HIstoria de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de la Orden de Agustinos.

1. De guerra a guerra

La navegación recoleta por las aguas agitadas del siglo XIX no resulta nada fácil. Es este un siglo que comienza con una guerra en España y terminará con otra en Filipinas.

Ambas van a dejar huella profunda en la estructura interna y externa de la Orden. Así, la guerra de la Independencia española contra los franceses (1808-1814) dispersa a las comunidades y plantea interrogantes sobre su futuro.

Esta situación anómala culminará trágicamente con la supresión legal de los conventos, algo que ocurrirá tanto en España como en Colombia.

Entre julio de 1835 y enero de 1836 la Recolección española queda despojada de sus conventos, imposibilitada de vivir en comunidad y con sus religiosos dispersos por ciudades, pueblos y aldeas. El año 1861 la Recolección colombiana pasará por esa misma situación.

Solo queda en pie la Provincia de Filipinas, que a lo largo de todo el siglo seguirá una trayectoria siempre ascendente. Intensifica su presencia en los campos tradicionales de apostolado y penetra en otros nuevos. Su espiritualidad es típicamente misionera; y acabará por trasvasarla a toda la Recolección, en menoscabo de otros valores ascéticos, contemplativos y comunitarios.

2. Un siglo en tres tramos

Sería engañoso considerar toda la centuria como una unidad monolítica: hay tres periodos claramente distintos.

A) 1800-1825: cinco lustros de asfixia

El primer período, que abraza desde 1800 a 1825, se caracteriza por una continua disminución del número de religiosos y el consiguiente abandono de parroquias y misiones en Filipinas.

En España, la guerra de Independencia, al principio, y la rudeza e inestabilidad de la política, después, unidas a la ruina del Estado por la guerra contra los franceses, entorpecen el reclutamiento de misioneros.

A principios del siglo XIX, las comunidades de Filipinas están extenuadas y multiplican sus llamadas de auxilio al Gobierno estatal y a las autoridades de la Orden. Pero todo será en vano. Las comunidades españolas no están en condiciones de ayudar; y el Gobierno por un lado promete ayuda a las misiones, pero por el otro ciega sus fuentes de aprovisionamiento.

Desde 1800 a 1825 solo llegan a Filipinas 20 recoletos, a los que hay que añadir los 14 que profesan en Manila entre 1800 y 1828. Estas cifras no bastan ni para reponer las pérdidas. Entre 1801 y 1828 mueren 82 religiosos y otros 7 regresan a España; es decir, las bajas (89) casi triplican a las altas (34).

B) 1826-1841: de Alfaro a Monteagudo

El segundo periodo solo dura 16 años. Comienza en 1826, con la llegada a Filipinas de los ocho primeros religiosos formados en el noviciado de Alfaro (La Rioja, España), y termina en 1841.

La idea de crear un colegio para la formación de futuros misioneros aparece por vez primera en la segunda década del siglo. Después de sortear muchas dificultades económicas, administrativas y políticas, el 20 de enero de 1824 el Rey expide la Real Cédula en la que concede a los Recoletos la apertura de un colegio misional en la villa riojana de Alfaro.

Este colegio solo tenía capacidad para 20 alumnos y era claramente insuficiente. Muy pronto se piensa en sustituirlo por otro, y la ermita dedicada a la Virgen del Camino, en el cercano Monteagudo (Navarra, a 30 km. de Alfaro), parece satisfacer los requisitos. El 24 de abril de 1828 una Real Cédula autoriza el traspaso.

Convento de Monteagudo, Navarra, España.

En Monteagudo todo estaba destartalado, y los primeros años de la comunidad transcurren entre disensiones internas, estrecheces económicas e inseguridad ante el porvenir. Ese clima va a repercutir negativamente en la calidad de la formación impartida.

Pero, a pesar de esas debilidades, durante este tiempo provee a la Provincia de 72 nuevos religiosos, que le permiten recuperar algunos ministerios abandonados en Filipinas y fortalecer su presencia en otras regiones de las Islas.

C) 1842-1899: el cenit

El tercer y último periodo comienza en 1842 con la llegada a Filipinas de 24 nuevos religiosos, y cubre el resto del siglo, hasta el fin del régimen español.

Va a ser muy brillante, al menos en algunos aspectos; así, los miembros de la Provincia ascienden de 86 en 1837 a 560 en 1898, sin incluir a los 65 religiosos que se incorporarán a la Provincia de Colombia entre 1889 y 1899.

Estos brillantes resultados vocacionales ejercen un influjo determinante en la vida de la Provincia.

En primer lugar, la obligan a ampliar la casa de formación de Monteagudo, que se ha quedado pequeña para acomodar el número siempre creciente de candidatos. En 1848 duplicará su capacidad con la construcción de dos nuevas alas. Aun así, en 1863 se ve ya la necesidad de adquirir otro edificio que permita recibir más candidatos y mejorar la calidad de la formación.

