En los dieciocho años de misionero en la misión de Kweiteh/Shangqiu, el padre Francisco Lizarraga se desvivió por vibrar ante las necesidades del pueblo chino, cristianos o paganos, sin perder de su horizonte el objetivo fundamental: la evangelización a través de la formación y las prácticas religiosas populares.
Llegada a la Misión de Kweiteh en 1930
Natural de Viguria, Navarra, Francisco Lizarraga Munárriz nació el 1 de abril de 1906. Emitió sus votos religiosos a los 17 años en Monteagudo. A los tres meses de ser ordenado sacerdote en Manila, llegó a la misión junto con el padre Pedro Colomo el 23 de septiembre de 1930.
El año 1930, cuando el padre Francisco Lizarraga llegó destinado a la misión, fue un punto de inflexión para la misión de Kweiteh/Shangqiu en China. Este año estuvo marcado por la inestabilidad política y las guerras civiles en China. La ciudad de Kweiteh sufrió un asedio de cinco días, del 15 al 19 de mayo, que causó daños significativos a la misión y a la población local. La ciudad de Changkungtsi, en la subprefectura de Ningling, fue bombardeada durante ocho días, cayendo una de las bombas en el solar de la misión a poco más de un metro de la casa. Fueron días que sembraron la misión de espanto, ruina y muerte. Sin embargo, cuando se empezó a gozar de cierta paz en 1930, los misioneros se dedicaron a la reconstrucción de lo que habían perdido y a la apertura de nuevas misiones.
Su primera misión fue dedicarse al estudio del idioma teniendo de maestro al padre Mariano Alegría, quien en ese momento estaba al frente de la misión como pro-prefecto, ya que el padre Javier Ochoa, prefecto de la misión, se encontraba en España.
Changkungtsi (1932-1944)
Tras unos meses en Huchiao como cooperador, primero, del padre Sabino Elizondo y del padre Arturo Quintanilla, después, en octubre de 1932, sería trasladado a Changkungtsi, el puesto misional donde pasaría la mayor parte de su tiempo en China; concretamente, hasta agosto de 1944. Primero, como cooperador del padre Manuel Echauz, desde octubre 1932 hasta abril de 1934, y desde entonces, y por diez años, como rector del puesto misional. La Cristiandad de Changkungtsi era una de las más florecientes y con más futuro de la misión, aun cuando había sufrido los estragos de la guerra y el bombardeo de la ciudad, que puso en peligro la vida de los misioneros y los fieles.
En su tiempo como cooperador del padre Elizondo, nos cuenta cómo organizaron una novena a la Virgen del Carmen, en la que invitaron al venerable padre Mariano Gazpio para dirigir todas las predicaciones y las catequesis. Fue un programa completo e intenso que produjo grandes frutos de devoción mariana y eucarística. Por la mañana, preces, misa y sermón; por la tarde rosario, exposición y adoración del Santísimo y sermón. Además, dos horas de catequesis diarias, una por la mañana y otra por la tarde. El día de la fiesta se coronó con el fruto de un gran número de confesiones y comuniones, y la imposición del Escapulario a gran número de personas.
El amor de su pueblo
El padre Lizarraga creó una profunda relación con sus parroquianos a los que conocía bien y quienes lo querían y apreciaban. Quedó profundamente conmovido con las muestras de afecto y aprecio manifestadas para con él con ocasión de la muerte de su anciano padre en España.
Recibió la noticia estando de paso en la casa central de Kweiteh. En ese momento monseñor Ochoa, los misioneros, las religiosas, novicias y seminaristas junto con los cristianos de Kweiteh ofrecieron misas, comuniones y oraciones por el eterno sufragio de su difunto padre.
Al volver a su misión de Changkungtsi, dio noticia a las escuelas de doctrina a lo largo de su territorio, para que notificaran a los cristianos de la noticia del fallecimiento y de la fecha y hora del funeral que el padre Lizarraga iba a celebrar por el eterno descanso de su anciano padre. Veamos el propio relato del fraile en la revista misional:
Me consta que todos ellos gustosos se preparaban para venir de algunas escuelas lejanas, hasta en carros preparados para las cristianas, ya que sus diminutos pies no les permiten andar largas jornadas; nada, que tal como se presentaba la cosa, iba a resultar como una de las grandes fiestas; pero he aquí que el Señor lo dispone de otra manera, haciendo que cayera una buena nevada precisamente la víspera del día fijado para los funerales, así que puede decirse que quedó ahogada la fiesta; aún con todo, no faltaron valientes del sexo fuerte, que sin yo esperarlo, haciendo un gran sacrificio, vinieron hasta de veinte lis y pico de distancia (más de diez kilómetros), más los próximos a la misión, así que aún hubo un buen número de asistentes que, dado el tiempo que hacía, no era de esperar.
