Pedro Zunzarren - Sabino Elizondo de pie

Enériz es un pueblo navarro donde nació Sabino Elizondo Echeverría el 30 de diciembre de 1898. Hizo la profesión simple en Monteagudo el 18 de agosto de 1915. Tras cursar tres años de teología en Marcilla, Navarra, va a Filipinas donde es ordenado sacerdote en 1922 y donde ejerce el ministerio sacerdotal durante dos años.

El padre Sabino Elizondo salió de Manila con la primera expedición de misioneros, pero no llegaría con ellos a Kweiteh, sino que se quedaría en Shanghái, mientras que el padre Pedro Zunzarren pasaba un tiempo en Kweiteh junto con los frailes de la primera expedición para poder conocer la misión antes de volver a Shanghai adonde estaba destinado. Una vez el padre Zunzarren regresó a Shanghai, el padre Elizondo se uniría a los frailes de la segunda expedición llegando a la misión de Kweiteh el 6 de noviembre 1924. La primera impresión que le causó la ciudad no fue buena, como él mismo describiría con su habitual franqueza y sin rodeos:

Siempre me ha gustado dar a las cosas su verdadero nombre, al pan llamo pan y al vino, vino; soy enemigo de las medias tintas… En la impresión, pues, que a mí me produjo Kweiteh no pudo ser peor, hablando en plata.

Como todos los frailes, su primer cometido fue el estudio del idioma. Verdaderamente fue heroico el esfuerzo y el empeño de los misioneros para superar tantas dificultades en el estudio de una lengua tan distinta y con tan pocos medios. Decía el padre Elizondo:

Yo lo he cogido con verdadero empeño y no dejo la gramática sino para coger el breviario», si bien reconocía que «estudiándolo hay que mirar un rato al libro y otro rato al cielo para no desmayar.

En el horario de la comunidad, queda reflejado que en esa época dedicaban dos horas diarias a las clases de chino y cerca de cuatro horas diarias para el estudio personal. Pues como decía el mismo padre: «estoy convencido de que en tanto no lo sepamos y lo sepamos bien, nada podemos hacer que sea de provecho».

El 31 de diciembre de 1924 el padre Elizondo acompañó al padre Luis Arribas, de la primera expedición, a fundar la misión de Palichoang en la subprefectura de Siayi. El 4 de septiembre de 1925 marcharía junto con el padre Julián Sáenz a Siayi, la capital de la subprefectura, donde estaría como responsable de esa misión hasta junio de 1928.

Propiamente la ciudad de Siayi no contaba con ninguna estación de misiones, ni comunidad de cristianos, ni ningún tipo de catequistas. Sólo había algunos pequeños núcleos de cristianos en diversas poblaciones de la subprefectura. Debido a la escasez de clero, el sacerdote sólo podía visitarlos durante dos o tres días al año a lo máximo. Desconocido el nombre cristiano e impotente el misionero para difundirlo por sí mismo, tuvieron que servirse de catequistas traídos de otros sitios ya catequizados. Sin embargo, muchos de los catequistas que estaban a cargo de aquellas comunidades tampoco cumplían bien su oficio, pues en la mayoría de los casos, salvo honrosas excepciones, lo tomaban como un medio de comer sin gran esfuerzo. Se hacía necesario poder crear entre los nuevos cristianos buenos catequistas que fueran intérpretes fieles de las ideas y sentimientos del misionero.

Además, se añadió que en Siayi los incipientes trabajos misioneros sufrieron también la persecución de un hombre de autoridad que estaba al frente del mercado y junto con sus soldados injuriaban a los cristianos y cometían atropellos y vejaciones contra ellos. Por si esto fuera poco, se ensañaron cruelmente con el pobre anciano que les había cedido la casa: le injuriaron, le maltrataron, amenazándole con volver a hacerlo si no echaba de allí al catequista. El anciano cogió tanto miedo que echó al catequista de la escuela, quedando esta deshecha y los cristianos desperdigados.

En 1927 un oficial del ejército de Zhang Zuolin avisó a los frailes del peligro inminente de que se produjese una gran batalla en las inmediaciones de la misión y les dio el consejo de huir a Shanghái. Ellos no aceptaron la invitación y se negaron a abandonar la misión, limitándose a llamar a los frailes y concentrarlos a todos en Kweiteh hasta que pasara el peligro.

Como hacía una semana que no cesaba de nevar y llover, los caminos estaban realmente intransitables. La mayor parte de los padres tuvo que hacer dos días de un viaje penoso y de verdadero sacrificio, hasta el extremo de que el padre Sabino Elizondo, estuvo a punto de perecer en el camino, presa de unas fiebres repentinas de las que consiguió reponerse tras lograr refugiarse en un villorrio y pasar allí la noche. Cuando las cosas en el territorio de la misión volvieron a la normalidad, resolvieron volver a sus respectivas misiones y reanudar sus tareas apostólicas.

