En mayo de 1993, en la antigua misión de Kweiteh, (hoy Shangqiu), hicieron su profesión religiosa Teresa Wang y Lucía Li, las dos primeras misioneras agustinas recoletas, cuya Congregación fundó monseñor Francisco Javier Ochoa, junto con Esperanza Ayerbe, Carmela Ruiz y Ángeles García, agustinas recoletas de clausura convertidas en celosas misioneras.
Las hermanas Esperanza Ayerbe y Carmela Ruiz estuvieron en la misión de Shangqiu (Henan, China) por espacio de casi diez años (1931-1940). Desde 1948, en que salió de la misión la hermana Ángeles, no hubo presencia de hermanas de la Congregación en aquella iglesia local que providencialmente fue “restaurada” por monseñor Nicolás Shi, sobreviviente de los primeros religiosos recoletos chinos. Él, por encargo del prior general de la Orden, padre Javier Pipaón, acogió, formó y recibió para nuestra Congregación a muchachas deseosas de consagrarse a Dios en la vida religiosa.
Ante la feliz realidad del renacer de la Congregación en China, con una incipiente comunidad MAR en el Continente, el gobierno general decidió abrir en diciembre de 1995, una comunidad en Taiwan, con el fin de que un grupo de hermanas aprendieran chino, se familiarizaran con su cultura y, desde allí, pudieran comunicarse con las jóvenes chinas de la misión, y acompañarlas en su formación, visitándolas cuando las circunstancias lo aconsejaran.
La superiora general, que acompañó a las hermanas en la fundación de la comunidad de Taiwán aprovechó el viaje para hacer la primera visita de la Congregación a la naciente comunidad del Continente. Acompañada por el padre Manuel Piérola, agustino recoleto, en marzo-abril de 1996, pudo entrar en contacto con los lugares donde se hunden las raíces y donde los fundadores, con el grupo de misioneros agustinos recoletos, implantaron la Iglesia y sembraron el territorio de fe y de esperanza. Con emoción escuchó de algún antiguo catequista y otras personas mayores, positivos comentarios sobre los primitivos misioneros y detalles de las hermanas fundadoras.
Los antiguos edificios, excepto el orfanato, todavía estaban en pie, aunque parte de las dependencias aún no las habían devuelto a la Iglesia y estaban ocupadas por familias. Más tarde la superiora general coincidió con el momento en que se derribaba el seminario menor para dejar espacio para la construcción de la nueva catedral.
El encuentro con monseñor Nicolás Shi y las hermanas que estaban en la misión (tres profesas y una novicia) fue emocionante: “Sin conocernos antes, sentimos que éramos hermanos de la misma familia”. Sorprendente la actitud e interés de monseñor Nicolás por inculcar a las hermanas la espiritualidad agustiniana y el sentido de pertenencia a la Congregación.
También se visitó, en Wuhan, a una profesa y a tres postulantes, que estaban estudiando enfermería, y a tres jóvenes agustinos recoletos que estudiaban en el seminario de aquella Diócesis.
Al coincidir con el inicio de la Semana Santa pudimos participar en la liturgia con el pueblo. Del domingo, conservamos uno de los ramos bendecidos, que fraccionamos en pequeños ramitos y, a la vuelta, desde Taiwan, los enviamos a cada comunidad de la Congregación, como signo de comunión de la comunidad china con todas.
Fueron cinco días inolvidables, de convivencia, de mutuo conocimiento, de muchas preguntas e inquietudes, pero, sobre todo, de experimentar la gracia y providencia de Dios para con los hermanos chinos que supieron dar la vida por mantenerse fieles a la Iglesia en medio de la persecución y reconstruir la comunidad cristiana en este territorio.
A partir de esa fecha, desde la comunidad de Taiwan, integrada por las hermanas Teresa Díaz, Jacira Bering, Martha Maldonado y M. Eugenia Romero, se visitó con regularidad la comunidad de Shangqiu; algunas veces, acompañadas por los recoletos Benito Suen o Pedro Tung, que, siendo chinos, aprovechaban para visitar la misión y a sus familiares. Otras veces, alguna hermana acompañaba a la superiora general o provincial en su viaje al Continente.
