Reseña histórico-biográfica de algunos de los principales personajes de la Provincia de San Nicolás de Tolentino de la Orden de Agustinos Recoletos desde su fundación hasta la actualidad.

Pionero de la expansión
por América del Sur
Te amó con profunda fe,
descalcez, madre querida,
te amó con toda su vida,
vida y alma dándote;
pues si hay otra no lo sé
que te quisiera mejor;
él fue tu bello esplendor,
esplendor de tu ventura;
y en tus horas de amargura
un ángel consolador.

Así reza una de las décimas que el beato Julián Moreno dedicó a fray Patricio Adell. En otras habla de su candor, modestia e intrepidez.

Su vida fue un himno de amor a la Orden de Agustinos Recoletos, a la que sirvió con total dedicación en las parroquias de Filipinas (1865-1876 y 1882-1897) y como prior en Cavite (1876-1879), Monteagudo (1879-1882) y San Sebastián, Manila (1897-1898). Austero, de pocas necesidades y con la mirada fija en el progreso de la comunidad, fue modelo de laboriosidad.

Su principal servicio a la Orden fue de 1898 a 1901. El 19 de agosto de 1898, cuando la Provincia buscaba solución a sus problemas, llegó una carta a Manila desde Madrid sobre las posibilidades apostólicas en América Latina. El provincial corrió a comentarla con Adell, quien ya se había manifestado en favor de romper el monopolio filipino. Este respondió con aplomo: Aquí me tienes, mándame.

Partía a los cinco días con siete religiosos, con instrucciones de presentarse a los obispos de Venezuela, sin concretar más. El 11 de noviembre llegaron a Panamá y el obispo les ofreció las misiones del Darién, feudo del paludismo. Adell lo aceptó sin vacilar: no reparaba en dificultades y, además, no estaba en condiciones de andar con exigencias. Un templo semiabandonado, que resultó ser la antigua iglesia recoleta de San José, sería su base.

Adell podría haberse dado por satisfecho. Pero, inquieto y consciente de las necesidades de la Provincia, se dirigió a Venezuela con Fermín Catalán, y dejó en Panamá a los otros seis. El 7 de diciembre llegó a La Guaira y subió a Caracas. Entre abril y mayo de 1899 doce religiosos asentaron la Orden en Venezuela y Trinidad.

También manifestó su amor a la Orden con el cultivo de su historia, a la que enriqueció con crónicas, biografías, dos memorias sobre sus andanzas por América, más centenares de cartas. Junto a su inquietud apostólica y a su providencialismo, aparecen los obstáculos que le pusieron a prueba: soledad, distancias, falta de recursos, enfermedades, recelos del clero nativo, inconsecuencias de los obispos, imposibilidad de organizar la vida común…

El 1901, cuando lo llamaron a formar parte del definitorio general, le quedaban siete años de vida. Continuó aportando su entusiasmo a la reconstrucción de la Orden. Murió en Zaragoza el 2 de agosto de 1908 tras dolorosa enfermedad y ejemplar resignación.