Lecturas: Deuteronomio 4,1-2.5-8: Observaréis los preceptos del Señor; Salmo 14: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?; Santiago 1,16b-18.21b-22.27: Poned en práctica la palabra; Marcos 7,1-8.14-15-21-23: Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.

Tomás Ortega González, agustino recoleto

Después de un paréntesis de cinco domingos (domingos 17-21) en que hemos estado leyendo y meditando sobre el capítulo 6º del evangelio de san Juan (la multiplicación de los panes y el discurso del pan de vida), volvemos a la lectura del Evangelio de san Marcos. Nuestra perícopa de hoy ocupa los primeros versículos del capítulo 7º, que se destaca por la confrontación con los judíos, especialmente con los fariseos y los escribas, que se dedican a espiar lo que dice y hace el Maestro. En este contexto Jesús reclamará a estos grupos su dureza de corazón y, como han cambiado la Ley según sus intenciones, haciendo que el pueblo de Dios se preocupe por cumplir normas y prescripciones y no el mandamiento del Señor.

Las normas sobre la pureza

Un tema ampliamente tratado en la literatura paulina es el de la pureza ritual, esto es, evitar contacto con todo aquello que ensucia o deja impuro ritualmente, al punto que se quedó incapaz de poder participar de las actividades no solo religiosas sino diarias. San Pablo tiene enfrentamientos fuertes con los judíos y los cristianos judaizantes, puesto que ponen la pureza ritual por encima del resto de elementos de la fe. Pero el problema no es solo de las comunidades apostólicas, sino que, como vemos en el Evangelio de hoy, el mismo Señor ya tiene discusiones y debates sobre este punto.

Los fariseos y los escribas enseñan que no se debe comer sin haberse lavado las manos y le llaman la atención a Jesús que no les dice nada a los discípulos, quienes han comido sin hacerlo (v.5). En nuestra lógica del siglo XXI nos parecería correcta la advertencia que estos personajes le hacen a Jesús. La respuesta de Jesús no es la que ellos esperan: les echa en cara que han cambiado el orden de los mandamientos, colocando simples prescripciones humanas en el lugar que les corresponde a los mandamientos, a la Ley y los Profetas (vv.6-7). De hecho, usa una cita de Isaías para echarles en cara su dureza de corazón: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos (Is 29,13).

Luego Jesús hace una declaración sobre la pureza que pareciera romper con la visión judía sobre le necesidad imperante de ser puro exteriormente. El centro de esta declaración es el corazón humano: Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro (vv. 21-23). Con esta declaración Jesús declara todos los alimentos puros nos dice el evangelista. Lo mismo aparece en la visión de la mesa del cielo de Pedro en los Hechos (cf. Hchs 10, 9-16). Jesús reclama la pureza del corazón, de las intenciones, de los deseos… Si como con las manos sucias, ¿quedo impuro ante Dios? No. Lo que hace impuro es comer con las manos lavadas y actuando desde un corazón impuro y lleno de odio o indiferente ante los demás. El mismo salmo nos da la clave: el que actúa según el querer de Dios es el que puede estar con Él, es digno de Él (cf. Sal 14).

Es curioso que este tema es transversal en el Nuevo Testamento, lo que significa que la pureza ritual fue uno de los obstáculos más difíciles de superar para las primeras comunidades.

Preceptos y preceptos

La primera lectura, tomada del Deuteronomio parece ir en contra de lo que dice el Evangelio, pero en realidad no. Ambas lecturas se complementan. Moisés recibe los mandamientos del Señor y los transmite al pueblo, para que éste los conozca, los ame y los cumpla. En hacer todo esto el pueblo de Israel se convierte en una nación sabia ante los ojos del mundo. El Evangelio es un reclamo que indica que no se ha cumplido lo que Yahvé ordenó al pueblo de Israel; evitar llenarla de preceptos humanos: No añadáis nada a lo que yo os mando ni suprimáis nada; observaréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os mando hoy. Observadlos y cumplidlos, pues esa es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales cuando tengan noticia de todos estos mandatos, dirán: Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente, esta gran nación” (Dt 4, 2.6.).

El reclamo del Señor Jesús es ese: se han añadido preceptos humanos que alteran la Ley y que alejan al hombre de su cumplimento pleno. El Maestro echa en cara a los otros maestros que no enseñan lo que la Palabra dice, sino que se han inventado unas leyes que no responden a lo que Dios pide…

Coherencia de vida

El apóstol Santiago, de quien leemos hoy su carta, nos invita a la coherencia de vida: Poned en práctica la palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos (St 1,22). Es decir, que no basta con conocer lo que hay que hacer y cómo vivir; hay que cumplirlo. La religiosidad auténtica e intachable a los ojos de Dios Padre es esta: atender a huérfanos y viudas en su aflicción y mantenerse incontaminado del mundo, prosigue el apóstol (St 1,27). Todo don viene del cielo, es un regalo, pero no para una autorrealización egoísta y espiritualista. La vida de fe es encarnada, toca con las manos, mira con los ojos… no está despegada de la realidad. La fe da frutos. Es de nuevo la idea que hoy tenemos en el Evangelio: vivir la Ley de Dios según Dios, no según nuestras conveniencias: se puede ser muy estricto y literal o se puede ser muy laxo e interpretar todo de manera alegórica; ambos casos no reflejan lo que significa le Ley del Señor. Tampoco hay una vía intermedia: san Agustín decía: “ama y haz lo que quieras”…, pero indica que el amor no da frutos malos: “Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos” (Tract. in 1 Io. 7, 7-8)

Vivir los Mandamientos del Señor dan paz interior y pureza de corazón, nos aleja de los extremos y nos hace dar fruto: ponernos al servicio de los demás, especialmente de los más necesitados. Hagamos eco del salmo de este día: Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda? El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. (Sal 14,1-3a)