HIstoria de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de la Orden de Agustinos.
Los Recoletos en Filipinas comienzan el siglo XVIII con cinco conventos –los tres de Manila más Cavite y Cebú– y una veintena de doctrinas desparramadas por todo el Archipiélago. Durante las siete primeras décadas del siglo este campo de trabajo no experimenta cambios sustanciales.
Tampoco experimenta grandes cambios el estado de zozobra por falta de personal, que parece un mal endémico. A mediados del siglo XVIII son pocos los ministerios en que haya dos sacerdotes. En 1784 la Provincia cuenta con 54 sacerdotes y 8 hermanos, pero los religiosos aptos para el trabajo pastoral son muchos menos.
Ocurre eso no por falta de capacidad intelectual, competencia técnica o celo apostólico. Lo determinante son las condiciones de vida, que producen elevada tasa de mortalidad y morbilidad entre los religiosos.
La mitad sucumbe antes de cumplir 45 años. De los 358 religiosos fallecidos en el siglo XVIII, 143 (40%) mueren antes de cumplir los 40 años; y 35 (10%), entre los 40 y 45. Los 180 restantes superan, sí, los 45 años, pero solo unos pocos llegan a los 55.
Y a ello hay que añadir el peligro próximo de muerte que suponen, por una parte, los incesantes ataques moros; y, por otra, los naufragios constantes. Solo en este siglo son más de 50 los recoletos náufragos, muchos de los cuales perecieron.
1. Mindanao, Palawan, Calamianes, Mindoro, Romblón
La actividad de los Recoletos en Mindanao cambia sustancialmente el año 1769, al ser expulsados de allí los Jesuitas. Hasta entonces la Provincia mantenía allí ocho religiosos, que atendían a unos 14.000 habitantes. Ahora son enviados ocho más, en sustitución de los ocho jesuitas.
Para entonces, tanto esa gran isla como todo el sudeste del Archipiélago están al borde del colapso. La calma había terminado en 1718, cuando el Gobierno español reedificó la fortaleza de Zamboanga, en la punta sur de Mindanao, apuntando hacia Joló. Por parte de los moros se vio como una agresión, y ello desencadenó de nuevo sus incursiones.
Durante todo el siglo prácticamente, las cartas de los priores provinciales parecen partes de guerra. Una y otra vez hablan de muertes y cautiverios, de la ruina de casas y sementeras, del modo de intensificar la vigilancia, de la construcción de baluartes y fuertes, del reparto de armas, ropas y alimentos.
Una, por ejemplo, del 12 de junio de 1796 certifica la muerte de 150 personas y el cautiverio de otras 400 durante los dos años últimos. Y, desde julio de 1797 al mismo mes de 1799, todavía habrá que lamentar la muerte de otras 80 personas y el cautiverio de 200.
Otro tanto ocurre en Palawan y las Calamianes, de las que los Recoletos han vuelto a hacerse cargo, a instancias de las autoridades de Manila, en noviembre de 1680. Todo yace en la mayor postración espiritual y material.
Comienza otra época transida de terror, que se prolongará hasta mediados del siglo XIX. Durante estos dos siglos, los misioneros y fieles de Palawan, Mindanao, Mindoro y Romblón van a ser presa fácil y constante de los moros.
Los religiosos son los primeros en pagar las consecuencias. Primero, con sus vidas. Ya entre 1720 y 1750 habían sucumbido a manos de los moros 13 religiosos. Y, entre 1752 y 1784, son apresados otros 16.
Y, desde luego, su actividad cambia radicalmente, moviéndose en dos frentes. Por un lado, se encargan de la defensa contra los piratas, levantan baluartes, organizan cuerpos de voluntarios y consumen una buena parte de sus bienes en la adquisición de las armas más indispensables.
Por otro lado, el misionero tiene que atender a los fieles que han buscado refugio lejos de las costas, acogidos a los montes. Porque, en esa situación, corren peligro de relajarse en su vida de piedad y de volver incluso a la práctica de supersticiones y costumbres paganas. Los religiosos suben de vez en cuando a la montaña y se adentran por los campos. Allí bautizan, legitiman matrimonios y animan a la práctica de la vida cristiana.
