas, Navarra, Luis Aguirre García ingresó en el colegio apostólico de Lodosa, Navarra en septiembre de 1925. En 1935 emitió sus votos solemnes y el 12 de julio de 1936 fue ordenado sacerdote. Durante la Guerra Civil española, Aguirre fue capellán militar desde 1937 hasta 1939. Después de la guerra, en diciembre de 1939, partió hacia China.
Llegada a la misión de Kweiteh
Llegó a Kweiteh el 8 de marzo de 1940 y desempeñó el oficio de párroco en diferentes puestos misionales de la Diócesis hasta octubre de 1951.
Cuando llegó a la misión se dedicó al estudio del idioma chino bajo la tutela del padre Mariano Alegría, tras lo cual fue enviado a la misión de Yucheng, con el padre Venancio Martínez para continuar allí su formación en el idioma y adentrarse en la labor pastoral de la misión de la mano y bajo la guía de Venancio. Allí estuvo desde noviembre de 1940 hasta enero de 1942.
Amistad con el padre Venancio Martínez
De espíritu ardiente, decidido y sin medias tintas, el padre Aguirre enseguida conectó y trabó una profunda amistad con el padre Venancio, que le marcaría su vida y al que siempre llevaría en su corazón como un ejemplo insigne de santidad religiosa y pastoral. Luis Aguirre, que convivió con él un año y medio en la misión, lo testimonia así:
El padre Venancio, tanto en sus viajes y visitas a las cristiandades, como en el tiempo que pasaba en casa, vivía una vida de oración y de capilla. […] Fue un hombre de intensa oración. Todos los días, antes de amanecer y antes de levantarme, ya estaba en la capilla; durante el día visitaba varias veces al Santísimo; por la tarde acudía al rezo de los cristianos; y por la noche, se quedaba en la capilla, haciendo compañía al Señor durante mucho tiempo. Muchas noches no sentí su vuelta a casa, por haberme quedado ya dormido.
Tras un año largo con el padre Venancio, fue destinado a Kweiteh, y desde octubre de 1943 hasta noviembre de 1944 atendía pastoralmente la comunidad cristiana de Kuotsuentsi.
En ese tiempo, el padre Aguirre vivió en Kweiteh la muerte santa de su querido hermano y amigo, el padre Venancio, quien un año antes se había ofrecido como víctima al Amor Misericordioso siguiendo el ejemplo de Santa Teresita.
Estando en la Casa Central para reponerse en sus fuerzas y tras haberse hecho un arreglo dental, el padre Venancio cayó gravemente enfermo, y para el 20 de julio de 1944, sintiéndose cada vez peor, llamó a su confesor y después de confesarse pidió el Viático y la Extremaunción. El padre Luis Aguirre, su compañero y amigo, nos narra cómo vivió esos momentos:
¡Qué momentos tan emocionantes cuando, mostrándole el sacerdote la Sagrada Forma, tomó él la palabra y con voz temblorosa y entrecortada se dirigió a Jesús Sacramentado pidiéndole perdón por sus infidelidades, por sus defectos y por sus pecados…! Y después, dirigiéndose a la Comunidad, nos pidió perdón por las faltas de caridad, por los malos ejemplos, por las ofensas… ¡Oh!, ¡qué fervoroso, qué santo el padre Venancio!.
Después de recibir con gran fervor los sacramentos, llamó a Aguirre, quien era su casi paisano, compañero de colegio y de Misión y amigo íntimo, y lo hizo sentar en su cama y tomándole la mano derecha entre las suyas le confió sus últimos pensamientos y deseos, confiándole la misión de estar junto a él sus últimos momentos representando a sus padres y hermanos ausentes y encargándole entregarles sus últimos pensamientos y palabras de consuelo para ellos:
Pronto moriré, pero muero contento, porque es la voluntad de Dios y además estoy plenamente convencido de que voy al Cielo, no por mis méritos, pues soy un grande pecador, sino por la misericordia de Dios e intercesión de la Santísima Virgen. Ya sabes que en Mélida -Navarra- tengo a mis padres y hermanos. No sé si aún viven. Si viven, cuando puedas comunicarte con ellos, escríbeles y diles que su hijo Venancio se ha ido al Cielo; diles que siempre les he querido mucho, pero que ahora, en los últimos momentos de mi vida, aún los quiero, si cabe, más todavía, y que no pienso más que en Dios y en ellos; diles que no lloren y que se consuelen pensando que estoy en el Cielo, desde donde velaré por ellos; y diles también que en el Cielo les espero a todos. Como mis padres y mis hermanos no pueden acompañarme, súplelos tú, estando a mi lado, como estarían ellos, en mis últimos momentos y acompañándome hasta la sepultura. Después diles todos los detalles de mi muerte.
