HIstoria de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de la Orden de Agustinos.

1. La Provincia

Durante algunos lustros los recoletos de Filipinas dependen de la única Provincia que engloba a toda la Recolección Agustiniana.

Unas veces ellos mismos eligen a sus superiores; otras, les vienen impuestos desde España. La distancia y el tipo de vida tan diferente no tardan en mostrar la conveniencia de una mayor autonomía.

Se hace un primer intento en 1610, pero el autogobierno de hecho no llegará a hacerse realidad hasta el 5 de junio de 1621, cuando el papa Gregorio XV eleva la Recolección al rango de Congregación, con la facultad de dividirse en Provincias.

Inmediatamente se convoca Capítulo general, que se reúne en Madrid del 19 al 30 de noviembre. En él se elige un vicario general y, con fecha 23 de noviembre, la ahora Congregación se divide en cuatro Provincias. Una de ellas reunirá a todos los religiosos y ministerios de Filipinas.

La noticia va a tardar en llegar a aquel Extremo Oriente. El Capítulo propio suyo no se celebrará hasta primeros de febrero de 1624 y en él queda constituida la Provincia, que se acoge al patronato de san Nicolás de Tolentino. El segundo Capítulo provincial será en mayo de 1626; todos los demás se celebrarán regularmente cada tres años.

Durante más de tres siglos la Provincia de San Nicolás va a ser peculiar dentro de la Orden. Mientras que en todas las demás prevalece el aspecto conventual y contemplativo, en ella reina siempre el espíritu misional y apostólico.

A lo largo de la historia, las misiones filipinas contribuyen a delinear y perfeccionar el carisma de la Orden, acomodándolo más al modelo de san Agustín, que no quería a sus monjes replegados en sí mismos, sino abiertos a las necesidades de la Iglesia. También fortalecen su unidad, al ser obra de religiosos llegados en su mayoría como voluntarios de las tres provincias españolas. Y, en fin, marcan la pauta que debe seguir todo apostolado recoleto, al conjugar admirablemente su tarea misionera con la vida interior y comunitaria.

Sin embargo, las circunstancias las mantienen a veces demasiado alejadas de la vida de la Congregación. Las directrices de esta llegan a Filipinas demasiado tarde y sus religiosos no participan en el gobierno general ni asisten a los Capítulos de la Congregación. Mientras los misioneros mantengan el fervor primitivo, la incomunicación no tendrá efectos particularmente negativos. Pero a medida que este se va enfriando, favorecerá la indisciplina y erosionará la identidad religiosa de muchos de ellos.

2. La expansión hacia el Sur

Entre 1622 y 1623 la Provincia amplía considerablemente su horizonte misional. Los refuerzos llegados de España en 1618 y las vocaciones del noviciado de Manila hacen ya posible la apertura de nuevos campos de trabajo.

A) Mindanao

El 6 de febrero de 1624, el gobernador general, máxima autoridad de Filipinas, divide la inmensa isla de Mindanao en dos grandes mitades. Las regiones situadas al nordeste son adjudicadas a los Recoletos; del resto se encargarán los Jesuitas.

Como luego ocurrirá en otros sitios, allí los primeros misioneros son itinerantes: recorren playas, ríos y esteros en busca de los indígenas desparramados por campos y sementeras. Luego fundan poblados en los que levantan una simple capilla de cañas y palma, además de una cabaña que sirve de convento. En torno a ella se instalan los pocos indígenas que se avienen a abandonar sus campos. De ordinario, solo a partir de este momento administran el sacramento del bautismo.

En su agenda diaria ocupan lugar privilegiado los niños y las autoridades. A los niños se los ganan valiéndose, sobre todo, de la catequesis, la escuela y el canto. La catequesis se basa en la repetición reiterada de algunas oraciones y de las verdades fundamentales del cristianismo.

Aprecian mucho la suntuosidad del culto, especialmente durante la Semana Santa, el día del Corpus y las fiestas patronales de cada pueblo. Las procesiones, el canto de la pasión y del rosario, las compañías de disciplinantes y la acción de algunas cofradías completan su eficacia.

La vida sacramental es bastante lánguida. Los misioneros rara vez pasan de diez; y esa escasez, unida a la inmensidad de los territorios, hace prácticamente imposible la administración regular de sacramentos. A pesar de lo cual no faltan algunas almas escogidas especialmente devotas: suelen denominarse beatas.