Aunque, en realidad, tanto la instrucción como la vida cristiana del grupo, en el día a día queda a merced del celo e ilustración de alguna persona piadosa que, afortunadamente, no falta en ningún poblado. Ella se encarga de presidir el rezo del rosario los domingos, enseñar las oraciones a los niños y administrar incluso el bautismo a los recién nacidos.
2. Bohol e Islas Marianas
También a la isla de Bohol llegan los Recoletos sustituyendo a los Jesuitas, tras ser estos expulsados. Era el año 1768, y la isla era rehén de los enfrentamientos entre las autoridades y grupos rebeldes que sembraban el terror y la muerte por los pueblos.
La llegada de los Recoletos era una magnífica ocasión para intentar la pacificación; aunque, por más esfuerzos que hicieron estos, no lograron gran cosa.
Al llegar, los Recoletos acuerdan con los fieles seguir las tradiciones heredadas de los Jesuitas; únicamente cambian el título de las congregaciones marianas típicas del carisma ignaciano, que se convierten en Cofradías de la Consolación. Por vez primera, todas las parroquias de una región encomendada a la Orden cuentan con esta cofradía.
Las nueve doctrinas atendidas por los Jesuitas en 1768 se convierten en once en 1799, y los atendidos ascienden de 30.430 a 64.708. De ordinario residen en la isla nueve religiosos recoletos, uno en cada Parroquia. Además del culto y la pastoral, cada párroco dirige y financia con fondos de la Iglesia dos escuelas, una masculina y otra femenina, en las que los niños aprenden a leer, escribir y la doctrina cristiana.
También se hizo cargo la Provincia de los ministerios jesuitas en Guam. Los tres primeros misioneros llegan, procedentes de Manila, en 1769. Y, al año siguiente, se les unen otros tres que viajan desde México. A finales de siglo, los feligreses serán unos 6.000, repartidos en cuatro sedes: Agaña, Agat, Merizo y Umátac.
3. Imus y Las Piñas
En el origen del ministerio de Imus, situado en la provincia de Cavite, hay una cuestión económica. Las finanzas de la Provincia de San Nicolás fueron siempre precarias. Las doctrinas apenas podían mantener a sus ministros y las rentas de los conventos no llegaban a cubrir sus necesidades ordinarias. Cualquier calamidad u obra desequilibraba el presupuesto y obligaba a recurrir a préstamos.
Se hizo necesario invertir en bienes raíces. En concreto, en 1685 la Provincia adquirió en pública subasta la hacienda de Imus, que poco a poco fue desarrollando, para optimizar su rendimiento. En este tiempo, el hermano Lucas de Jesús María (1722-1792) construye la presa de Casundit, la obra hidráulica más importante realizada en todo el Archipiélago en el siglo XVIII. Enseguida se pondrán en riego más de 70 hectáreas de terreno.
Alrededor de la hacienda se forma el pueblo de Imus, que alberga 500 familias y cuenta con casa cural e iglesia de piedra.
Hacia mediados de siglo, los Recoletos palpan la necesidad de asumir la dirección espiritual de la hacienda, erigiendo en ella una Parroquia independiente de la de Cavite. Este proyecto cobrará nueva fuerza con la destrucción del convento manileño de San Juan de Bagumbayan (1762).
Al fin, en 1795, la autoridad civil y la eclesiástica acogen una solicitud formal del Ayuntamiento y, de común acuerdo, erigen la Parroquia de Imus, que encomiendan a los Recoletos.
En el área de influencia de la hacienda de Imus, a un paso de Manila, se encuentra Las Piñas, que a finales del siglo XVIII no era más que un cobijo de maleantes.
En 1795, la Provincia consigue que se haga Parroquia, y se esmera en ponerle al frente a religiosos eminentes, de la talla de Diego Cera, durante 35 años (1797-1831) o del propio san Ezequiel Moreno (1876-1880).
4. Unidad en la dispersión
Cuando se cierra el siglo XVIII la Provincia de San Nicolás de Tolentino pastorea 140.000 almas en 10 provincias del Archipiélago filipino, más la actividad de los cinco conventos, más las misiones de las Marianas, a 2.500 km. de Manila. Son tiempos de comunicaciones lentas, irregulares e inseguras. Surge la pregunta por el modo de articular la acción pastoral de la Provincia.
