En 1901 nacía en Igea de Cornago (La Rioja) José Martínez Llorente y murió en Lodosa (Navarra) en 1957, adonde se había retirado a causa de la enfermedad contraída en su estancia durante veintidós años en la misión de Kweiteh/Shangqiu, donde destacó por su talante bondadoso y pacificador.
José Martínez formó parte de la segunda expedición de misioneros que llegaron a la misión de Kweiteh. Junto con los padres Lorenzo Peña, Julián Sáenz, Manuel Echauz y Sabino Elizondo llegaría el 6 de noviembre a la misión, que recibió con ellos un impulso renovado. Así lo describe el padre Francisco Javier Ochoa:
Llegaron a esta misión cinco misioneros nuevos, todos ellos jóvenes y animosos, como hace falta que sean todos los que aquí vengan. Uno de los cinco que vinieron al principio, el P. Pedro Zunzarren, volvió a Shanghái como socio del P. Cueva. De modo que ahora somos nueve los que quedamos en la misión. No hay duda ninguna que N. P. provincial ha hecho un grandísimo esfuerzo para poner tantos en tan poco tiempo. Pero, a decir la verdad, era necesario dar un golpe así, para tapar la boca a muchos que creían que los recoletos éramos incapaces de tomar una misión en China.
En noviembre de 1925, con la inauguración de la casa central y la misión establecida como misión independiente, el nuevo provincial, el padre Bernabé Pena, junto con los diez religiosos, se dedicó a organizar la misión y la vida religiosa de los misioneros.
En esta nueva distribución, los padres José Martínez y Julián Sáenz fueron asignados al puesto misional de Checheng. Sin embargo, monseñor José Tacconi, al enterarse de los planes de los misioneros recoletos de comprar una propiedad e instalarse en la ciudad, les comunicó que no continuaran, ya que estaba reservada para sus propios misioneros. Esta situación frustró los proyectos de José Martínez, pero no dejó que eso lo detuviera en su labor misionera.
José Martínez fue enviado entonces a Palichoang (Siayi), donde acompañó al padre Luis Arribas durante un año largo. Después de una breve estancia en Shanghai, siguiendo las órdenes del prior provincial de que los misioneros salieran, José Martínez regresó a Palichoang, esta vez acompañado por Julián Sáenz. Sin embargo, su estancia allí no estuvo exenta de peligros. El 17 de noviembre de 1927, esos dos padres fueron objeto de un asalto por parte de bandidos que irrumpieron en su casa con disparos, salvando la vida de milagro.
A pesar de estos desafíos, José Martínez comenzó a cosechar los primeros frutos de su labor misional en Palichoang. Sin embargo, recibió la orden de abrir un nuevo distrito de misión en la lejana ciudad de Kaocheng. En 1931, José Martínez llegó a Kaocheng desde la misión de Palichoang. Al principio, tuvo que vivir en una humilde choza durante dos meses y medio antes de finalmente adquirir una propiedad con varias casas. Sin embargo, encontró dificultades, ya que los principales de la ciudad se oponían a cederle una propiedad debido a los errores cometidos por algunos sirvientes y catequistas en el pasado, lo que llevó a tensiones entre la Iglesia Católica y las autoridades locales.
Para ganarse la confianza de la gente, José Martínez recurrió a su cámara fotográfica. Aunque era un medio indirecto para la propagación del evangelio, tuvo excelentes resultados. Como no había fotógrafo en la ciudad, los principales se acercaban poco a poco para ser retratados. A medida que la gente se familiarizaba con el padre José Martínez y su carácter sencillo y bondadoso, los recelos iniciales contra el misionero comenzaron a disiparse. Su persistencia y dedicación hicieron que la oposición a su presencia como misionero católico desapareciera gradualmente, lo que condujo a una mayor abundancia de frutos misionales.
Además para tenerlos contentos no les cobraba nada por los retratos. Así fui metiéndome por la oficina de la Cruz Roja, por el mandarinato, y por las principales casas hasta hacerme amigo de ellos. Antes de terminarse el primer año ya tenía ocho o diez catequistas distribuidos por los pueblos con más de 500 catecúmenos.
No permanecería por mucho tiempo en aquella misión ya que al poco tiempo se formó la nueva subprefectura civil de Mingchoang, tomando territorios de otras subprefecturas, entre otras de la de Kaocheng. La nueva subprefectura pertenecía a la prefectura civil de Kaifeng, por lo que pasó a ese Vicariato y, en compensación, se dio a los recoletos de nuevo la prefectura de Checheng. De este modo, volvió el padre José Martínez a su primer destino, destino frustrado en aquel momento, pero que se convertiría de ahora en adelante en su puesto misional, donde estaría trabajando hasta el final de su estancia en la misión.