Pero la sorpresa del padre Francisco Lizarraga no quedó solo en eso. En las misiones de China, cuando el padre de un misionero fallecía, era costumbre que los cristianos ofrecieran misas por su alma, como muestra de agradecimiento por los beneficios y sacrificios del misionero. Esta tradición, conocida por el padre, alcanza un nivel de generosidad inesperado.
Los sirvientes de la casa del misionero comienzan entregando un peso cada uno, seguido por catequistas y jefes de las cristiandades, quienes presentan sus donativos junto con las listas de los donantes. Incluso los más pobres contribuyen, y la suma total entregada al misionero es de $20,00 más varios paquetes de velas. Este acto de fe y generosidad es considerado digno de admiración, especialmente teniendo en cuenta la pobreza de los donantes. Así lo expresa el padre Lizarraga:
¿Qué le parece esto? ¿No merece que tal rasgo quede grabado no en letras de tinta, sino en letras de oro? Yo así lo creo y por eso lo hago notar como caso digno de admiración; rasgo que sube de grado si se considera que todos estos mis cristianos pertenecen, no a la clase media, sino a la pobrísima cuya comida depende de lo que saque en el mercado del día. Así que, conociendo como conozco a todos y cada uno de ellos, traté de no recibir dicha cantidad, pero, por otra parte, también sabía que, al no aceptarla, según sus costumbres, era darles un gran feo, así que, sin hacer gran resistencia, la recibí admirando sobremanera su obra, con la cual vinieron a probar una vez más su arraigada fe en la Iglesia purgante.
No deja de ser esto uno de tantos consuelos que de vez en cuando fluyen del Divino C. de Jesús para suavizar el cáliz amargo que continuamente se ve obligado a beber el misionero. Un motivo que nos obliga a dar gracias al Autor de todo bien, Dios nuestro Señor.
La formación de los catequistas
El padre Lizarraga se esmeró en preparar a sus catequistas, llamándolos a la misión antes del inicio del nuevo curso misional y durante varios días, les proporcionaba instrucciones, corregía sus malentendidos doctrinales y los guiaba en ejercicios espirituales. A pesar de las dificultades con el idioma, se esmeraba todo lo posible por instruirlos de modo que los catequistas quedaban satisfechos en sus cuestiones y dudas. Los catequistas dedicaban el resto del tiempo libre a estudiar intensamente la Doctrina cristiana, para prepararse a demostrar su comprensión de fe cristiana a través de ejercicios oratorios y exámenes, tanto orales como escritos, que el padre Lizarraga les ponía. Para dar solemnidad a los exámenes orales, el padre Lizarraga invitaba a otro de los misioneros más cercanos para formar parte del tribunal examinador. Después de recibir la bendición del padre, los catequistas se dirigían a sus respectivos puestos a desarrollar su labor durante el año pastoral.
La gracia de la lluvia en Changkungtsi
En el 1940 una pertinaz sequía agostaba los campos de la misión. En más de medio año no había caído ni una gota de agua. Los paganos invocaban a sus dioses, llegando hasta arrancarles de sus tronos y colocarlos en los patios y las vías públicas para exponerlos a los ardientes rayos del sol, y, viendo que esto no servía de nada, desesperados, sus adoradores la emprendían a palos con ellos y allí quedaban maltrechas por los suelos las imágenes de sus dioses. Los cristianos, por su parte, rezaban desde hacía tiempo pidiendo la lluvia.
Un día, los paganos, desesperados, le rogaron al misionero, el padre Francisco Lizarraga, que pidieran él y los cristianos a su Dios, que era bueno y condescendiente, para ver si él se dignaba remediar sus necesidades. El padre decidió hacer unas rogativas públicas, recorriendo una distancia a pie de unos 25 lis (12 kilómetros y medio) como penitencia, caminando casi de un extremo a otro de su misión y pasando por todos los villorrios y pueblos importantes.
Se prepararon con un triduo, con exposición del Santísimo y santo rosario. El sábado, día anterior a la procesión, llegaron los cristianos de la campiña y se prepararon todos para el gran día con la Confesión y la Comunión. Ya al tercer día, el domingo, el último del triduo, el Señor mandó una lluvia, si no muy abundante, sí lo suficiente para quitar el polvo del camino y refrescar el ambiente, haciendo más llevadera la penitencia que se iban a imponer. De madrugada se celebró la Misa. El padre resaltó la importancia del acto que iban a realizar, recomendando a los cristianos mucha compostura y devoción, ya que era necesario edificar a los paganos con el buen ejemplo, sobre todo siendo la primera vez que iban a presenciar un acto público de culto cristiano.
