Hombre bondadoso y prudente, supo hacer de mediador en momentos muy complicados de enfrentamientos entre facciones distintas: grupos pro-japoneses, guerrilla nacionalista y guerrilla comunista, para conseguir la paz para el pueblo. De obispo, tuvo que sufrir acusaciones injustas, el encarcelamiento y malos tratos.
Monseñor Arturo Quintanilla Manzanares, nacido el 1 de septiembre de 1904 en Berceo, (La Rioja, España) es una figura de gran relevancia en la historia de la misión de Kweiteh/Shangqiu, Henan, China, de la que llegaría a ser su obispo, aunque poco pudo hacer ya, debido a la ocupación comunista de la misión y a su expulsión de China.
Monseñor Quintanilla asistió en su infancia a la escuela de enseñanza primaria en su pueblo natal antes de ingresar en el colegio preparatorio de San Millán de la Cogolla (La Rioja), donde estudió Latín y Humanidades. A los 15 años ingresó en el noviciado y cursó filosofía y teología en San Millán, Monteagudo y Marcilla. Tres fechas marcaron esta primera etapa: el 18 de octubre de 1920, el 2 de septiembre de 1925 y el 11 de junio de 1927. Estos días representan su consagración a Dios por la profesión simple en Monteagudo (Navarra), su consagración definitiva a Dios por la profesión solemne en Marcilla (Navarra) y su ordenación sacerdotal en Calahorra, La Rioja.
Ordenado sacerdote, Quintanilla partió en octubre de ese mismo año para Filipinas. El padre Francisco Javier Ochoa, tras ser nombrado prefecto de Kweiteh/Shangqiu, pidió el envío de nuevos misioneros para seguir asentando y extendiendo la acción misional de la nueva prefectura. Consiguió que los padres Joaquín Peña y Arturo Quintanilla se ofrecieran voluntarios. El provincial aceptó y envió a esa nueva pareja de misioneros. El 8 de julio llegó el padre Joaquín Peña y el 25 de agosto de 1928, nuestro protagonista, el padre Arturo Quintanilla.
Al llegar los nuevos misioneros, el padre Ochoa manifestó sus deseos de girar inmediatamente después de Pascua su visita pastoral al Vicariato, para la que propuso como secretario que lo acompañase, al recién llegado padre Arturo Quintanilla. De este modo, el nuevo misionero tendría un primer contacto con la realidad de la misión y con sus gentes. En su crónica de la visita nos describe el propio padre Quintanilla la situación de los villorrios de la campiña, por los que se diseminaban el grueso de los fieles y de las conversiones. Así nos describía la vida de los villorrios:
Hormigueros de seres humanos, que no conocen más explicaciones que la de matar el hambre, casi todos andrajosamente vestidos y las mujeres despeinadas, aunque dicho sea de paso, pudieran servir de modelo a la mayor parte de las que en esos mundos civilizados se precian de honestas y recatadas en sus aliños y en el vestir; hombres, desnudos de la cintura para arriba con la espalda ennegrecida y en algunos agrietada por el sol; chiquillos sin más cubierta para ocultar su desnudez que la roña que los envuelve de pies a cabeza.
El padre Quintanilla describirá con un expresivo nombre la situación de estas gentes: eran “potentados de la miseria”.
La primera misión del padre Quintanilla fue la de aprender siquiera rudimentariamente el idioma chino. Misión que realizó en Kweiteh bajo la tutela del padre Mariano Alegría. En septiembre de 1929 sería destinado a la misión de Changkungtsi, en la subprefectura de Ningling, que, según el informe la visita pastoral realizada, era uno de los centros más florecientes y con más futuro de la misión.
A pesar de lo prometedor de la misión, el padre Quintanilla también nos comenta la situación realista en la que se encontraron tanto él como los demás misioneros cuando fueron destinados a su primer puesto misional:
Fácil era el mandar, fácil también el obedecer para quienes en la flor de la edad habían hecho de la obediencia un lema con juramento de seguir hasta la muerte. Lo difícil era ejercer el ministerio con fruto y provecho de las almas a ellos encomendadas. Los catequistas y fieles cristianos brillaban por su ausencia y fuera de una gran voluntad, de una juventud pletórica de intrepidez y fervores misioneros, no contaban en aquella ocasión aquellos nuevos abanderados de Jesucristo con más auxiliar, de tejas abajo, que el conocimiento imperfectísimo de unas cuantas frases chinas que casi se avergonzaban de pronunciar delante de la gente. Fueron aquellos unos años de prueba, de duro aprendizaje, años que aún recuerdan con emoción nuestros intrépidos hermanos y compañeros.
