Lecturas: Amós 7,12-15: Ve, profetiza a mi pueblo; Salmo 84: Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación; Efesios 1,3-14: Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo; Marcos 6,7-13: Los fue enviando.
Marciano Santervás Paniagua, agustino recoleto
La vocación de profeta
La llamada a ser profeta es un don especial de Dios, que muchas veces no se fija en la valía ni en las condiciones de la persona. Así le ocurrió a Moisés, que no se sentía idóneo por tartamudear; así le ocurrió a Jeremías, “un niño que no sabe hablar”, tímido por naturaleza, al que Dios le encomienda la misión de predicar lo que Él le mande. El profeta auténtico pronuncia las palabras que Dios pone en su boca.
En el próximo domingo -15º del tiempo ordinario- la primera lectura está tomada de la profecía de Amós, cuya vida transcurrió en el siglo VIII antes de Cristo. Amós, “uno de los pastores de Técoa”, población cercana a Belén, en el reino de Judá, deja la vida tranquila de “pastor y cultivador de sicomoros” para ir a predicar al reino de Israel, al santuario de Betel, la muerte a espada de Jeroboán II y la deportación de Israel, la justicia y el culto sincero a Dios. Por esto, Amasías, sacerdote de Betel, le conmina a que deje Israel y se vaya a su lugar de origen, Judá, a ganarse el pan como un profeta más.
Ante estas palabras, Amós responde a Amasías: “Yo no soy profeta ni hijo de profeta. Yo era un pastor y un cultivador de sicomoros. Pero el Señor me arrancó de mi rebaño y me dijo: ‘Ve, profetiza a mi pueblo Israel’”. Y Amós, profeta de Dios, tuvo que vaticinar muerte y castigo, tuvo que pedir con vehemencia el abandono de una vida injusta y de un culto vacío. A pesar de los oráculos y anuncios de destrucción, la profecía de Amós termina con la promesa de restauración del reino de David.
En las mismas palabras de Amós podemos ver con claridad la naturaleza de un profeta de Dios, que se siente impulsado a comunicar las palabras que oye al Señor en su interior, venciendo toda suerte de limitaciones personales y de dificultades externas, arriesgando o entregando incluso la propia vida.
La vocación de misionero
Jesús, de entre sus seguidores, elige a doce para que estén con Él y para enviarlos a predicar. Por tanto, es Jesús quien llama, quien hace la elección y les encomienda una misión. El pasaje evangélico relata el envío de los doce apóstoles. Jesús los envía de dos en dos y les da autoridad para librar a la gente del mal, representado en los espíritus inmundos.
La misión que reciben los Doce es la misma que realizó el Maestro. Los Doce son representantes delegados de Jesús, por lo que sus actitudes, el contenido de su predicación y las actuaciones serán análogas a las que habían aprendido del Maestro. El evangelista Marcos, de forma breve, lo recuerda: deben llevar para el camino un bastón, no como señal de mando, sino como ayuda para caminar, y sandalias; nada más, ni pan, ni alforja, ni dinero ni túnica de repuesto.
El evangelio insiste principalmente en qué no deben llevar, es decir, Jesús y los misioneros en general deben resplandecer por una vida sobria, no deben buscarse seguridades en las cosas materiales, no poner su confianza ni el éxito de su misión en el dinero ni en la acogida de los poderes de este mundo.
Por otra parte, Jesús les advierte que se queden en una casa donde les acojan, pero que pueden ser rechazados. Es decir, los profetas tuvieron que arrostrar el rechazo y la persecución, incluso la muerte; Jesús fue mal interpretado, rechazado su mensaje y su persona, fue crucificado como malhechor. Los Doce, los misioneros, no van a realizar su misión entre aplausos y éxitos clamorosos, más bien serán objeto de incomprensión, de burla, de hostigamiento… Tuvieron éxito los falsos profetas del Antiguo Testamento, como también pueden ser exitosos los falsos profetas de nuestros días que pregonan de múltiples maneras valores que chocan contra el evangelio o la dignidad humana.
En cuanto al contenido de la predicación, los Doce o los misioneros deben seguir el camino del Maestro que comenzó su vida pública con las siguientes palabras: “Convertíos y creed en el Evangelio”. La conversión es el meollo, y el resumen de toda misión, la condición imprescindible de la evangelización.
Jesús a los doce les da poderes especiales que él mismo tenía y que puso en juego muchas veces como signos de que el Reino de Dios había llegado ya a este mundo con su presencia y acción: librar a las personas del poder del maligno, ungir a los enfermos y curarlos. Los Doce compartieron con Jesús estos poderes especiales, pero como nos dice el evangelio en otro pasaje, Jesús les dice que deben ante todo estar contentos, no porque hayan hecho cosas milagrosas, sino “porque sus nombres están inscritos en el cielo”; es decir, Jesús minimiza la importancia de la curación o de la expulsión espectacular de los demonios. Lo fundamental es la predicación de la Buena Nueva, que hay que acoger con fe, e implantar el reino de Dios en el mundo y, con esto, desbaratar todos los proyectos contrarios a Dios y a la misma humanidad.
El contenido de la misión
Quiero ver en el himno de la Carta a los Efesios que se proclama el domingo XV como segunda lectura, un bello resumen, teológico, del contenido de toda misión o evangelización. San Pablo, enamorado de Cristo Jesús, desarrolla la bendición de “Dios Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones”; es decir, ha dado a los seres humanos todas las gracias a través de y en Cristo: nos llamó, nos eligió, nos hizo hijos suyos, nos redimió, nos reveló a Cristo como cabeza de todo, nos ha marcado con el sello del Espíritu Santo, nos ha dado en Cristo la prenda de nuestra herencia eterna.
Predicar el contenido de este himno y lograr que el “pueblo” bendiga, agradezca y alabe todas y cada una de las bendiciones que se enumeran, ha de ser un anhelo de todo misionero. A tantas y tan sublimes bendiciones de Dios Padre-Hijo-Espíritu Santo el creyente ha de responder con el humilde agradecimiento y una alegría compartida. Esta puede ser una manera más de ser profeta en un mundo falto de hálito espiritual.