Tras un pequeño desayuno, se reunieron en la iglesia a la hora fijada. Todos, cristianos y paganos, prostrados con el misionero al pie del altar, rezaron una oración especial al Divino Corazón de Jesús, ofreciéndole el pequeño sacrificio que se iban a imponer. Se organizó la procesión llevando un estandarte del Corazón de Jesús y otro de la Virgen del Carmen.
Al entrar en los pueblos eran recibidos por el pueblo y las autoridades, que, al compás de la música y de los cohetes, hacían sus inclinaciones y postraciones ante la cruz y la imagen del Corazón de Jesús. El padre Lizarraga nos cuenta qué sentía interiormente ante este hecho:
Qué pensaba, qué sentía el corazón del misionero cada vez que veía y presenciaba este acto no es fácil decirlo y menos por esta mi pobre e inhábil pluma; pero sí diré que mi corazón sintió uno de los mayores gozos que he experimentado en los diez años que llevo de misionero en China. Al presenciar el triunfo y honor que públicamente recibía el Corazón de Jesús, no pude menos de elevar al Señor mi humilde plegaria: “Divino Corazón de Jesús, acepta las adoraciones de este pueblo infiel, y, en recompensa, bendice sus campos con lluvia copiosa si ha de ser para tu gloria; pero sobre todo derrama sobre sus almas el torrente de tus gracias espirituales y con ellas el don de la fe, para que te conozcan, te sirvan y te amen.
Hecha la entrada en la población, pasaban por las calles principales con gran compostura y devoción, alternando a lo largo de todo el camino el rezo del rosario con las letanías de los Santos, del Corazón de Jesús y de la Virgen. A trechos, los niños entonaban cánticos religiosos. Antes de salir de la población, se hacía una parada y se recitaban las preces del ritual pidiendo la lluvia y, después de bendecir los campos, se emprendía de nuevo la marcha hacia el siguiente villorrio.
Tras ocho horas de procesión, terminó la función a las tres de la tarde. El Señor no se hizo esperar y al atardecer el cielo se presentaba muy encapotado, con relámpagos y truenos y una lluvia que, aunque no muy abundante, era el preludio de la que, pasados cuatro días, cayó en abundancia, empapando los resecados campos y dando vida a las plantas casi a punto de perecer. Paganos y cristianos vieron en ello la mano de Dios y, rebosantes de gozo, iban a la misión a dar gracias al Dador de todo bien. De boca de muchos paganos salía esta expresión: “Los cristianos verdaderamente saben honrar a su Dios mucho mejor que nosotros a nuestros espíritus”.
Yucheng (1944-1947)
En julio de 1944 fallecía santamente en Kweiteh el misionero Venancio Martínez. Para cubrir su puesto, fue designado el padre Lizarraga, quien estaría al cargo de Yucheng desde ese momento hasta 1947.
Era una época difícil para la misión debido al total aislamiento exterior provocado por la entrada de Japón en la guerra mundial y el consiguiente bloqueo internacional a los territorios ocupados por el país nipón, entre los que se encontraba nuestra misión. Aislamiento y penuria económica que llevaron a situaciones de espantosa escasez en la misión, con grandes masas de pobres en extrema necesidad que llenaban los pueblos y ciudades y que creaban escenas trágicas de personas agonizantes y muertas por las calles.
Nuestros misioneros subsistieron gracias a la Providencia de Dios manifestada en la generosidad de los cristianos y aún paganos, que con grandes sacrificios sostuvieron con sus limosnas a los religiosos que tan generosa y heroicamente se habían comportado con ellos durante los duros momentos de la guerra de invasión japonesa.
Tiempo atrás el misionero había contado con la ayuda y colaboración de algunos catequistas bien formados, que, colocados en los lugares más estratégicos del distrito, cuidaban de los cristianos, instruían a los catecúmenos, atraían a los paganos y suplían en cuanto era posible la falta del misionero. Pero en aquellas circunstancias tan sumamente difíciles y agobiantes, el misionero se encontró sin recursos, viéndose obligado, no sin gran dolor de su corazón, a despedir a todos sus catequistas y a quedarse él solo en toda la Misión para atender a los 2.000 cristianos y a los 298.000 paganos diseminados unos y otros en más de 500 pueblos.