En esa misión serviría desde septiembre de 1929 a septiembre de 1932, con un intervalo de un curso (1931-1932) que pasó en Shanghai como director de la revista “Todos Misioneros”. De 1932 a 1940 lo dedicó a la evangelización en Huchiao, con un parón de dos años, del 1936 al 38, en los que fue destinado a Chutsi, a cubrir el puesto de director de la Escuela de Catequistas tras la marcha del padre Mariano Gazpio a la patria de vacaciones. Durante su tiempo en Huchiao, el padre Quintanilla destacó por su labor de mediador y hombre de paz durante el tiempo de la invasión y de la ocupación japonesa; gracias a su influencia moral y a su carácter bondadoso y prudente, el padre Quintanilla consiguió mantener la calma en un periodo de grandes tensiones provocadas por la duplicidad, e incluso triplicidad, de autoridades, que se alternaban en el control de la zona: pro-japonesa, guerrilla nacionalista y guerrilla comunista.
La mejor y más palpable prueba del cariño que se granjeó durante estos dos años dificultosos es la despedida que hicieron las autoridades y pueblo, paganos y cristianos. Compraron un trozo de tela de terciopelo y en ella escribieron unos caracteres chinos, cuya idea era: Hombre enviado del cielo. Con esto quisieron agradecerle todos los beneficios que habían recibido de él, y darle las gracias por todos los favores y protección que les había dispensado durante estos penosos días. La entrega fue hecha solemnemente, pasearon el letrero por las calles del pueblo al son de la música para que la contemplaran todos los habitantes. A continuación, hubo un banquete.
[Los caracteres que escribieron sobre la seda eran 「代天宣化」. 「代天」viene a ser “representante del Cielo”,「宣化」significa que “manifiesta la moralidad”. La frase clásica de donde está tomada la expresión es「當代天宣化,普救世人」que viene a significar: “cuando el representante del cielo proclama la moralidad, llega la salvación a la humanidad”].
La actitud heroica, generosa y llena de caridad de los religiosos no sólo provocó por parte del pueblo un reconocimiento público y sincero de la labor de los frailes, sino que se produjeron gran número de conversiones. En ello, los frailes vieron la mano providencial y misteriosa de los caminos de Dios en aquella época, que por medio de una situación que parecía que iba a dar al traste con todos los esfuerzos realizados hasta entonces, derramó tan abundantes gracias de conversiones, de personas de todo tipo y condición social, que suscitaban en los frailes sentidas expresiones de gratitud y de humildad ante Dios, como nos cuenta el padre Arturo Quintanilla.
No es sólo lo que podríamos llamar la plebe la que acude a la Iglesia católica en demanda de luz y de consuelo. Son personas influyentes, unas por sus riquezas, otras por sus estudios. No hace mucho que el jefe de las escuelas se presentó en la misión pidiendo libros de doctrina, los que estudia con verdadera afición y no solamente estudia, sino que además de su contenido hace propaganda entre sus amigos. Y él era, cuando yo vine a Huchiao, nuestro más rabioso enemigo. […] Será un gran ejemplo que moverá a otros muchos, pues dicho jefe es una de las personas de más autoridad e influencia en todos estos contornos.
Tras la salida de Mariano Alegría de la misión para ir como prior a Manila, fray Arturo Quintanilla sería nombrado superior religioso, cargo en el que estaría del 1940 al 1946. Tras la renuncia de Ochoa, fue elegido vicario capitular y finalmente preconizado obispo de Kweiteh por su Santidad Pío XII en noviembre de 1949. El 29 de enero de 1950 fue consagrado en Shanghai por el señor internuncio Monseñor A. Riberi.
Al entrar monseñor Quintanilla en la misión después de su consagración episcopal, y viendo que en el tiempo que llevaban los comunistas en la ciudad de Kweiteh, no habían molestado a los misioneros mayormente y que permitían las celebraciones cultuales, y pensando que esa situación continuaría así, pidió a los superiores, con toda la mejor voluntad, que mandaran volver a China a los cinco sacerdotes chinos residentes en Manila: José She, Lucas Wang, José Wang, Marcos She y Pedro Kuo. Los superiores accedieron a la petición. Marcos She y Pedro Kuo fueron a Pekín a estudiar.
Los padres José She, Lucas Wang y José Wang partieron desde Shanghái a la misión, pero los comunistas los enviaron a sus respectivos pueblos para empadronarlos. De hecho, jamás les dieron permiso para trasladarse a otras localidades, frustrando así los deseos de monseñor Quintanilla, que quería ponerlos en los puestos misionales que se habían quedado sin misionero tras haber sido expulsados del país. El retorno fue inútil, pues no pudieron dedicarse a los fieles ni ejercer el ministerio sacerdotal. El propio monseñor Quintanilla, aunque vivió de 1950 a 1952 en Kweiteh, no pudo tener ninguna actividad pastoral porque el Gobierno comunista no lo permitía. Antes de ser expulsado, pasó junto con el padre Lorenzo Peña, un par de meses en la cárcel y los otros catorce, confinado en su residencia.
