Reseña histórico-biográfica de algunos de los principales personajes de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de la Orden de Agustinos Recoletos desde su fundación hasta la actualidad.
Familia, formación y primeras encomiendas (1854-1887)
Enrique nació en Oña (Burgos, España) en una familia de militares. A los cinco años se trasladó a Burgos, donde inició sus estudios, que a partir de 1871 prosiguió en Madrid. En la capital conoció a los Agustinos Recoletos.
Profesó en Monteagudo en enero de 1874, y en septiembre de 1877 se ordenó. En mayo de 1879 se hizo cargo de la Parroquia de San Millán (La Rioja), en la que introdujo mejoras notables. Promovió la restauración de Valvanera, organizó una escuela de adultos y se interesó por la historia emilianense. Entre agosto de 1884 y septiembre de 1885 fue enviado a Colombia para estudiar la situación de aquella Provincia.
Procurador general en Roma (1887-1907)
En 1887, al ser nombrado procurador de la Orden, era un joven brillante, de temperamento despierto, idealista y hábil para los negocios. Desarrolló su misión con competencia, fidelidad y entrega. Se reunía seis veces al mes con el comisario apostólico y ejecutaba las órdenes con fidelidad, pero sin esconder sus ideas. Cuando creía que el bien de la comunidad lo exigía, no dudaba en tomar posiciones. En los trágicos días de la Revolución filipina se desmarcó del pesimismo y se afanó en la búsqueda de nuevos campos de trabajo.
En 1900 propuso la idea de recurrir a la Santa Sede para implantar reformas que creía inaplazables. Poco después concertó con el secretario de Estado, cardenal Rampolla, un plan para substituir al P. Íñigo Narro, de carácter pesimista, por otro religioso capaz de sacar a la Congregación del marasmo en que estaba asumiendo él mismo la responsabilidad de participárselo al interesado. De modo semejante se comportó en 1907, cuando creyó que el gobierno de Mariano Bernad había agotado sus posibilidades.
Su papel en la expansión de la Orden por América fue trascendental. Se mantuvo en contacto con los encargados de llevarla a cabo, animando, resolviendo dudas, facilitando trámites en Roma y haciendo toda clase de encargos.
Defendió el buen nombre de la Provincia filipina; fue transmisor incansable de ideas y orientaciones; aseguró la propiedad de la casa de Roma; preparó nuevas Constituciones y atendió demandas llegadas de todas partes.
Y encontró tiempo para el ministerio en casa y en el Colegio Español, como confesor (1894-1908); varias Congregaciones femeninas encontraron en él un mediador capaz de introducirlas en la Curia romana y un consejero competente. En el Concilio Plenario Latino-Americano de 1899 fue consultor del arzobispo de Popayán.
Último vicario general y primer prior general de la Orden (1908-1914)
Su promoción a vicario general en el Capítulo de San Millán fue acogida con entusiasmo. Su gran logro fue la consecución del breve Religiosas familias, por el que la Santa Sede elevó la Recolección al rango de Orden. Luego se esforzó por fortalecer su conciencia corporativa y acelerar el proceso de reorganización en que estaba embarcada.
Frutos de esa vitalidad fueron unas nuevas Constituciones (1912) y libros litúrgicos, la reorganización de las Provincias, la visita canónica que por vez primera llegó a Filipinas y América, la intensificación de la relación con la Recolección femenina, los procesos de beatificación, los nuevos planes de estudio…
Las Constituciones acabaron con una peligrosa dicotomía en la Orden entre lo legal y lo real. Las anteriores, con dos siglos largos de vida, estaban dirigidas a una comunidad conventual, pero ahora los religiosos estaban volcados al apostolado. Muchas de sus normas habían caído en desuso y otras ignoraban nuevas directrices de Roma.
Entre noviembre y diciembre de 1908 proveyó a las tres Provincias de nuevos priores y les señaló la fecha para sus Capítulos.
No todo fueron logros. Los momentos de trabajo ilusionado alternaron con otros que sacudieron el bajel de la Recolección: quiebra económica de Shanghái, deposición del provincial de San Nicolás, disensiones en el seno del Consejo general.
Estos incidentes dejaron en su ánimo un poso de amargura que ensombreció los últimos lustros de su vida. La vida le había sonreído y, al llegar la prueba, se encontró desprevenido. Su vista se nubló, convirtiéndole en un crítico ácido de los superiores y del rumbo de la Orden. Él mismo acertó a describir su estado de ánimo en carta:
Mi vejez se desliza entre tristezas y amarguras, sin encontrar alivio, consuelo ni esperanza para esta situación violenta, indecorosa y humillante, que solo a costa de grande sufrimiento moral y quebrantamiento de mi salud voy soportando.
En los 13 años que le quedaban de vida, en la vana esperanza de encontrar paz para su espíritu, cambió cinco veces de residencia. Murió en Monteagudo en septiembre de 1927.