La solución se encuentra no lejos de allí, a 50 kilómetros al norte, en Marcilla (Navarra).

Finalmente, con la adquisición en 1878 del monumental monasterio benedictino de San Millán de la Cogolla (La Rioja), la Provincia completa su estructura formativa y puede, por vez primera, elevar significativamente el nivel de sus estudios eclesiásticos.

Después llega la necesidad de ensanchar el campo apostólico de la Provincia. En primer lugar, abre nuevas parroquias y misiones en sus territorios tradicionales; y, después, acepta y aun solicita otros territorios nuevos.

Para entender estas dos medidas, conviene tener en cuenta la demografía galopante de las Islas y el creciente recelo del Gobierno español hacia el clero nativo.

A mediados de 1897 los Recoletos trabajan en 19 de las 49 provincias del Archipiélago, y administran 167 parroquias, además de otras 70 jurisdicciones de rango inferior.

Muchas de estas parroquias están enclavadas en regiones de antigua tradición recoleta, que habían sido abandonadas entre 1785 y 1814: Bohol, Marianas, Mindanao, Mindoro, Palawan, Romblón, Cebú, Camotes, Siquijor, Bataán y Zambales.

Entre las que ahora surgen en territorios nuevos destacan las de Cavite, buscada por los frailes, y las de la isla de Negros, adonde acuden llamados por el Gobierno. Las situadas en las provincias de Manila, Batangas y Laguna las recibirán a partir de 1863 a modo de indemnización por las que se les había quitado en Mindanao.

Esta recuperación cuenta en todo momento con la protección del Gobierno, temeroso de que se repita en Filipinas el movimiento de independencia que se había dado en las colonias americanas. De ahí que apoye descaradamente a los frailes, españoles todos, en contra del clero secular, mayoritariamente filipino. Y esa nada sutil protección al clero regular envenenará las siempre difíciles relaciones entre ambos cleros.

Una fecha memorable: 7 de julio de 1867

Ahora parece una fecha irrelevante, una vez que los Agustinos Recoletos cuentan con dos santos canonizados: san Ezequiel Moreno y santa Magdalena de Nagasaki. Pero no deja de ser un hito destacado en la historia de la Provincia de San Nicolás y de la Orden.

Ese día tuvo lugar en la plaza de San Pedro de Roma la beatificación de 205 mártires sacrificados en Japón entre 1617 y 1637. Daba al fin sus frutos el esfuerzo mantenido durante siglos por la Provincia, que había iniciado los procesos canónicos ante los tribunales de Macao y Manila en el lejano 1630, a instancias curiosamente de los que ahora eran dos de sus beneficiarios, los beatos Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio.

La beatificación

La ceremonia tuvo lugar el 7 de julio por la mañana, con la solemne lectura del breve pontificio, fechado a 7 de mayo. Resonó después el cañón del Castillo de Sant’Angelo y hubo repique general de campanas. El Papa no estaba presente, sino que acudió por la tarde a venerar las reliquias.

Entre los asistentes solo había seis recoletos; dos residían en Roma; los otros llegaron de España, entre ellos el prior general, Gabino Sánchez, que también representaba a los frailes exclaustrados de la Provincia de Aragón. Acudieron dos exclaustrados más, en representación de las antiguas Provincias de Castilla y Andalucía.

De la Provincia de San Nicolás no había más que un asistente, su representante en España, Guillermo Agudo.

Los mártires

El breve pontificio va acompañado de una larga lista con los nombres de los beatos, un catálogo ordenado según las fechas de martirio. La lista se cierra con nuestros mártires y su grupo, sacrificados el 3 de septiembre de 1632. Son los números 201 (Vicente de San Antonio, portugués) y 202 (Francisco de Jesús, español). De los dos se indica que son sacerdotes agustinos, lo mismo que el también beatificado Bartolomé Gutiérrez. Desde el punto de vista jurídico los Recoletos todavía formaban parte de la Orden de San Agustín.

Pero no son ellos los únicos mártires de la Familia Agustiniana. Los nombres 194 a 199 son seis japoneses martirizados el 28 de septiembre de 1630. De ellos se dice que son de la Tercera Orden de San Agustín.

El breve no especifica más. Por eso incurre en dos errores: cuatro de los beatos, al menos, no son terciarios, sino religiosos profesos. Y, de esos cuatro, tres son agustinos recoletos, los llamados Mancio (nº 195), Lorenzo Scixo (nº 197) y Pedro Cufioie (nº 198).

Houkobaru Memorial, Omura, Japón. Monumento a los 131 mártires de 1657. El 28 de septiembre de 1630, 67 seglares de la Familia Agustino-Recoleta fueron decapitados o quemados vivos en este lugar.