Los comunistas buscaban conseguir acusaciones contra los religiosos entre la gente, para con ello justificar su arresto. En este caso, los cristianos de Palichoang se portaron heroicamente y confesaron abiertamente que no sólo no habían recibido ningún daño de ellos, sino que, por el contrario, les eran deudores de muchos y grandes beneficios. Por el contrario, entre los cristianos de Huchiao, donde ambos religiosos habían misionado, consiguieron arrancarles dos acusaciones con las que los llevaron a la cárcel. Tras no pocas amenazas, una cristiana acusó a Mons. Quintanilla de la muerte de su hija, porque, decía, había obligado a su hija a que fuera a la escuela para forzarla, quisiera o no, a hacerse monja; como la niña enfermó de tuberculosis y murió, le hacían responsable de su muerte al fraile. En verdad, la única culpa del padre Quintanilla era haber secundado y estimulado los grandes deseos de ir a la escuela de aquella piadosa niña, de grandes dotes morales e intelectuales.
Sometieron a los dos misioneros a una parodia de juicio en el que los otros presos hacían de acusadores, testigos y jueces ante la mirada del jefe de policía, lanzando contra ellos terribles y soeces improperios; los abofetearon y escupieron en la cara, todo sin permitir que pudieran decir nada. Tras esta parodia cruel, el jefe de policía les tomó declaración y los envió a la prisión de Chutsi y, «sin dejar de sonreír, afirmó que realmente no había por qué temer, que el asunto no tenía importancia, pero que esperáramos unos días, hasta que todo quedara clarificado y añadió: después, para que no sufráis en China, os dejaremos volver a vuestra patria».
Tras el traslado, un juez los llamó y les aclaró los motivos de su prisión:
En vuestro asunto no hay nada que se roce con la religión; en esto el gobierno no interviene, pues hay libertad de conciencia. Os han apresado simplemente porque habéis sido acusados por el pueblo, dueño y señor en nuestras democracias populares.
Allí pasaron dos meses, malcomiendo, entre piojos, pulgas, y ratas, encargados durante todo un mes de vaciar en las letrinas exteriores los orinales de la celda. Así nos describe monseñor Quintanilla este tiempo de gracia espiritual para ellos:
Así vamos pasando nuestra vida carcelaria, monótona, aburrida, a ratos alegres a ratos tristes, unas veces optimistas y otras, presa de un desesperante pesimismo; mas siempre, eso sí, por una ayuda especial de la divina gracia, muy conformes con la voluntad santísima y disposiciones de nuestro Padre celestial. Teníamos nuestros rezos y meditábamos; meditábamos mucho, como tal vez nunca lo hayamos hecho ni aun en tiempo de los mejores y más fervorosos ejercicios espirituales. […] Cuántos actos de paciencia, de humildad, de resignación, de caridad teníamos ocasión de hacer. En fin, que estamos convencidos de que aquel retiro, aunque no buscado por nosotros, nos proporcionó una lluvia copiosísima de gracias y bendiciones que el Señor derramó sobre nuestras almas. ¡Cuánta razón tenemos para bendecir la mano del buen Padre, que tanto más demuestra su largueza y benignidad cuantas más pruebas envía a los que son sus elegidos!
Debido a que el P. Quintanilla comenzó a tener fuertes hemorragias nasales, a los dos meses de su prisión los sacaron de la cárcel. Estaban en un estado lamentable, y con la consigna de que lo mejor que podían hacer era abandonar el país, pues en la nueva China no había cabida ni se necesitaba ninguna religión.
En agosto de 1952 fue expulsado de China por los comunistas y el 4 de septiembre llegó a Hong Kong. Un par de semanas después partió para Filipinas, donde permaneció tres meses visitando a los religiosos y las casas de la Orden. En diciembre, partió para Roma, donde se detuvo unos pocos días antes de llegar finalmente a España, poco antes de Navidad.
De 1953 a 1970, vivió como obispo exiliado en España. Su vida en España estuvo dedicada a algunas actividades personales y sobre todo a administrar el sacramento de la confirmación y a girar visitas pastorales en diócesis cuando era invitado por los señores obispos. Confería órdenes a miembros de institutos religiosos si era requerido por los superiores de los mismos. De 1957 a 1964, a petición del superior general, residió en el convento de Marcilla como director espiritual de los teólogos. Después de que la enfermedad lo dejó inválido e imposibilitado, vivió en el Colegio de Valladolid sin ninguna actividad pastoral.
En las primeras horas de la mañana del 21 de noviembre de 1970, falleció en el Colegio de Valladolid, donde había pasado sus últimos años, inválido e imposibilitado por la enfermedad que padecía. El 22 por la mañana, su cadáver fue conducido al cementerio de la ciudad, donde después de cantado el último responso, recibió sepultura en el panteón que posee el Colegio de Valladolid.