La estancia en la misión dependía del tiempo concedido en la visa de entrada, nunca más de un mes ni menos de una semana. El promedio fue de más de 20 días cada visita. Y se iba cuando las hermanas del interior veían que era oportuno: unas veces, cada año; otras, cada año y medio o dos. Ellas conocían la situación y también decidían a qué lugares se podía ir y a cuáles no era prudente…
El objetivo de las visitas era, en principio, hacer sentir a las hermanas del Continente la presencia, cercanía, cariño e interés de toda la Congregación por ellas a través de
- La convivencia diaria: compartiendo la vida, las tareas de la casa, los ratos de descanso, la oración en la comunidad y con el pueblo. Conversando, intercambiando experiencias e inquietudes; dándoles a conocer las costumbres de la Congregación en otros países; aprendiendo de ellas, de su forma de pensar y ver la vida religiosa…
Momentos sencillos de mutuo conocimiento y enriquecimiento.
Oportunidad también para conocer los alrededores y disfrutar de paseos por el parque que rodea la ciudad amurallada de Shangqiu, que de año en año ha ido mejorando, considerándose ya como un lugar turístico.
- Compartir momentos especiales de la comunidad, como la profesión religiosa de varias de ellas, o la primera misa de alguno de los sacerdotes jóvenes recoletos; los retiros tenidos con sacerdotes venidos de fuera; días especiales de fiestas religiosas como el día de la Asunción de la Virgen, con asistencia masiva de fieles llegados de lejos y que ponía a prueba la capacidad logística de las hermanas, dando lugar a que la Eucaristía se celebrara al aire libre.
Y, sobre todo, el encuentro fraterno el día de nuestro padre san Agustín. Era tradición que todos los hermanos y hermanas vinieran de sus parroquias a la casa central, a la Eucaristía y al banquete. Muchas veces en esa fecha se encontraba también presente el superior general de la Orden con algún acompañante o el provincial del momento, lo que reforzaba los lazos fraternos entre sí y con toda la Familia Agustino-Recoleta.
- Visitas a las familias de las hermanas para conocer sus lugares de origen y la situación en que han vivido. Por supuesto, los lugares relativamente próximos, por ser de la provincia de Henan o de Shandong. En todos los casos, las familias fueron especialmente receptivas a las hermanas extranjeras, incluso en el que no todos eran cristianos.
- Visitas a las distintas parroquias de la diócesis de Shangqiu donde las hermanas hacían su trabajo pastoral, acompañando a los respectivos párrocos.
- Momentos especiales de formación, en la casa central, sobre temas de identidad cristiana, religiosa y de la Congregación. Asesoramiento sobre su participación en la marcha de la Congregación y animación en general. De gran ayuda en esta tarea fue tener a mano desde el principio, la traducción al idioma chino hecha por los padres Benito Suen y Pedro Tung, de la Regla y Constituciones y otros libros de santos de la Orden.
- Compartimos con ellas algunos paseos a lugares históricos famosos, propiciados, organizados y acompañados por los padres de la misión.
Los superiores de la Orden de Agustinos Recoletos, que visitaban periódicamente la misión, también fueron un gran apoyo para las hermanas, sobre todo al saberse y sentirse miembros de una familia más amplia con la que podían contar en todo momento.
En esos 20 años (del 1996 al 2016), la Congregación fue testigo del cambio ocurrido en el país, apreciándose el crecimiento económico, mayor de año en año. Las vías de comunicación mejoraron notablemente; las familias, en mejores condiciones, adquirían vehículos y arreglaban sus casas; los productos importados se podían conseguir en cualquier centro comercial… Incluso se respiraba una sensación de creciente libertad para moverse y actuar. A pesar de tener que cumplir ciertos requisitos para conseguir la visa de entrada, nunca tuvimos problemas para entrar y salir del país. Y las autoridades fueron siempre respetuosas en el trato con nosotras.
Experimentamos también la vitalidad de la Iglesia católica en China, su organización y su trabajo de evangelización. El crecimiento de la Diócesis de Shangqiu, y el consiguiente aumento de vocaciones religiosas y la consolidación de la comunidad MAR en nuestro lugar de origen. Todos, grandes motivos para dar gracias a Dios y confiar en el futuro.
Pero el ritmo de las visitas frecuentes se estancó. Cambió la situación y después de 2016 ya no fue fácil ni prudente visitar a las hermanas ni comunicarse con ellas. Gracias a Dios, durante esos 20 años, varias hermanas chinas salieron a estudiar español y se encuentran de nuevo en la misión.
Confiamos en Dios, que todo lo sembrado dé frutos de fidelidad y perseverancia, y que la comunión, incluso con dificultades, crezca entre nosotras. Nuestros fundadores, que tanto amaron este país y esta misión, están comprometidos a interceder por ellos.