En lo que se refiere a la vida interna, los religiosos siguen unas mismas normas —Constituciones, Ritual, Ceremonial —, que encauzan el fluir ordinario de sus comunidades. Pueden observarse con más o menos rigor, pero son una pauta común; como son comunes las Ordenaciones de los Capítulos provinciales, a los que asisten cada tres años los representantes de los frailes.
La dispersión podría haberse dado más fácilmente en lo relativo a la actividad pastoral, por la variedad de ambientes y diócesis. Pero ese peligro queda conjurado por la entidad que entonces tiene la figura del prior provincial.
Más allá de sus dotes personales, eminentes muchas veces, por su cargo es ante el Rey de España el responsable de todos los ministerios de la Provincia; el ministro universal de todas “nuestras doctrinas”, como se decía entonces. Él hace los nombramientos, juzga de la idoneidad de cada uno y lo remueve cuando lo cree conveniente. Los misioneros son delegados suyos, y a él o a su vicario de zona le rinden cuentas.
El prior provincial tiene además la obligación imperiosa de visitar a sus frailes, con el objeto de estimularlos, al tiempo que supervisa su trabajo. Ciertamente, las visitas canónicas son muy provechosas, pero también están llenas de dificultades y peligros. Suponen no menos de 6.000 kilómetros de navegación a vela o a remo por mares muchas veces traicioneros, y expuesta siempre a mil contingencias.
En fin, por otro lado, desde el lejano 1625 la Provincia se rige por el llamado Modo de administrar, al que todos los misioneros deben ajustar su acción. Ese documento se revisa en los Capítulos provinciales. Con las actualizaciones periódicas convenientes, estará en vigor hasta 1898.
Cañones, falconetes y fuertes
En 1790, el futuro obispo de Cebú, a la sazón provincial recoleto, Joaquín Encabo, repartía entre varios pueblos de Mindanao una partida de pertrechos:
“Al pueblo de Cantilan un cañón de a cuatro, tres de dos y uno de a uno; a los pueblos de la isla de Siargao, dos falconetes de a dos y uno de a uno; al partido de Bislig, dos falconetes de a dos y uno de a medio; al nuevo pueblo de Gingoog, un falconete de a uno, con un suficiente número de balas y saquetes para los expresados cañones”.
(Archivo General de Indias, de Sevilla: Filipinas 1054A).
Por 1739, el gobernador Fernando Valdés informaba al Rey sobre el estado de los fuertes de Filipinas y enviaba plano y descripción de los 25 existentes. Todos corrían por cuenta de la Real Hacienda, menos cinco construidos y mantenidos por los Recoletos.
Uno de esos cinco era el de Romblón, construido a mediados del siglo XVII por el Padre Capitán. A día de hoy, se conserva en parte.
Los otros cuatro están en las Calamianes y son obra de un mismo constructor, el padre Juan de San Severo, que los levantó alrededor de 1683. El de Culión fue casi del todo derruido para ampliar la iglesia. Tanto en el de Cuyo como en el de Agutaya habitaron agustinos recoletos hasta noviembre de 1973. Debido a ello, ambos están en bastante buen estado de conservación.
El quinto estaba en la isla de Linapacan, y de él se conservan algunos restos.
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ÍNDICE DE CONTENIDO
Historia de la Provincia de San Nicolás de Tolentino:
‘Siempre en misión’
- Historia de la Provincia de San Nicolás de Tolentino: ‘Siempre en misión’
- 1. Introducción: “Navigare necesse est”
- 2. Siglo XVII: La Provincia de San Nicolás de Tolentino
- 3. Siglo XVIII: Filipinas, tierra de gestas
- 4. Siglo XIX: Filipinas, apogeo y desplome
- 5. Siglo XX hasta el Vaticano II: La eclosión
- 6. Siglo XX desde el Vaticano II: marejada en alta mar
- 7. Siglo XXI: Cara al futuro
- 8. Epílogo: Vivir el presente con pasión y abrazar el futuro con esperanza