La labor del misionero no es sencilla. La región no está todavía pacificada, y sus habitantes miran con recelo a todos los españoles: no les resulta fácil distinguir entre misioneros y soldados o encomenderos.

Los religiosos, además, tienen que hacer frente a obstáculos de orden psicológico y cultural, como la poligamia de los caciques, la posesión de esclavos o el apego a los propios ritos y tradiciones religiosas.

No debe sorprender que esta primera fase de la evangelización, que venía siendo tranquila, quede bruscamente interrumpida con la sublevación de los indígenas en julio de 1631. En muy pocos días saquean los pueblos, incendian los conventos, profanan los vasos sagrados, asesinan a cuatro misioneros y prenden a otros dos.

Revueltas como esta, ciertamente, erizan de dificultades la labor misional. Pero no la paralizan. Más bien sorprende la rapidez con que restauran las doctrinas desmanteladas durante la rebelión y reconstruyen las iglesias y conventos incendiados. Más laboriosa resultará la recomposición del tejido social y religioso.

B) Palawan

En cuanto a Palawan y el archipiélago de las Calamianes, más al norte, los cuatro primeros misioneros desembarcan en Cuyo en 1623, y desde allí se dispersan en seguida por Agutaya, Dumarán, Linapacan y el norte de la isla mayor, Palawan.

Toda esta área va a ser blanco preferido de las incursiones moras. La más sangrienta tiene lugar en 1636, cuando los piratas arrasan Cuyo y Agutaya, incendian los poblados, asesinan a niños y ancianos y cautivan a cuantos consideran capaces de trabajar. Entre estos están tres misioneros: Juan de San Nicolás, Alonso de San Agustín y Francisco de Jesús María. Los tres morirán a manos de los invasores. Son los primeros eslabones de una trágica cadena que prolonga sus anillos sangrientos hasta el siglo XIX.

Estas repetidas desgracias conmocionan a la Provincia y la espolean a buscar medios que aumenten la seguridad de sus hijos. Desgraciadamente, sus gestiones con el Gobierno de Manila no surten el debido efecto, y los remedios que ella puede aprontar resultan insuficientes. En 1659 se verá obligada a renunciar a los ministerios de Cuyo y Calamianes.

C) Romblón, Mindoro y Masbate

La administración de estas islas, más próximas ya a Manila, la asumen los Recoletos obligados por el Gobierno, así como por la necesidad de poner pie en alguna zona más segura.

En Romblón, la figura clave es Agustín de San Pedro, que allí reside entre 1644 y 1650. Su reconocida pericia en el arte de la guerra le mereció el sobrenombre de Padre Capitán, y las fortificaciones militares que allí levantó pusieron fin a las incursiones moras.

En cuanto a Mindoro, las 4.000 familias cristianas que los Recoletos encuentran a su llegada en 1679 ya se habían duplicado en 1692, para llegar a 12.000 en 1716.

De las islas de Masbate, Burias y Tablas se encargan en 1687. En ese momento, la población yace en el mayor abandono. Hay que comenzar casi de cero, recorriendo los montes y agrupando a los dispersos. En 1691 ya habrán reducido a poblado a 60 familias que en 1720 serán 525.

3. Japón

Desde 1602 la Iglesia filipina estaba plenamente comprometida con la evangelización del Japón, donde se escribía una gloriosa y sangrienta página de heroísmo misional.

Los Agustinos Recoletos, pobres de recursos y escasos de personal, no pudieron asociarse al principio a tan gloriosa empresa, pero siguieron su desarrollo con santa emulación.

Sin embargo, en julio de 1622, llega a Manila un grupo numeroso de 24 religiosos, y eso les permite sumarse a ella con entusiasmo. Entre 1623 y 1632 organizarán seis expediciones a Japón, aunque desgraciadamente solo dos de ellas llegarán a su destino.

La primera está compuesta por Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio, español y portugués respectivamente. Durante seis años ambos realizan una intensa actividad misional en medio de una persecución despiadada; hasta noviembre de 1629, en que son capturados y encarcelados.

En la prisión de Omura pasan tres años de espera anhelante del martirio. Los dos son quemados vivos en Nagasaki el día 3 de septiembre de 1632, tras haber soportado varias veces el suplicio de las aguas sulfurosas en el monte Unzen. Ambos serán beatificados por Pío IX en 1867.