En diciembre de 1932, José Martínez se trasladó a Seliulou (Checheng). En ese momento, la subprefectura contaba con solo unos 80 cristianos dispersos en varios pueblos. Solo había una pequeña casa llena de goteras que servía como escuela y capilla para rezar en común. Al llegar a la misión, José Martínez tuvo que construir una casa, una capilla y otras dependencias necesarias.
Después de establecer la misión de Seliulou, José Martínez se dedicó a la construcción de escuelas-capillas en diferentes centros misionales de Checheng. Durante los primeros diez años, se levantaron diez escuelas-capillas además de la residencia de Seliulou.
La comarca de Seliulou era considerada un nido de ladrones, lo que obligaba al misionero a pasar muchas noches en el campo o a refugiarse en Setseho, un mercado amurallado a unos cuatro kilómetros de Seliulou, para protegerse. A pesar de los peligros nocturnos, durante el día reinaba la tranquilidad, lo que permitió que José Martínez pudiera trabajar efectivamente en su labor misional.
Las fatigas y el arduo trabajo misional comenzaron a pasar factura a la salud de José Martínez. Tuvo que trasladarse a Shanghai, donde fue sometido a varias dolorosas operaciones que llevó con ánimo y serenidad ejemplar. Una vez repuesto volvió a la misión acompañando a los padres Francisco Sanz y Pedro Ruiz que habían sido destinados a la misión, y así volvió a la misión el 18 de marzo 1935.
Tras el bombardeo japonés en Kweiteh en 1938, el padre Pedro Colomo llevó a los seminaristas a refugiarse en Seliulou, donde José Martínez los acogió durante un mes.
La situación se complicó aún más con la ocupación japonesa de China durante la Segunda Guerra Mundial. Los japoneses mantuvieron el control de los puntos estratégicos y dejaron el resto del territorio en un caos desorganizado. Entre estos destacaba Seliulou, donde el padre José Martínez tuvo que ejercer de mediador y actuar decisivamente en la pacificación del territorio y en el bienestar y seguridad de la gente. A él se fueron con sus cuitas las pobres víctimas de la guerra, el pueblo sencillo. No hubo lagrimas que no enjugara, ni pesadumbre que no tratara de aliviar.
Como las tropas del Gobierno ya no mandaban en este trozo de terreno, y los japoneses lo pasaron por los dos lados, los bandidos hicieron una especie de estado independiente con sus mandarines, generales y demás cargos. En este estado de cosas yo tenía que determinarme a algo, y opté por visitar a los jefes para ver si conseguía que me dejaran en paz y así ayudar todo lo que pudiera a los cristianos y paganos. Mi visita les cayó muy bien, pues tenían a gran honra el que un europeo acudiera a ellos en busca de protección. Al día siguiente los principales jefes me devolvieron la visita invitándoles yo a una comida y desde entonces me consideraban como su mejor amigo. (…) Por consideración al misionero en todo el pueblo no faltó ni una mala gallina, cuando en los demás pueblos no quedaba nada sano. Así es que venía la gente continuamente en busca de protección, unas veces para que les devolvieran los bueyes, otras para salvar a su hijo de la muerte, y otras que les habían robado las mujeres y a ver si las podía rescatar. Casi siempre bastaba que supiera dónde estaba lo robado, para que volviera a su dueño. Lo que más me costó fue salvar la vida a un individuo, el cual en otro tiempo había metido en la cárcel, sufriendo muchas torturas, a uno de los jefes. (….) Mucho costó el que lo soltaran, pero por fin se consiguió. Sin embargo, este buen chino después de salvarle la pelleja no fue ni para darme las gracias; hubo ocasión que me tropecé con él en el camino y pasaba como si no me conociera.
El padre José Martínez fue requerido varias veces por los cabecillas de distintos grupos de bandoleros para dirimir, pacíficamente, sus diferencias, mediando entre las distintas bandas de guerrilleros y bandidos que luchaban por el control de Seliulou y que asolaban la zona, consiguiendo muchas veces mantener la paz entre ellos. Tan acostumbrados tenía a los habitantes de aquella región verlo metido en este empeño, que ya le llamaban todos “el Jefe bueno de los bandidos”.
Después de la guerra, José Martínez regresó a España el 18 de abril de 1947 con problemas de salud. Diez años más tarde, el 5 de mayo de 1957, falleció en el colegio apostólico de Lodosa a causa de una bronconeumonía. Su superior destacó sus virtudes de humildad sobresaliente, auténtico espíritu fraternal religioso, bondad de corazón y su dedicación como misionero.