Lecturas: Josué 24,1-2a.15-17.18b: Serviremos al Señor, ¡porque él es nuestro Dios!; Salmo 33: Gustad y ved qué bueno es el Señor; Efesios 5,21-32: Es este un gran misterio y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia; Juan 6,60-69: ¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.
Héctor Molina Olvera, agustino recoleto
¿También vosotros queréis marcharos?
La enseñanza de Jesús va más allá del entendimiento humano, va más allá de lo “razonable”, de lo comprensible, de lo aceptable. Los judíos de la época no comprendieron el significado de las palabras de Jesús y, aunque lo vieron alimentar a miles de personas, incluso si lo vieron curar a los enfermos, no entendieron ni pudieron aceptar esta idea “caníbal” de ¡comiendo el cuerpo de Cristo y bebiendo su sangre! ¡Es realmente demasiado! Y muchos lo dejan. ¡Como ya no lo entienden, no pueden seguirlo!
Los propios apóstoles están perplejos… y Jesús los confronta con su propia decisión: ¿También vosotros queréis marcharos? Es Pedro quien responderá, pero el silencio de los demás confirma las palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes las palabras de la vida eterna. En cuanto a nosotros, creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios”. es decir, no entendemos lo que dices, pero sabemos que tú eres el Señor, el Mesías, así que ¡nos quedamos! Seguimos caminando contigo en fe y confianza.
El evangelio del XXI domingo del tiempo ordinario nos puede plantear dos preguntas:
Primero, el misterio de la Eucaristía: ¿qué es para nosotros? ¿Es este realmente el Cuerpo de Cristo? Si es así, ¿cómo se prepara nuestro corazón cuando recibimos la comunión?
En segundo lugar, es en relación con la palabra de Dios que tantas veces nos interpela, en lo que estamos dispuestos a vivir o no. De hecho, muchas veces ponemos restricciones, advertencias a nuestras palabras con el pretexto del sentido humano común. Por ejemplo, en lo que respecta al perdón y a la acogida de quienes nos han hecho daño, o incluso, en este sentido, en lo que respecta a la caridad, estamos dispuestos a compartir, pero sólo un poco de lo que nos sobra y, sobre todo, sin privarnos de nada. Y podríamos continuar con los ejemplos… Somos entonces semejantes a estas personas que lo siguieron y lo dejaron ir, porque también nosotros, en este momento, le decimos a Jesús “¡Para! No quiero ir más lejos contigo”.
Sin embargo, para vivir con Jesús, para seguirlo, debemos verdaderamente dar el paso de la fe y aceptar plenamente su palabra y no sólo lo que entendemos con nuestra razón, ¡o lo que nos conviene!
Que nosotros hoy, al prepararnos para recibirlo en la comunión, le ofrezcamos también, como los apóstoles, caminar verdaderamente con él, más allá de nuestros razonamientos humanos.