Fray Aguirre viendo a su amigo Fray Venancio fatigado por el esfuerzo que había hecho en esta conversación, le pidió conmovido que descansara y permaneció allí, junto a su cama, velándolo largo rato… Él nos narra cómo fueron los últimos días de su vida:
Toda esa noche la pasó besando el Crucifijo y una estampa de la Virgen, invocando los nombres de Jesús y María y haciendo fervorosísimos actos de fe, esperanza y caridad. Una vez le dije que procurara descansar y dormir algo. “No, me contestó; no puedo, Luis. No debo dormir. Debo aprovechar el poco tiempo que me queda para amar a Jesús, pues bastante poco le he amado durante mi vida”. Los tres días siguientes, o sea, 21, 22 y 23, continuó, a pesar de las medicinas, con una fiebre que lo abrasaba. Su fervor iba también en aumento: para él ya no había más que Jesús y María.
El día 24, lunes, cuando el padre Luis Aguirre volvió de la misión de Kwotuentsi, adonde había ido para celebrar la misa del domingo, entró a ver a su amigo. Éste estaba ya muy mal, pero aún lo llegó a reconocer. Al ver que venía todo sudado, movido de un gran amor fraterno, le dijo: «Vete a mudarte, Luis, no sea que te enfermes». Estas fueron sus últimas palabras. Pasó todo el día delirando. Hacia las ocho de la noche perdió el habla. Al ver que se acercaba su último momento, se reunió en su cuarto toda la Comunidad y rezaron la recomendación del alma y demás oraciones del Ritual. Por fin, a las diez y veinte de la noche del día 24 de julio de 1944, devorado por la fiebre, pero plácidamente, sin movimientos ni convulsiones, entregó su alma a Dios.
El día 25 por la tarde, tuvo lugar la conducción del cadáver hasta la propiedad que tenían los frailes en la misión de la estación de Kweiteh, donde se le dio sepultura. El entierro fue muy concurrido y solemne. Religiosos, religiosas, seminaristas, las niñas de la Santa Infancia, así como un nutrido grupo de cristianos de Kweiteh y de la estación, acompañaron emocionados el féretro.
En esos momentos la misión se encontraba en incomunicación con el exterior debido a las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, por lo que el padre Aguirre no pudo cumplir hasta 1946 con la promesa hecha a su amigo Venancio de comunicar a sus padres y familia su muerte y sus últimas palabras. Así empezó la carta que les escribió:
Muy apreciados señores: Hace dos años que pesa sobre mí una grave obligación, cual es escribir a Vdes, dándoles cuenta de los últimos pensamientos de su santo hijo y entrañable amigo y hermano mío, el P. Venancio. Así me lo recomendó él y así se lo prometí unos días antes de su muerte. No he cumplido antes esta obligación por serme imposible, ya que la guerra trastornó todas las comunicaciones, dejándonos completamente incomunicados con todo el mundo. Hoy, que ya tengo probabilidades de que esta carta llegue a sus manos, la conciencia me urge a cumplir el encargo del P. Venancio. Pero, créanme, al coger la pluma para decirles cómo murió el P. Venancio, todavía todo mi ser se conmueve. Como capellán militar en nuestra guerra civil española y como misionero en China he tenido que presenciar muertes sumamente conmovedoras, pero ninguna me ha afectado tanto y me ha hecho derramar tantas lágrimas como la muerte del buen Venancio. Y es que su muerte fue como su vida, y él en la vida fue un misionero activo, desprendido, celosísimo… fue ¡un modelo de misioneros! Yo, que afortunadamente por más de un año conviví con él en Yucheng y fui testigo de su vida, puedo asegurarles que cuanto se diga del P. Venancio es poco.
Finalmente, su amigo Luis Aguirre recogió la mayor parte de las informaciones personales no directas de la actividad de Venancio; y de su cosecha aportó el testimonio de su convivencia en la Misión, la gran amistad y hermandad que les unió y, en fin, el relato de su última enfermedad y su muerte. Estos testimonios le habían sido pedidos por el padre Miguel Muñoz, condiscípulo y amigo de Venancio y a la sazón director de la revista Todos Misioneros. Su idea era poner todos esos materiales en manos del padre Victorino Capánaga para que éste elaborara una semblanza; proyecto éste que nunca se llegó a realizar.
Al cabo de los años, cuando se cumplía el 50º aniversario de la ordenación sacerdotal de Venancio, el padre Aguirre desempolvó las notas de antaño y para que no se perdieran en el olvido, las publicó en el Boletín de la Provincia de San Nicolás del año 1984.