Junto a ellos figurarán en la lista de beatos mártires tres japoneses: Mancio Ichizaemon, Lorenzo Hachizo y Pedro Kuhyoe. Eran colaboradores de los misioneros como catequistas, y los tres habían profesado como agustinos recoletos en la cárcel de Nagasaki. En esta ciudad son decapitados el 28 de octubre de 1630.

No son los únicos japoneses mártires. Vicente nos da los nombres de los 67 cofrades y terciarios martirizados el día 28 de septiembre de 1630; y antes Francisco calculaba en unos 300 el número de cofrades que habían sufrido el martirio.

La segunda expedición que logra llegar a Japón había salido de Manila en agosto de 1632. La componen 11 religiosos, pertenecientes a cinco órdenes distintas. Recoletos son Melchor de San Agustín y Martín de San Nicolás.

Su permanencia en suelo nipón va a ser muy breve. Traicionados por los marineros chinos que los han conducido, son apresados en Nagasaki el día 2 de noviembre y mueren quemados a fuego lento 40 días más tarde. San Juan Pablo II los beatificará el 23 de abril de 1989.

En fin, este capítulo glorioso de la Provincia de San Nicolás en Japón lo cierra santa Magdalena de Nagasaki, muerta en el suplicio a mediados de octubre de 1634. Era terciaria de la Orden y, después de varios meses de acompañar y animar a los cristianos dispersos por los montes, se había presentado voluntariamente al perseguidor.

La Provincia seguirá interesada en el Japón durante algunos años. Pero no conseguirá volver a entrar en el país.

¡No se nos ponga nada por delante!

«No le atemoricen a nadie los trabajos y persecuciones que en esta viña se pasan, para no venir; pues, comparados con los regalos y consuelos que su divina Majestad comunica, todos son gustosos y llevaderos… ¡Ea!, mis queridos padres y hermanos: atropellemos con los respetos de la carne y sangre, y no se nos ponga nada por delante para no emprender tan heroica empresa. Esto quisiera persuadir a cada uno en particular, con lágrimas nacidas de lo íntimo de mis entrañas; porque sé lo mucho que conviene que haya ministros del santo Evangelio en esta tierra, respecto del mucho fruto que se hace; y de cuánta gloria es de nuestro Señor los trabajos y persecuciones que pasan los religiosos».

Beato Francisco de Jesús,
Carta al prior provincial Andrés del Espíritu Santo,
26 de marzo de 1627.

Beato Francisco de Jesús. Templo de Santa Rita, Madrid, España.

La gesta japonesa

Francisco de Jesús era español. Profesó como agustino recoleto en Valladolid en 1615. Tras ordenarse sacerdote es destinado a estudiar a Salamanca, pero él se ofrece voluntario a Filipinas. Junto con 17 compañeros embarca en la cuarta misión a las Islas en 1619 y arriba en agosto del año siguiente. Está menos de tres años, sobre todo en Zambales. De allí es llamado a Manila en 1622 para dirigir en la primera misión a Japón.

Vicente de San Antonio tiene la misma edad que Francisco y ha nacido en Albufeira, Portugal. Se crió en Lisboa y allí se ordenó sacerdote en 1617. En 1619 lo encontramos en Canarias, de donde decide ir a México. Durante la travesía, ve peligrar su vida en una fuerte tempestad, y ello le lleva a hacer a Dios un voto de entrar religioso. Efectivamente, ya en México, encuentra a los recoletos de la quinta misión filipina y pide con insistencia el hábito.

Es agregado a la expedición y hace el noviciado en el galeón. En Intramuros de Manila profesa el 22 de septiembre de 1622. Siendo un recién profeso, no se atreve a pedir ser enviado a Japón, pero es designado para acompañar a Francisco de Jesús.

Después de un largo viaje plagado de peligros, el barco chino en el que viajan disfrazados de mercaderes llega a Japón el 20 de junio de 1623.

La persecución desatada contra los cristianos por las autoridades japonesas hace furor, a pesar de lo cual el 14 de octubre ya están los dos recoletos en Nagasaki, la ciudad de los mártires, centro de la cristiandad japonesa.

Durante seis años están escondidos durante el día y ejercen el ministerio de noche, siempre con peligro de ser delatados. Vicente está más a cubierto en torno a Nagasaki entre paisanos portugueses. Francisco se desplaza desde 1626 al norte de Honshu, donde la persecución no es tan recia. Desde entonces y por dos años están separados.

