Lecturas: Jeremías 23,1-6: Reuniré el resto de mis ovejas y les pondré pastores; Salmo 22: El Señor es mi pastor, nada me falta; Efesios 2,13-18: Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos ha hecho uno; Marcos 6,30-34: Andaban como ovejas que no tienen pastor.
Tomás Ortega González, agustino recoleto
Buenos pastores, malos pastores
El texto de Jeremías da pie a una seria reflexión sobre la responsabilidad y la gestión de los dirigentes políticos, sociales y religiosos del pueblo: Todos ellos eran tenidos como pastores puestos para guiar a Israel y que éste viviera en fidelidad a la alianza, pero en la práctica todos ellos se vieron incapaces de hacerlo: son malos pastores, porque en lugar de cuidar y guiar a Israel lo han corrompido y llevado por el camino de la idolatría y la desobediencia al Señor. A causa de esto, primero el reino de Israel y, un siglo después, el reino de Judá caerá en manos extranjeras y el pueblo será llevado al exilio. La reflexión teológica será dura y crítica con la monarquía y las instituciones, reflexión de la que el profeta es parte.
Yahvé es el Pastor de Israel
Los malos pastores de Israel nos permiten darnos cuenta de que el único pastor, el verdadero pastor, es Dios mismo. Él es quien se hará cargo de rescatar y de pastorear al pueblo. Dios pide cuentas a los pastores de su pueblo y no encuentra ninguno de ellos digno. Él, el Señor , es quien conducirá a su pueblo, ya no por medio de pastores-reyes o pastores-sacerdotes, sino por el conocimiento, la vivencia y la fidelidad a la Ley; es allí donde Dios se convertirá en la guía para que su pueblo viva feliz y seguro: Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas de todos los países adonde las expulsé y las volveré a traer a sus dehesas para que crezcan y se multipliquen. Les pondré pastores que las apacienten, y ya no temerán ni se espantarán. Ninguna se perderá —oráculo del Señor—» (Jer 23, 3-4).
El anuncio profético parecería ser utópico, pues no se cumple rápidamente. La reflexión que surge después del exilio va a ser fruto de las realidades que irán enfrentado el pueblo que regresa de Babilonia: reconstrucción física y social, crisis internas, guerras hacia fuera, la conquista cultural del helenismo, la llegada del imperio romano, etc. Fruto de todo esto es la formación de una identidad nacional y cultural que distinguirá al pueblo judío hasta nuestros días. Otro de los frutos es el nacimiento de otras instituciones sociales que asumirán el rol de pastores: una monarquía político-sacerdotal, grupos sociales-religiosos como los fariseos, los saduceos; elites religiosas que controlan el Templo y la formación religiosa de la sociedad. Todos estos pastores buscan la realización de sus propias expectativas y ven al pueblo como instrumentos o como un rebaño al que pueden manipular o usar para obtener sus beneficios.
Jesús pastorea el rebaño
Jesús, a lo largo de su ministerio, toma distancia de estas formas de ver y de tratar al pueblo: Él siente misericordia por la gente, pues ve que andan errantes como ovejas sin pastor, es decir, que no han sido acogidas por sus autoridades, sino que son usados, que no son tenidos en cuenta en sus necesidades: no se les escucha ni se les atiende, no se les dan palabras de aliento, ni se les dan esperanzas; se les habla de una felicidad futura y de un premio; se les dice que su condición actual de pobreza, enfermedad, soledad, tristeza o humillación forman parte del plan divino y que deben resignarse y, si se rebelan, van contra Dios mismo. Da la impresión de que el sufrimiento de los hombres fuera indiferente a Dios, que ellos solo deben cumplir los mandamientos y, siendo buenos, algún día alcanzaran alguna clase de misericordia o premio.
Jesús es diferente a ellos: camina con el pueblo, escucha a las personas y les habla; los conoce, los toca y se deja tocar, se detiene en lo que le dicen, los cura y los anima, mostrando así el rostro humano de Dios; en él se cumple otra de las profecías: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados (Isaías 5,35 citado en Mt 11,5). Tampoco actúa de forma déspota ni imponiendo o recordando el cumplimento observante de determinados mandatos o leyes. Jesús conoce las necesidades de cada uno y se centra en ellas, conoce los corazones y no se deja engañar por las apariencias. En las bienaventuranzas, Jesús no llama a una actitud pasiva y conformista, indica que la vivencia de cada una de ellas es un reto y una oportunidad para superar las pobrezas, los sufrimientos, las humillaciones, puesto que él las comparte con ellos.
La escena de este domingo nos pone delante a Jesús que, como buen pastor, se pone a atender a su rebaño. El evangelio nos dice que Jesús quiere tomar un descanso y estar con los apóstoles que regresan de su misión; él quiere estar con ellos, porque le son queridos y quiere compartir su tiempo con ellos y conocer experiencias de sus viajes. Pero la gente lo busca, lo sigue, lo rodea… Él, en lugar de molestarse o de huir, no se desentiende, sino que se compadece de esas personas, reconoce la necesidad inmensa que tienen y sacia su hambre de Dios; les anima con su predicación, con sus gestos, con sus caricias. Jesús enseña con su vida cómo es el amor que Dios tiene por todas y cada una de sus ovejas.
Jesús es el Pastor que Dios envía a su rebaño. El buen pastor, el pastor según el querer de Dios, es el que congrega, el que une a todo el rebaño de Dios disperso: Yo mismo reuniré el resto de mis ovejas de todos los países adonde las expulsé, y las volveré a traer a sus dehesas para que crezcan y se multipliquen (Jer 23, 3); él es también quién anuncia la paz: Vino a anunciar la paz: paz a vosotros los de lejos, paz también a los de cerca. Así, unos y otros, podemos acercarnos al Padre por medio de él en un mismo Espíritu, nos dice Pablo (Efesios 2,18).
El Apóstol destaca la obra salvadora de Jesús, una obra que es universal: no solo el antiguo pueblo de Israel, sino toda la humanidad: el rebaño del Señor Jesús es toda la humanidad redimida con su sangre y que escucha y cumple la voluntad de Dios. Jesús es el vástago de David, el pastor que Dios padre envía para reunir a su pueblo y hacer que llegue a él.