3. Apostolado parroquial

En el siglo XIX la mayoría de los religiosos de Filipinas trabajan entre cristianos, y sus actividades son similares a las de los párrocos rurales de la época. La escasez de dirigentes y empleados públicos, la pobreza, inseguridad y dispersión de la población y otras circunstancias, les obligan a complementar sus funciones espirituales y pastorales con tareas más bien seculares.

Fruto de esa actividad temporal es el número de pueblos, caminos, canales, puentes, fuertes, iglesias y otros edificios públicos diseñados, dirigidos o incluso construidos por ellos y que todavía hoy admiran tanto al estudioso como al simple viajero.

Las parroquias suelen ser demasiado extensas. Constan, por así decirlo, de núcleo y periferia. El núcleo lo constituyen el poblado donde reside el párroco y los caseríos de sus alrededores. Los barrios, rancherías y casuchas que salpican las sementeras más lejanas forman la periferia, en la que de ordinario reside la mayor parte de los feligreses.

Estos, con mucha frecuencia, viven incomunicados y arrastran una vida espiritual lánguida, como queda reflejado en la escasa asistencia a la misa dominical y en la relativa profusión de las uniones ilegítimas.

La cabecera absorbe casi todo el tiempo del párroco. Los barrios y rancherías más próximos lo ven tres o cuatro veces al año. Los más apartados deben contentarse con la visita anual, que suele tener lugar durante las fiestas patronales.

La permanencia prolongada de los religiosos en sus parroquias, el roce continuo con sus feligreses y la escasa comunicación con sus superiores y compañeros favorecen su identificación con el pueblo, cuyos intereses consideran como propios. En no pocos casos, el pueblo se convierte en el horizonte último de sus vidas.

Es una actitud loable, muy propia de un pastor y aun de todo servidor público. Pero esconde dos insidias: la primera es el paternalismo con ribetes autoritarios; la segunda, el aislamiento de la propia comunidad religiosa.

Durante la primera mitad de este siglo XIX hay religiosos que viven totalmente solos, separados de sus compañeros más próximos por decenas y aun centenares de kilómetros, desprovistos de caminos. Ni siquiera tienen el consuelo de confesarse regularmente, y no son pocos los que fallecen solos, sin un hermano que cierre sus ojos y les administre los últimos sacramentos.

En el último tercio del siglo la situación mejorará. La creación de nuevas parroquias y el incipiente desarrollo de las comunicaciones facilitan los encuentros entre párrocos vecinos.

La toma de posesión de los nuevos párrocos, la inauguración de iglesias y casas parroquiales, los ejercicios espirituales, las confesiones cuaresmales, los cumpleaños de los párrocos, la visita canónica del prior provincial y, sobre todo, las fiestas patronales de cada Parroquia, deparan ocasiones para organizar convivencias fraternas entre religiosos de la comarca.

Iglesia, convento y colegio de San Sebastián de Manila.

4. La Revolución (1896-1898)

La Revolución filipina marca un hito fundamental en el camino de la Provincia y de la Orden como un todo. Pone fin a un siglo especial de su historia y la coloca en una encrucijada que la obliga, primero, a buscar nuevos horizontes apostólicos, y luego a repensar su inserción en la Iglesia, dándose nuevos cauces jurídicos.

Religiosos recoletos caracterizados como civiles durante la Revolución para proteger sus vidas.

La Revolución dura un par de años y se desarrolla en dos fases. La primera afecta solo a las provincias del entorno de Manila, y dura desde septiembre de 1896 hasta el 20 de diciembre del año siguiente.

La segunda afecta a todo el Archipiélago y se extiende desde el 25 de abril de 1898, en que Estados Unidos declara la guerra a España, hasta el 10 de diciembre de ese mismo año, en que el tratado de París pone fin al conflicto.

El balance de la Revolución será trágico para los Agustinos Recoletos. Son asesinados 30 frailes, tres se ahogan al intentar huir y cuatro fallecen en prisión.

Casi otro centenar, también presos, serán sometidos a humillaciones y marchas extenuantes durante meses. Los demás tienen que buscar precipitadamente refugio en los conventos de Manila, desde donde la mayoría continuará viaje a España y América del Sur.

Grupo de frailes colaboradores de la restauración de la Orden en Colombia con san Ezequiel Moreno, recién ordenado obispo (1894).

La persecución de los frailes, por otro lado, trae consigo el abandono de muchísimas parroquias, la clausura de los seminarios y el hundimiento de la práctica religiosa. Otra consecuencia será la laicización de la enseñanza, derivada de la completa separación entre Iglesia y Estado.

Por el contrario, en lo que se refiere a las Islas Marianas, donde la Provincia estaba desde 1769, no habrá insurrección ni persecución de religiosos. Los Recoletos saldrán de allí en 1908, cuando el Gobierno norteamericano los coloque en la disyuntiva de elegir entre la salida voluntaria o la expulsión.

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Historia de la Provincia de San Nicolás de Tolentino:
‘Siempre en misión’