En 1628 Francisco regresa a Nagasaki. La persecución se intensifica y los dos misioneros son apresados por separado con una diferencia de siete días: primero Francisco, el 18 de noviembre de 1629. Con ellos capturan a sus jóvenes catequistas japoneses: dos de Vicente, Kaida Hachizo y Yukimoto Ichizaemon; más Sawaguchi Kuhyoe, catequista de Francisco.

En un primer momento, los cinco sufren prisión juntos en Nagasaki. Aprovechan los misioneros ese tiempo para dar a sus catequistas el hábito y ser testigos de su profesión como agustinos recoletos: se llamarán Lorenzo de San Nicolás, Agustín de Jesús María y Pedro de la Madre de Dios.

El 11 de diciembre Francisco, Vicente y otros misioneros extranjeros son trasladados a la cárcel de Omura. Durante casi dos años ellos dos, un agustino, un jesuita y un franciscano se preparan para un martirio que creen inminente. Al principio les acompañan, en jaula aparte, un grupo de 67 cristianos feligreses suyos. Serán sacrificados, unos en la hoguera y otros decapitados, el 28 de septiembre de 1630. Un mes más tarde, en Nagasaki, serán también degollados sus antes catequistas y ahora hermanos de hábito. Vicente y Francisco lo notifican al provincial, llenos de júbilo.

A los no japoneses aún les quedan más pruebas, como los baños terribles con las aguas sulfurosas de Unzen, en diciembre de 1631. Luego los dejan en Nagasaki, donde van a ser quemados vivos el día 3 de septiembre de 1632.

Los cinco —un español, un portugués y tres japoneses, símbolos de la universalidad del carisma agustino recoleto— serán beatificados en 1867.

Al día siguiente, con las cenizas de sus hermanos aún humeantes, llegan a Nagasaki los siguientes dos recoletos que consiguen llegar a Japón tras muchos intentos. Son Melchor de San Agustín, natural de Granada, y Martín de San Nicolás, de Zaragoza. Los dos llevaban ya diez años en Filipinas, donde eran muy conocidos: Melchor como predicador y Martín como persona de gran vivencia espiritual y de especial sensibilidad para con los enfermos.

En menos de tres meses, el 1 de diciembre, son apresados; y diez días más tarde, martirizados. Serán beatificados por san Juan Pablo II en 1989.

Después de ellos solo un recoleto consigue pisar suelo japonés en el puerto de Osaka, en 1635, Juan de San Antonio (†1663).

La cristiandad se la echan a la espalda algunos laicos como Magdalena de Nagasaki, joven de una familia de mártires, dirigida de Vicente y terciaria.

Magdalena se echa a los montes y allí se dedica a animar, consolar y dar formación a los cristianos escondidos en cuevas y quebradas. Viendo que son muchos los que desfallecen, decide presentarse abiertamente al perseguidor.

Baja a Nagasaki, planta cara al gobernador, desenmascara sus mentiras, resiste sus seducciones y se somete al tormento. Muere el 15 de octubre de 1634, después de 13 días colgada boca abajo dentro de un hoyo.

Será beatificada en 1981 y canonizada seis años más tarde. Desde 1989 es patrona de la Fraternidad Seglar Agustino-Recoleta.

Santa Magdalena de Nagasaki, flor del Fujiyama. Óleo por David Conejo, OAR.

Huellas de la evangelización en Japón

La estancia de los Agustinos Recoletos en Japón fue corta pero intensa. El tesoro de las cartas de los misioneros fue publicado en 2019 bajo el título Letras de fuego.

Japón prohibió el Cristianismo hasta 1873. En 2015 la UNESCO incluyó en el Patrimonio Mundial los lugares de esta persecución, como la catedral de Urakami, construida en el punto donde se interrogaba a los capturados. En Suzuta, Omura, una cruz señala el emplazamiento de la prisión donde metieron a los beatos recoletos Vicente y Francisco, luego ejecutados en la colina de Nishizaka, Nagasaki, donde hay un museo y un monumento a los mártires.

En 2019, Santiago Bellido (Valladolid, España, 1970) pintó a los tres japoneses recoletos, beatos mártires Pedro, Agustín y Lorenzo. Usó una perspectiva oriental, parecida a nuestra axonometría: las figuras no reducen su tamaño con la distancia y las líneas paralelas no convergen en un punto de fuga.

