Lecturas: Ezequiel 12,22-24: Yo exalto al árbol humilde; Salmo 91: Es bueno darte gracias, Señor; 2 Corintios 5,6-10: En destierro o en patria, nos esforzamos en agradar al Señor; Marcos 4,26-34: Es la semilla más pequeña, y se hace más alta que las demás hortalizas.

Tomás Ortega González, agustino recoleto

Sencillez – humildad – grandeza

Tres palabras que definen la tónica de las lecturas de hoy, y que podemos encontrar sobre todo en el Evangelio. Las dos parábolas son sumamente instructivas: “la semilla que crece sola” (vv. 26-29) y “la semilla de mostaza” (vv. 31-32). Ambas parábolas, usadas por el Señor en su predicación, sirven para ir describiendo el Reino de Dios.

¿Con qué compararemos? El maestro se pone al nivel de sus oyentes: hombres y mujeres del campo y del mar. No habla más de términos religiosos o legales, sino que volviendo a la realidad que observan y conocen, predica: todos son capaces de entender que el Reino se desarrolla como una semilla cualquiera: es puesta en tierra, y las acciones naturales y un poco de ayuda humana hacen que se desarrolle, hasta que ésta se transforma en una planta apta que da su fruto…

También les presenta la imagen de la semilla de mostaza, una semilla minúscula, pero que es capaz de desarrollarse y crecer hasta convertirse en un arbusto respetable, donde además de recogerse un fruto, las aves del cielo pueden hacer su nido. Ambas imágenes son escogidas por lo sencillo de su planteamiento, y porque el contenido en sí mismo es simple, pero maravilloso. Las semillas son objetos en extremo simples, pero una vez que se desarrollan, pueden convertirse en plantas majestuosas y sumamente bellas.

En la profecía de Ezequiel (17, 22-24) aparece otra imagen ligada al mundo del campo: el retoño trasplantado. Yahvé tomará una rama tierna y joven del cedro alto para replantarlo en un monte elevado y, que este se convierta en otro cedro que sirva de casa para toda clase de aves. La pequeña planta es llamada a convertirse en el árbol más alto y más robusto capaz de copar la más alta de las montañas.

La grandeza del Reino de Dios está en su simplicidad. Las cosas pequeñas y simples, humildes a los ojos soberbios, esconden en su interior una grandeza que transforma: una simple semilla se convierte en trigo dorado; la semilla de mostaza, en un arbusto que da cobijo; un retoño en un robusto cedro… La palabra anunciada en el Reino de Dios: yo soy el Señor, que humilla los árboles altos y ensalza los árboles humildes, que seca los árboles lozanos y hace florecer a los árboles secos (v. 24).

Germinar – crecer – dar fruto

Volviendo a la tónica agrícola de las lecturas, encontramos estos tres verbos que nos indican el desarrollo correcto del proceso: germinar; el Reino de Dios llega como una semilla, que no solo se planta, sino que germina, es decir, que empieza a vivir y a dar vida en quien lo acoge; esta vida se va desarrollando, es decir, crece: la pequeña planta se convierte en otra más grande, con tallos, hojas, flores…

Muchas veces el riesgo del creyente es quedarse en esta parte, solo en el crecimiento, a la mitad del proceso. Existen hermosas plantas, con grandes ramas, abundante follaje, pero que solo proyectan cierta sobra y cobijo y, una vez terminando su ciclo, desaparecen… El crecimiento apunta a dar fruto.

El elemento común entre Ezequiel, Salmo 91 y Marcos es que las plantas dan fruto, dan vida, llegan a su plenitud: no solo son hermosas, no solo dan sombra, son fecundas: El justo crecerá como una palmera… en la vejez seguirá dando fruto y estará lozano y frondoso, para proclamar que el Señor es justo, que en mi roca no existe la maldad (cf. Sal 91, 15-16).

Restauración – destierro – patria

El contexto en el que Ezequiel se desarrolla es el deseo de la restauración: ese retoño que el Señor tomará del cedro es el pueblo de Israel; una vez restaurado, se convertirá en el mayor de los cedros, colocado en el monte alto (Sión) desde donde se extenderá por toda la tierra; al mismo tiempo es un deseo de la restauración de la dinastía davídica: el renuevo del tronco de Jesé (cf. Is 11, 1-9). El destierro es el horizonte desde el que se escribe el libro profético.

Pablo retoma esta idea del destierro para invitar a los Corintios a no ajustarse al mundo en el que viven: Estamos, pues, llenos de confianza y preferimos salir de este cuerpo para vivir con el Señor. Por eso procuramos agradarle, en el destierro o en la patria (2Co 5, 8-9). Somos caminantes, peregrinos, nos guía solo la fe, esa fe que es la semilla que Dios pone en nuestros corazones y espera poder dar ese fruto de vida. Él nos ha revelado ya su mensaje de amor, y su enseñanza nos pide que vayamos y demos fruto.

Una liturgia fecunda

La Palabra de Dios de este domingo es un eco de lo que pretende ser la vida del creyente: dejar que germine, crezca y de fruto en el corazón el Reino de Dios, que el Señor Jesús, ha sembrado en nuestra vida. No solo hay que crecer y florecer, sino dar el fruto de vida que nos pide.

Las parábolas del mundo agrícola son una imagen de lo que Dios quiere hacer con nosotros: plantas que den fruto, árboles que den sombra y cobijo, que sean hogar donde los débiles y necesitados encuentren refugio y puedan también crecer y madurar.