Lecturas: Sabiduría 1,13-15; 2,23-24: Por envidia del diablo entró la muerte en el mundo; Salmo 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado; 2 Corintios 8,7.9.13-15: Vuestra abundancia remedia la carencia de los hermanos pobres; Marcos 5,21-43: Contigo hablo, niña, levántate
Tomás Ortega González, agustino recoleto
Salud, muerte y vida
El segundo de los signos que Marcos presenta en el capítulo 5 es doble y tiene como beneficiarias a dos mujeres. La primera es una mujer adulta que vive bajo el signo de una enfermedad que la hace impura: sufre de flujos de sangre. La segunda una niña enferma de gravedad, pero que muere mientras Jesús va a curarla. En ambos casos la enfermedad es el motivo de su sufrimiento y del encuentro con el Señor.
La mujer hemorroisa escucha hablar del maestro y le va a buscar con la esperanza de recibir de él la salud perdida; su fe le hace creer que, con solamente tocar la orilla del manto del Señor, será curada. Jairo, es la voz de la niña que está muriendo; él va en busca de Jesús con la súplica de ser escuchado por el Maestro. Cuando Jesús llega a la casa del jefe de la sinagoga, la niña está muerta… la mujer enferma ha detenido al maestro el tiempo suficiente, para que ya no pudiera hacer más por la niña… Aparentemente ya no es necesaria la presencia del maestro. Jesús no escucha a quienes ya dan todo por sentado… Entra en la habitación donde yace el cuerpo de la niña y le ordena que se levante: talitá qumi: niña a ti te lo digo: levántate. La niña se despierta, se pone de píe… resucita (anastasis). En ambos casos el Señor muestra que ni una enfermedad larga e incurable, ni la misma muerte son realidades que no pueda cambiar cuando la fe del hombre es puesta en las manos de Dios.
La enfermedad y la muerte son realidades que forman parte de la condición humana actual, pero no estaban en plan original de Dios. El libro de la Sabiduría se hace eco de ese deseo divino: Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; pero la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo; y los de su partido pasarán por ella (Sab 1, 1; 24). Jesús con sus acciones “restaura” el plan divino de la salud y la inmortalidad del ser humano.
En los dos casos del evangelio de hoy la vida es el beneficio para estas dos mujeres: la adulta no solo recupera la salud física, sino que, al perder su carácter de impura, puede vivir una vida normal e integrarse a la comunidad y a la vida litúrgica. La niña tiene por delante toda la vida. Las dos mujeres comparten además un elemento común: doce años. Doce años de enfermedad, doce años de edad… En ese sentido son signos de una nueva realidad: un nuevo Israel liberado de la enfermedad y de la muerte.
Jesús, señor de la vida y de la muerte
Jesús se revela como el Señor de la vida y de la muerte. Esta revelación complementa las ya anteriores: soberanía sobre los elementos naturales (la tempestad calmada), soberanía sobre el poder del demonio y el mal (endemoniado de Gerasa)… Jesús posee esos atributos divinos. En su mano y en su ser está la vida de los que se acercan a él: él puede liberarlos o dejarlos encerrados en el pecado, el mal o la muerte (cuando resucite dará este mismo poder a sus discípulos = cf. Jn 20, 21). El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y saca de él, el Señor humilla y exalta, dice Hanna en su cántico (cf. 1Sam 2, 6). Jesús no solo puede, quiere y lo hace… No toma postura neutral ante la situación del dolor de sus hermanos los hombres, sino que los consuela y ayuda. Podemos por analogía aplicar lo que Pablo nos dice en la segunda lectura: Porque ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza (2Cor 8,9). Cristo curando, nos enriquece, toma nuestra debilidad y la convierte en fortaleza.
«Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz»
La mujer herida por el flujo de sangre ve en Jesús su única esperanza. El texto nos dice que llevaba ya muchos años (12 años = v. 25) y que había gastado su fortuna en médicos, pero que su condición no mejoraba (v.26). Marcos desarrolla esta escena más que los otros evangelistas y nos pone en la psicología de la mujer: Ella escucha lo que se dice de Jesús y no tiene nada ya que ofrecerle, pone su esperanza en que el solo hecho de tocar sus vestidos será suficiente para curarle.
En el Levítico (15,25) se consideraba está enfermedad como causa de impureza ritual, que limitaba la participación en la vida social y religiosa: es inmunda. Cualquier contacto directo significa dejar inmundo a la otra persona. Ella toca los vestidos de Jesús, y queda curada. Jesús se da cuenta de que un poder ha salido de él: ¿Quién me ha tocado? pregunta el maestro. Los discípulos, un poco contrariados, porque están en medio de un tumulto responden con cierta ironía: ves la gente que hay y preguntas quién me ha tocado. La mujer consciente de lo que ha pasado y viendo que Jesús mira en torno, se acerca a él y le cuenta la verdad (toda su historia de sufrimiento). Jesús consuela a la mujer y le dice: Tu fe te ha salvado. Vete en paz… La fe de aquella mujer, una fe activa consigue lo que sus bienes y la sabiduría de otros no habían conseguido. Ella es además ejemplo de perseverancia y de no echarse para atrás: a pesar de que todo puede estar en contra, su fe en el poder de Jesús le concede la salud, la vida.
“A ti te lo digo: levántate”
La orden que Jesús da a la niña apenas fallecida tiene una fuerza que trasciende el tiempo y la historia. La resurrección de la hija de Jairo es un anticipo velado de la resurrección de Jesús: ¿Por qué buscáis entre los muertos a aquel que vive? No está aquí, ha resucitado… es en cierto modo parecido a lo que Jesús dice a los que lloran a la difunta: La niña no está muerta, está dormida. El sueño de, la niña es anticipo del sueño de Jesús. Sueño del que una vez despierto él, todos podremos despertar.
Jairo es otro modelo de fe perseverante: busca al maestro y lo guía hasta su hogar, presencia la curación de la mujer hemorroisa y se siente animado; ante la noticia de la muerte de la niña continúa con Jesús y avanza con él, entra con el maestro a la habitación donde su hija reposa y es testigo de lo que Jesús hace. No es la fe de la niña la que le devuelve la vida; es la fe y la perseverancia de este hombre que suplica al Señor por la vida de su hija: mi niña está en sus últimas; ven, impón las manos sobre ella para que se cure y viva” (v. 23).
San Pablo exhorta a los Corintios a la generosidad mutua: Jairo es un ejemplo de esa generosidad: busca, pide, acompaña. A nosotros, creyentes, se nos pide ser ese eco de la generosidad y de la confianza, reconocer y agradecer: Cambiaste mi luto en danzas. Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre (Sal 29, 13b).