Beatos recoletos japoneses. Óleo de Santiago Bellido.

La percepción tiende a parecer aérea. En el cuadro se muestra con la lejana ciudad o en el solapamiento de las figuras, unas sobre otras. Son tres grupos muy compactos, orgánicos, en tono expresionista, casi irreal, más espiritual, separados por un contorno blanco.

En el centro están los mártires: Pedro, ensimismado y sereno; Agustín, esperanzado; Lorenzo, temeroso. Les rodean personas con doce diferentes reacciones: a la derecha, de adelante a atrás, están el burlón, la desdeñosa, el delator, el soberbio, la furiosa y el que se regocija. Cierra el grupo una máscara de Buda, propio del siglo y la región.

A la izquierda, de adelante atrás, el angustiado, la compasiva (con un niño), el prudente (que atempera al justiciero), el verdugo obediente (que refleja su preocupación, mirando severo al grupo de la derecha) y el occidental (que reza mirando al Espíritu, en un nivel de comprensión de la escena que solo se produce en el grupo de los mártires). Por último, un perro, símbolo de discreta fidelidad, único que busca la complicidad del espectador.

El Espíritu Santo, en forma de llama, está suspendido sobre los mártires y los envuelve en luz. Esta blancura solo se interrumpe en dos puntos que se permiten el contacto de los mártires con los verdugos: el verdugo “malo” trae el martirio; el “bueno” recibe de ellos la semilla de la Fe.

El color y la perspectiva permiten que el terreno aparezca, en la parte inferior, casi como el contorno de una nube que envuelve las figuras de los mártires.

Una Provincia de voluntarios

Hasta 1824, cuando abre el colegio noviciado de Alfaro (La Rioja, España), la Provincia de San Nicolás no tuvo en España casas, ni siquiera de formación. Casi todos sus miembros eran reclutados entre los religiosos de los 32 conventos españoles. Para ello, enviaba periódicamente un comisario desde Filipinas para recorrerlos en busca de voluntarios.

Teóricamente el Estado corría con los gastos de este viaje, pero en la práctica su aportación se reducía más o menos a la mitad. Del resto respondía la Provincia. En lo posible se prefería religiosos con los estudios terminados, porque en Filipinas no podrían acabar bien su formación.

El sistema daba resultados —en el siglo XVIII llegaron 440 voluntarios a Filipinas en 13 expediciones— pero tenía grandes inconvenientes: unas veces la penuria económica retrasaba el envío de comisarios; otras, el elegido no cumplía bien; otras, en fin, los voluntarios cambiaban de opinión antes de llegar a Filipinas. Y así, hubo crónica escasez de misioneros.

Misioneros de la Provincia durante su travesía a Filipinas en el barco Conte Verde (1939).

El Padre Capitán y su catedral

Si hay un agustino recoleto que merezca el calificativo de legendario en Filipinas, es Agustín de San Pedro, el Padre Capitán (1599-ca. 1660). Y si hay un líder musulmán tenido también como un mito, es Mohammad Dipatuan Kudarat, Sultán Kudarat –o Corralad en las crónicas españolas–, quien hasta ha dado nombre a una de las provincias de Mindanao. Son los paladines de los dos bandos enfrentados en esta gran isla en todo el siglo XVII: moros y españoles.

Sin embargo, y en rigor, el Padre Capitán no era español, ya que había nacido en Braganza, Portugal. Sí se formó en España: estudió en Salamanca y profesó en el convento recoleto de Valladolid (1619). Hacia Filipinas embarcó sin ser sacerdote y se ordenó en México, a mitad del viaje. Formó parte junto con el beato Martín de San Nicolás de la misión de 1622, que arribó a Manila el año siguiente.

Es enviado a Mindanao, isla recién encomendada a los Recoletos. Allí lo primero era sobrevivir a las incursiones musulmanas que arrasaban las cosechas, cometían atropellos y llevaban cautivos a hombres y mujeres. Fray Agustín revela su genio militar, organiza a la gente, les instruye militarmente y construye con ellos fortificaciones.

Un buen ejemplo que ha llegado hasta nosotros está mucho más al norte, en la iglesia-fortaleza de Romblón. Sobre el mapa, esta isla está muy alejada de los musulmanes del Sur; pero hasta allí llegaban con frecuencia. La primera experiencia de los Recoletos anunciaba esa tónica general: nada más tomar posesión, el primer párroco hubo de escapar al monte con lo puesto para no ser capturado. Era 1635, solo cuatro años después de fundarse el pueblo.