El provincial, por su parte, alarmado con las noticias que le llegaban sobre el estado caótico en que se encontraba China y especialmente en los alrededores de la Provincia de Henan, envió el 28 de marzo, a través del procurador, padre Tomás Cueva, un telegrama a los frailes mandándoles salir. Con el desagrado del obispo José Tacconi, del que dependían, y del mismo delegado apostólico, monseñor Celso Costantini, salieron de la misión para Shanghai siguiendo el mandato del prior provincial.

Poco después de llegar a Shanghai, y explicándole al prior provincial la situación y el malestar causado al delegado apostólico, les fue concedido a tres padres de la misión volver a Kweiteh/Shangqiu. Uno de los que acompañaría al padre Javier Ochoa de vuelta fue el padre Sabino Elizondo. Tras unas semanas de estancia en la misión, el general comandante de las fuerzas de Kweiteh, que era amigo de confianza absoluta de los padres, les comunicó que las fuerzas revolucionarias estaban muy cerca y que no podría responder de la seguridad de los padres por lo que les pidió que salieran de Kweiteh lo más rápido posible.

Los padres salieron el 28 de mayo, a los diecisiete días de su llegada, en el último tren que pudo salir de la ciudad, porque al día siguiente el ejército del sur entró en Kweiteh y tomó la ciudad. El 8 de junio llegaron los frailes a Shanghái. El 15 de junio el ejército revolucionario ocupará la misión y la casa central.

A los quince días de su llegada a Shanghái, aun cuando sabían que las casas habían sido ocupadas por los militares, los frailes querían volver de nuevo a la misión. En ese tiempo recibieron una carta de monseñor Celso Costantini y, valoradas todas las circunstancias, los tres padres que constituían el consejo de la misión, suponiendo la aprobación del padre provincial, decidieron la vuelta de los padres Ochoa, Mariano Alegría y Sabino Elizondo.

A lo largo de su viaje de vuelta, algunos misioneros de los lugares por donde pasaban les desaconsejaron seguir adelante. El delegado apostólico les había dicho que con que llegaran hasta Yenchowfu y allí esperaran hasta que pudieran hacer el viaje a Kweiteh, informaría a Roma diciendo que habían regresado a la misión.

Los padres recoletos no se conformaron con eso. No pudiendo coger en Yenchowfu el tren para Kweiteh, se decidieron a hacer el viaje por tierra, atravesando unos 200 kilómetros de la provincia de Shandong. Viajaron usando un mal carro chino, teniendo que hacer la mayor parte del camino a pie, caminando con el calor de agosto durante 15 días de mañana a la tarde, y así no pararon hasta llegar a la misión el día 11 de agosto. Estando las casas ocupadas por los militares, los misioneros tuvieron que alojarse en unas casuchas hasta el 17 de octubre.

El 3 de octubre el padre Ochoa salió a buscar al resto de los misioneros. Mientras, un gran ejército de bandidos saqueó la ciudad de arriba abajo y los dos padres, que se habían quedado en Kweiteh, Elizondo y Alegría, tuvieron que sufrir un saqueo que estuvo a punto de costarles la vida.

El 19 de junio de 1928 Pío XI emitía el decreto de separación del Vicariato Apostólico de Kaifeng y de erección de la Prefectura Apostólica de Kweiteh. Aunque salió claramente elegido monseñor Ochoa como prefecto, el padre Sabino Elizondo entró en las dos ternas presentadas, una la de la Orden y otra la del delegado apostólico.

Tras el nombramiento de Ochoa como prefecto, el padre Elizondo fue enviado a Huchiao donde estaría al frente de la misión desde 1928 hasta 1932, salvo un periodo intermedio de nueve meses donde fue a Shanghai a hacerse cargo de la edición de la revista “Todos Misioneros”.

En su misión apostólica se destacó por su afán evangelizador y pastoral dirigido a la conversión de los paganos y a la formación catequética y pastoral en la fe de los conversos, con gran empeño en la instrucción y educación de la juventud en las escuelas de catecismo, sin descuidar tampoco el cuidado corporal de los muchachos, proporcionando alimento y vestido a muchos, con gran celo por las almas y generosidad para con los pobres a los que ayudaba con sus limosnas.

Una vez recogió bajo la lluvia en el camino a un muchacho en llanto que había sido pegado por su madrastra y echado de casa contando sólo con nueve o diez años. El padre Elizondo refugió al niño en su casa y, tras hablar con el padre del muchacho, quien comprendió que, vista la situación insostenible con la madrastra, lo mejor para el niño era que estuviese con el padre Elizondo, quien lo mantuvo consigo, lo educó en la fe y lo preparó para el bautismo.

