El evangelio de este domingo continua el relato del signo de Jesús en la multiplicación que se prolongará durante todos los domingos del mes de agosto. Jesús entra en diálogo con la gente y desconcierta.

Recientemente un académico de la lengua abogaba por el lenguaje claro y sencillo. No obligar al lector -o al oyente- al esfuerzo de comprender o a recorrer un camino desconocido y difícil de entender. Esta invitación al comunicador la encontraba especialmente adecuada en el mundo presente cuando el hombre actual aspira a mensajes rápidos, en los que no sea necesario detenerse para entenderlos. Disfrutar de lo escuchado y pasar a un nuevo mensaje. Es la misma orientación que recomiendan los especialistas de la comunicación, los que explican las claves para lograr éxito en ella siendo comunicadores con miles o millones de seguidores.

En la mayor parte de los textos del evangelio de san Juan pareciera que al autor nunca le hicieron esas recomendaciones o no las tiene en cuenta. Es cierto que el lector actual puede, en su rápida lectura, quedarse con un mensaje o con una frase o palabras que le parece que resumen la fe cristiana. Sin embargo, esa lectura precipitada hace que el lector no aprenda mucho, que no vaya más allá de confirmar lo que ya piensa, porque considera que su fe o su doctrina ya está formada. Si vamos más despacio en la lectura del evangelio de este domingo nos damos cuenta de que Jesús precisamente pretende que quienes le escuchan vayan más allá de lo que ellos ya saben. Tendríamos que decir que eso mismo sigue pretendiendo Jesús con nosotros. Reconocer humildemente que tenemos que aprender de Él. Nuestro crecimiento personal en la fe no es simplemente un cambio en nuestro modo de obrar, actuando cada día con mayor perfección, más de acuerdo con leyes o mandamientos sino una transformación integral de nuestro ser: nuestro pensar, nuestro sentir, nuestro querer y nuestro obrar.

El texto del evangelio de este domingo nos ofrece la oportunidad de comprobarlo. En primer lugar forma parte de un capítulo dedicado por entero a uno de los signos de Jesús en el evangelio de Juan: el pan de vida. Comenzamos a leerlo el domingo pasado y será el texto para todos los evangelios de los domingos del mes de agosto.

El texto ya leído, y comienzo del capítulo, relata el hecho que se convertirá en signo: la multiplicación de los panes. A continuación el evangelista relata otro hecho que no es leído en la celebración litúrgica de estos domingos: Jesús se retira al monte, los discípulos bajan al mar y se embarcan, en medio del lago embravecido se encuentran. Mientras tanto la gente anda buscando a Jesús.

El texto asignado a este domingo XVIII del tiempo ordinario es la continuación: en la orilla del lago tiene lugar el encuentro de la gente con Jesús y se inicia el diálogo. Un diálogo desconcertante. La gente pregunta y las respuestas de Jesús parecen no tener en cuenta lo que ellos quieren saber. Ellos preguntan sobre el momento en que Jesús ha llegado a la orilla y Jesús les habla sobre la razón por la cual le buscan; ellos le preguntan sobre qué tienen que hacer y Jesús les habla sobre lo que Dios hace; ellos preguntan sobre el signo que le acredite a Jesús y Jesús les aclara el fundamento de su fe. Ese diálogo que se prolonga casi hasta el final del capítulo continuará con una tensión que desemboca en el abandono de muchos del Jesús al que habían buscado (Jn 6,66). Podríamos decir que no es de extrañar que con esas respuestas y con su discurso Jesús haya perdido seguidores, incluso que plantee la posibilidad de que le abandonen incluso sus Doce, que habían sido testigos y beneficiarios no sólo de la multiplicación sino de la liberación de la tormenta en medio del lago.

Hay en todo ello un itinerario de transformación. En el pasaje de este domingo se ofrecen los primeros estadios de ese cambio. Pasar de la búsqueda de Jesús porque sacia cuando se padece hambre a esforzarse por hallar lo que perdura para siempre, lo eterno. Pasar de conocer qué obras o comportamiento tienen que realizar a conocer lo que Dios quiere realizar en ellos. Pasar de saber lo que acredita a Jesús a interesarse por conocer al Padre de Jesús. Cuando parece que Jesús había logrado que deseasen el pan de Dios, más allá del pan que comieron en la multiplicación, Jesús les dice que Él es el Pan.

Ahí concluye el texto que se proclama este domingo pero es el comienzo de una larga respuesta de Jesús que se concluye también con la afirmación de Jesús: “Yo soy el pan bajado del cielo”. Esa afirmación llevará a un distanciamiento de Jesús. La gente no le entiende y comienzan los primeros momentos de rechazo.

Si el creyente, si nosotros mismos, queremos entrar en diálogo con Jesús no podremos hacerlo desde nuestras seguridades sino desde la apertura del que quiere descubrir su camino de transformación.