Reseña histórico-biográfica de algunos de los principales personajes de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de la Orden de Agustinos Recoletos desde su fundación hasta la actualidad.

Nació en Cuevas de Cañart (Teruel, España) el 2 de marzo de 1806. Con 22 años ingresa en la Provincia de San Nicolás interesado en ser misionero en Filipinas. Fue de los primeros religiosos que a la profesión de los tres votos (pobreza, castidad y obediencia) añadió un cuarto compromiso de evangelizar en Filipinas.

Justo cuando Juan ingresa en la Provincia, se dio un cambio sustancial en la procedencia de los misioneros recoletos en Filipinas. Hasta ese momento eran voluntarios de las otras Provincias de la Orden. Pero los últimos años del siglo

XVIII y los primeros del XIX el número de voluntarios descendió hasta niveles ínfimos.

La Provincia de San Nicolás de Tolentino vio como única posibilidad para sobrevivir tejer su propia red de seminarios en España. En el Capítulo de 1825, recién cumplidos 200 años como Provincia, se confirma la idea y se decide actuar.

Juan pertenece al primer grupo de religiosos formados íntegramente dentro de la Provincia de San Nicolás de Tolentino en España. Y como Provincia misionera de la Orden, todos ellos tenían claro desde el inicio de su experiencia de vida consagrada que su vocación incluye la decisión misionera.

Además fray Juan representa bien a aquellos primeros religiosos que fueron dedicados exclusivamente a la formación de los candidatos. Apenas cinco años después de ser ordenado sacerdote, es nombrado maestro de novicios de Monteagudo (fundado en 1828) y, al año siguiente, rector.

Sus discípulos no olvidaron a su maestro y conservamos palabras de afecto y admiración sobre él. Fray Juan formó a algunos religiosos que tuvieron un papel importante en la historia de los Agustinos Recoletos, como Toribio Minguella, Francisco Sádaba, Licinio Ruiz, san Ezequiel Moreno …

Su enseñanza comprendía el conocimiento profundo de la Recolección Agustiniana al tiempo que fomentaba con entusiasmo el amor a este carisma. Proporcionaba recursos para una vida espiritual intensa, el conocimiento y amor a la Eucaristía y a la Iglesia y otras devociones muy recoletas.

Además de enseñar la teoría, testificaba todo con su práctica cotidiana. Decían de él:

No solamente Lo visitaba muchas horas durante el día, sino que también por la noche, después que los religiosos estaban entregados al sueño, el padre Juan estaba en el coro hasta las tantas horas de la noche, adorando a su Dios sacramentado…

Fruto de esta intensa vida espiritual son dos actitudes de su labor de formador: su afecto y entrega por los discípulos, que siempre lo verán como padre; y su capacidad para ser guía y referente.

Esta última capacidad sobrepasó los muros del convento, al ser buscado como orientador por personas como el obispo de Tarazona.