Lecturas: Job 38,1.8-11: Aquí se romperá la arrogancia de tus olas; Salmo 106: ¿Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia!; 2 Corintios: 5,14-17: Ha comenzado lo nuevo; Marcos 4,35-41: ¿Quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!

Tomás Ortega González, agustino recoleto

Signos de Jesús

Del domingo 12º al 18º del tiempo ordinario dejamos los discursos de Jesús, para entrar en el mundo de las narraciones, especialmente, los signos y milagros del Señor. Hay un cambio de temática en Marcos, se deja el mundo de las parábolas y los discurso a las multitudes, para ir narrando las diversas acciones que Jesús realiza: exorcismos, curaciones, visitar su tierra, enviar a los discípulos a misionar e instruirlos, o multiplicar el pan para alimentar a la multitud… Jesús está en constante movimiento y usa la barca como medio de transporte y lugar de predicación y, como vía de comunicación, el mar de Galilea. Jesús se mueve por las orillas del lago de Genesaret y, en contadas ocasiones, las abandonará para ir a Nazaret y visitar alguna villa cercana.

Al final del capítulo 4º y todo el capítulo 5º de Marcos hay tres “signos” que muestran el poder y la divinidad de Jesús: poder sobre los elementos de la naturaleza, poder para mandar y expulsar a los demonios, poder sobre la enfermedad y sobre la muerte. Estos signos van a contrastar con la falta de fe que Jesús experimentará en sus vecinos cuando vaya a su pueblo. El objetivo de estos signos es reforzar la fe de los discípulos del Maestro, a quienes se les va revelando como el enviado de Dios

El mar, sometido por Dios

Marcos coloca en Jesús las cualidades de Yahvé… Dios somete y controla el mar, puesto que es su criatura y obra (ver Job y el Salmo 106). El mar es uno de los elementos más caóticos y difíciles en la religión y cultura veterotestamentaria. De hecho, es la imagen por antonomasia para hablar del caos. Israel se reconoce como un pueblo de pastores y campesinos, pero no de navegantes. El mar causa miedo, pavor, no puede ser sometido por el hombre; solo Dios puede. Yahvé controla y divide el mar Rojo para que su pueblo salga de Egipto sano y salvo y se convierta en nación. En Job, Yahvé es quien le da a entender al justo con sus preguntas que Él es el quien domina al mar, tanto que lo trata como a un niño pequeño: ¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse nubes por mantillas y nieblas por pañales…? Otros muchos textos del AT nos dan cuenta de esta soberanía divina sobre el mar; sin embargo, el hombre está sometido al mar, necesita de la ayuda del cielo para poder moverse tranquilamente sobre el océano.

La escena de nuestro evangelio recuerda otro texto del AT: la tormenta que se desata cuando Jonás intenta huir de Dios (Job 1): mientras la tormenta se hace tan intensa que parece que la nave se va a hundir, Jonas se esconde; cuando el profeta se revela y es puesto en el agua, la tempestad amaina y viene la paz. Jesús duerme, seguramente del cansancio por la predicación, y quiere aprovechar las horas que hay de viaje para poder reparar fuerzas… La compleja geografía del mar de Galilea hace que, hasta para los navegantes y pescadores más experimentados, atravesar el mar sea un verdadero riesgo. La tormenta que se desata es espontánea, y parecer poner en duda la capacidad de los apóstoles, quienes se arriesgan a navegar de noche y en unas condiciones que seguramente ya les eran conocidas, pero que en esta ocasión les superan. Al final de la escena, viene la calma total. Jesús con su voz hace callar tormenta y la bravura del mar. No es que la tormenta se calmara, sino que, desaparece. Llegando así la barca (y las otras barcas) a la otra orilla sanas y salvas.

No te importa que perezcamos – aún no tenéis fe

Hay una especie de diálogo entre los discípulos y Jesús. Propiamente no es un diálogo, sino una súplica y una respuesta, pero que encierran el sentido de la enseñanza y la revelación que se nos dirige hoy. Mientras los discípulos hacen todo lo posible por no hundirse y perecer, Jesús duerme sin enterarse de lo que pasa. Cuando éstos no son capaces de hacer más despiertan al Maestro, gritando con desesperación: ¿no te importa que perezcamos? Marcos a diferencia de Mateo y Lucas presenta la súplica con toda su dureza. Es cuando Jesús se despierta: no por las olas o el viento, o las maniobras de los discípulos, sino cuando ellos le gritan. Jesús se incorpora y ordena a la tormenta que se calle. Esta al punto se calma y desaparece. Muchas lecturas se hacen acerca de la actitud de los discípulos. Al final todas se pueden sintetizar en que ellos no confían en Jesús. Sin embargo, no es tan sencillo, los compañeros de la barca han obedecido a la orden del maestro, se han puesto a navegar porque él se lo ha dicho, a pesar de que saben que navegar de noche y en ciertas circunstancias no es conveniente, ellos siguen la orden de Jesús. Jesús es su última esperanza antes de hundirse, por ello recurren a él. Ellos confían en él.

La respuesta del Maestro es igual de dura que la súplica de los discípulos: ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe? En amabas preguntas Jesús va más allá de los límites esperados: la escena es dramática y Jesús no ha estado para verla; él mismo podía haber perecido en la tormenta. La segunda pregunta es la que nos toca hoy a nosotros meditar: ¿Aún no tenéis fe? Los discípulos están en un camino de aprendizaje y, aunque han visto signos del maestro, hay muchas cosas que van aprendiendo. Ahora a nosotros nos toca preguntarnos si nuestra fe es capaz de enfrentar las tormentas de la vida o si es capaz de pensar que con un Jesús dormido en nuestra barca todo va estar bien. ¿Tengo la humildad para pedir al Señor su ayuda o espero a que las cosas se están hundiendo para buscarlo?

Al final del Evangelio los discípulos se sienten superados por lo que acaban de vivir: Se quedaron espantados, y se decían unos a otros: “Pero,¿quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!”. No nos quedemos solo en las emociones que despierta este signo de Jesús; Pablo nos invita a renovarnos también, a ser nuevas criaturas, no a coleccionar esas memorias, sino a que transformen nuestras vidas: El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado (2Cor 5,17).