Algunos de los tesoros de la historia de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de la Orden de Agustinos Recoletos y de los ambientes y espacios donde ha desarrollado su tarea a lo largo de la historia y en la actualidad.
El edificio del Centro San José, situado en el Bronx, de la Archidiócesis de Nueva York, fue cedido por el Cardenal Francis Spellman en 1962 para los Cursillos de cristiandad, bajo gestión de la entonces Provincia de San Agustín. Una casa adjunta era residencia de la comunidad recoleta, dedicada primordialmente a este ministerio.
Con ello se pretendía que creciese significativamente el número de personas que accedían a los Cursillos, después de ver los considerables frutos que alcanzaba este movimiento. Desde 1960 los Agustinos Recoletos habían adoptado esta herramienta pastoral en Suffern (Nueva York), y demostró tener gran capacidad de convocatoria entre los hispanos, así como resultados muy efectivos en la formación de líderes laicos y el tejido de nuevas redes de personas comprometidas y activas eclesialmente.
El movimiento alcanzó gran desarrollo, añadiéndose sucesivamente los cursillos para adolescentes, para matrimonios (desde 1967, con un papel fundamental de quien sería obispo, David Arias (arriba), el Cursillo de cursillos y la Escuela para líderes.
Tras su primera década de actividad, mantenía contacto con 4.000 cursillistas y había llegado hasta 75 de las parroquias neoyorquinas. Desde San José se colaboró activamente en la extensión del movimiento a muchas otras partes de Estados Unidos como Boston (1961), Brooklyn, Newark y Filadelfia (1962), Trenton (1963), Paterson (1964) y Buffalo (1965).
En 1994 el Centro San José cambió su sede, que ya cumplía más de treinta años, por otra más amplia en Saint John Parish and Saint Joseph Cursillo Center (abajo). Finalmente, en 2012 la Provincia de San Agustín entregó este apostolado a la Diócesis, ante la falta de personal.
Los Cursillos de cristiandad no son un curso teórico o un retiro espiritual, sino una experiencia personal profunda que comienza con un intenso evento de tres días, diseñado para un encuentro significativo consigo mismo, con Dios y con la comunidad.
Después los cursillistas mantienen reuniones regulares en grupos de entre tres y seis personas, los núcleos centrales de su metodología, y otros encuentros más numerosos llamados Ultreya. Asumido el compromiso personal, los cursillistas intentan evangelizar en sus ambientes cotidianos con el testimonio de vida y con el apoyo mutuo.