De ahí la necesidad que sentía el padre Lizarraga de no descansar un momento, de viajar constantemente, de recorrer todos los pueblos y visitar con la mayor frecuencia posible a todos sus cristinos. Pero las condiciones de los caminos hacían que la mayor parte del año resultasen intransitables, siendo el mejor y más rápido medio de desplazamiento los caballos.
Por todo esto es por lo que Francisco Lizarraga sintió, como su antecesor el padre Venancio Martínez, la necesidad de adquirir al menos un mal caballo que le permitiera recorrer los innumerables y pésimos caminos de su Misión buscando las almas de sus cristianos, de los paganos y de los moribundos.
Los miembros de la comunidad cristiana, a pesar de sus limitados recursos, llegaron a donar el precio para el caballo, pero no podían afrontar el mantenimiento de este, por lo que tuvo que pedir ayuda para ello en la revista misional a los bienhechores y colaboradores de la misión:
Yo, a pesar de que dichas sumas asustan y a pesar de que en Kweiteh me cierran las puertas por falta también de recursos, no puedo prescindir de esta compra, sintiendo tan de cerca las necesidades de mis cristiandades y de innumerables almas de cristianos y aun de paganos. Confío en el Señor y en que ahí en nuestra querida España, me ayudarán todas esas almas generosas y con sus limosnas podremos satisfacer dicha necesidad y atender debidamente a mis cristiandades. Ya ve cómo ayudan estos nuestros cristianos, pocos en número y generalmente los más pobres en recursos. De todos ellos estoy satisfechísimo, pues los dos años que llevo aquí puede decirse que he vivido de sus limosnas, a pesar de hallarse ellos ahogados con las contribuciones.
Rector del seminario y maestro de novicios y profesos (1947-1948)
Tras la rendición de Japón, en febrero de 1946, se llegó, por fin, a la abolición definitiva de la figura jurídica del protectorado religioso de Francia. Esto permitió que China y el Vaticano establecieran relaciones bilaterales. El 11 de abril de 1946 el Papa Pío XII erigía jurídicamente la Iglesia China, elevando todos los vicariatos apostólicos a la condición de diócesis.
En 1947 fue aceptada la renuncia de monseñor Ochoa como obispo de Kweiteh (Shangqiu), y el padre Lizarraga entró en la terna para su sucesor en el episcopado, aunque no resultase elegido finalmente para el cargo. En aquel mismo momento, el padre Joaquín Peña tuvo que abandonar la misión enfermo, y sería el padre Lizarraga quien tomaría sus cargos de rector del seminario y maestro de novicios y de profesos.
En 1948 dio inicio la etapa decisiva de la guerra entre el gobierno nacionalista y los comunistas, que inclinó definitivamente la balanza de la victoria hacia estos últimos.
En marzo de 1948 el prior provincial realizó la visita canónica. Debido al gran peligro de los comunistas y a la dificultad de las comunicaciones, viendo no prudente ir él a la misión, mandó que fuera una delegación de religiosos a Shanghái en representación. Los religiosos que llegaron a Shanghái fueron los padres Mariano Gazpio, Francisco Lizarraga y Luis Arribas. Gran preocupación del provincial era la suerte que pudieran correr los seminaristas chinos, de ahí que se consultase con los religiosos venidos de la misión sobre la resolución a tomar en aquellas circunstancias, a fin de que pudieran continuar los estudios eclesiásticos con tranquilidad. Se resolvió trasladar a todos los religiosos formandos al colegio misional de los padres dominicos de Hong Kong, dejando a los diocesanos en el seminario mayor de Kaifeng.
Por ello los seminaristas religiosos saldrían de la misión acompañados de algunos frailes y se unirían en Shanghai con el padre Lizarraga, quien partiría con ellos rumbo a Hong Kong haciendo una pequeña escala en la isla de Taiwán.
En 1949 volvería a España, residiendo primero en Monteagudo y, siendo después maestro de disciplina, en Lodosa. En 1951 fue destinado a México donde fue maestro de novicios y delegado pontificio de las monjas agustinas recoletas. Regresó a España donde fue vicario de la Provincia (1961-1967), residiendo en Madrid. Durante estos años desempeñó el cargo de asistente religioso de las Agustinas Descalzas. De 1967 a 1979 vivió en la parroquia de Santa Rita, en Madrid. Tras un curso en que residió en el colegio San Nicolás de Tolentino de Fuenterrabía (Guipúzcoa), fue destinado a Monteagudo en 1980 donde permaneció hasta su muerte en 1998, cumplidos los 92 años de edad.