En un campo de misión donde las poblaciones se desperdigaban por múltiples villorrios, la presencia de un catequista era vital en todos los ámbitos: enseñar las oraciones a los hijos de los cristianos y a los catecúmenos; llamar a horas determinadas a los cristianos a la capilla para rezar, y evangelizar y preparar a los paganos para recibir el santo bautismo. Comprendido el papel y la importancia de los catequistas, los frailes consideraban una de sus labores más importantes «preparar muchos, buenos y leales catequistas». Y en esto destacó por convicción y determinación el padre Elizondo.

Apremiados por la escasez de buenos catequistas, los misioneros tenían siempre en la mente el sueño de poder tener un centro de formación de Catequistas donde se instruyeran y se entrenaran verdaderos catequistas para los puestos de misión. Los deseos de los misioneros, y en especial del padre Elizondo, se encontraban una y otra vez con el obstáculo del dinero necesario para acometer esa obra.

Mientras el sueño de la escuela de Catequistas no llegaba, el padre Elizondo, con plena conciencia de que su trabajo había de resultar poco menos que infructuoso, o que, de obtenerse alguno, sería muy a la larga y con un desgaste de energías muy desproporcionado al rendimiento obtenido, quiso detener el mal -arrancarlo era imposible- llamando a su residencia a los que le ayudaban en el ministerio y, por espacio de quince, veinte, o más días, los instruía, o al menos trataba de instruirlos, en los principales puntos de doctrina; a continuación tenían tres días de Ejercicios Espirituales y luego… se dispersaban por las escuelas o estaciones de la campiña, aun cuando la realidad de los frutos de este método tampoco satisfizo al padre Elizondo.

La escuela de Catequistas de Chutsi

Finalmente, en 1932, gozando de un tiempo de relativa paz, con un plantel de 16 frailes, con un incipiente seminario menor y un dispensario médico ya en marcha, contando ya con la presencia de misioneras religiosas en la Prefectura, monseñor Ochoa decidió que no se podía aguardar más y que se debía aprovechar aquella situación para establecer la ansiada y necesaria escuela de catequistas donde se pudiera ofrecer la preparación larga, esmerada y minuciosa que la formación de los deseados catequistas requería. Para ello se hizo un sacrificio económico, de trabajo y de paciencia muy grande para poner todo aquel sueño en marcha.

El padre Sabino Elizondo, quien se distinguía por su brillantez intelectual y agudeza de ingenio, por su sobresaliente capacidad para los escritos profanos y religiosos, y quien se había destacado entre todos principalmente por la debida formación prestada a sus catequistas, fue nombrado en agosto de 1932 director de la escuela de catequistas por monseñor Ochoa, quien lo envió a la misión de Chutsi, para hacer allí realidad su anhelado sueño. Trabajó en la obra con su celo y entusiasmo habituales: adecentó lo que había y construyó de nueva planta una devota capilla y un dormitorio capaz para treinta personas.

Con la escuela terminada y los candidatos seleccionados, se procedió el 30 de enero de 1933 a la bendición de las dependencias. Se entronizó una imagen del Sagrado Corazón de Jesús en la sala de estudios, terminando los actos con la solemne bendición con el Santísimo Sacramento. La escuela quedó oficialmente inaugurada con el nombre de “Escuela de Catequistas de Cristo Rey”.

Comenzó su andadura con 26 estudiantes, jóvenes de entre 20 y 30 años de edad, a los que se les garantizaba el alojamiento, la comida y la instrucción de manera gratuita. El ciclo formativo duraría tres o cuatro años. En lo que a formación doctrinal del primer año se refiere, las asignaturas de catecismo explicado y apologética buscaban asentar bien la fe bautismal y catequética que habían aprendido y profesado, y que deberían enseñar a los catecúmenos, así como en introducirles en los primeros razonamientos apologéticos, que les servirían de sostén racional de la fe católica frente a los razonamientos y argumentos de los paganos y de los protestantes.

Tras dos cursos, y habiendo dejado en marcha la obra de la escuela de catequistas, el padre Elizondo pidió salir de la misión rumbo para Filipinas. En su carta al vicario provincial explica los motivos para pedir que lo sacasen de la misión, que no eran otros que sus profundas desavenencias con el padre prefecto, que habían llegado a tales extremos que para él le era ya imposible tener un momento de reposo y de paz para poder trabajar con fruto en ministerio tan exigente.

De este modo, el padre Sabino Elizondo abandonaría la misión definitivamente el 24 de agosto de 1934 pasándole el testigo de la Escuela al padre Mariano Gazpio, con quien se graduarían las primeras tandas de catequistas.

En 1940 Elizondo residía en el convento de Marcilla. Una vez que la Santa Sede le concedió el indulto de secularización el 22 de febrero de 1941, el 5 de marzo del mismo año se incardinó en la Diócesis de Ávila. Posteriormente desempeñó el oficio de capellán del hospital-asilo de Ancianos Desamparados de El Moral de Calatrava (Ciudad Real), donde falleció en abril de 1966.