De organizar la defensa de Romblón se encarga el Padre Capitán entre 1644 y 1651. Construye una iglesia bien sólida, con una torre cuya parte baja hace de fortaleza. No la edifica en lugar alto, sino al abrigo del monte, aglutinando a todo el pueblo. Añade dos fuertes en las alturas (abajo, el de San Andrés) y una muralla con tres baluartes, hoy desaparecida, que cierra el acceso desde la playa.

En 1974 el templo (arriba) se convirtió en sede de la nueva Diócesis de Romblón, una de las catedrales más antiguas y pintorescas del país.

Almansa, el voluntario tenaz

«En las ocasiones que he podido, he escrito a vuestra Reverencia dándole las gracias por la elección que fue servido hacer en mi persona destinándome a la conversión del Reino del Japón… Para el cual Reino de Japón dos veces he salido de aquí en compañía de los demás religiosos que esta Provincia de San Nicolás enviaba…

La primera vez fue nuestro Señor servido que nadando saliésemos a tierra los religiosos y demás gente del navío, esperando para cubrirnos la ropa que iba el mar arrojando. La otra, habrá dos meses que el señor Gobernador nos impidió el viaje estando ya para embarcarnos a 50 leguas de Manila… En ambas idas se han gastado muchos pesos.

Pido humildemente a vuestra Reverencia con todo encarecimiento y por la sangre de nuestro Redentor Jesús, se sirva de entregar esa carta a nuestro padre vicario general –que aún no sabemos quién es– en que le pido licencia para pasar al Japón, ayudándome, como tan benigno padre, a conseguirla. Y que la licencia venga de suerte que no me la puedan impedir».

Miguel de Santa María, ‘Almansa’,
al vicario general Jerónimo de la Resurrección.
Julio de 1630.

La evangelización de Filipinas. Cuadro de Pastor Paloma, OAR. Museo misional de Marcilla, Navarra, España.

San Nicolás de Intramuros

Ubicados en la geografía actual de la Provincia, desparramada por varios continentes, podemos falsear la perspectiva histórica. Más cuando el centro focal de siempre desapareció hace tres cuartos de siglo. Hablamos del convento de San Nicolás de Tolentino de Manila, Casa Madre de la Provincia durante 337 años.

Al llegar a Manila en 1606, los Recoletos se instalaron fuera de las murallas de la ciudad, en una zona llamada Bagumbayan. Ya antes de zarpar de España habían elegido a san Nicolás de Tolentino como patrono y le dedicaron su nuevo convento.

Buena muestra de celo dieron, pues en poco más de un año los fieles les convencieron para trasladarse a intramuros, junto a la sede de las instituciones. Con limosnas compraron un solar junto a las murallas.

Para levantar convento e iglesia (arriba) recibieron el apoyo de Bernardino Maldonado del Castillo, gran devoto de san Nicolás. La construcción se completó en 1619 y la llevó a término Rodrigo de San Miguel, que afirma, satisfecho: una de las mejores obras de aquella ciudad.

A este nuevo convento pasó la titularidad de San Nicolás, acogiéndose Bagumbayan a la de San Juan Bautista. Desde entonces Intramuros fue la sede de gobierno de la Provincia: primero Filipinas y después Japón, España, China, Venezuela, Trinidad, Perú, Inglaterra…

En Intramuros reside el prior provincial con su Consejo. Aquí arriban las misiones desde España y se guardan el archivo y la biblioteca de la Provincia, porque también es casa de formación. Y es enfermería general y casa de reposo.

Así fue durante siglos, hasta que en la II Guerra Mundial, el 3 de febrero de 1945, las tropas norteamericanas bombardean Intramuros, donde habían acorralado a los japoneses. Las bombas arrasaron la ciudad y, con ella, el convento recoleto; con las personas se cebaron los nipones. Entre sus miles de víctimas, más de un centenar de religiosos, entre ellos seis recoletos (abajo).

Hoy, de la gloriosa historia de San Nicolás Intramuros resta solo una placa conmemorativa donde se erguía la soberbia torre; y, en el callejero manileño, el nombre de la calle Recoletos, que delimitaba el convento.

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ÍNDICE DE CONTENIDO
Historia de la Provincia de San Nicolás de Tolentino:
‘Siempre en misión’